La odisea de los norcoreanos para huir del hambre... y la pena de muerte

  • ¿Te imaginas tener que ir desde España hasta Dinamarca sólo para llegar poder optar a viajar a Portugal? Pues algo así es lo que hacen muchos norcoreanos que escapan de su país a través de Tailandia para cumplir un sueño: llegar a Seúl, la capital de Corea del Sur, para comenzar una nueva vida.
Patrick Winn, Bangkok (Tailandia) | GlobalPost

Al principio fueron llegando de uno en uno o de dos en dos a través del río Mekong. Estaban sucios, esqueléticos y muertos de miedo.

Sugint Dechkul, abogado de una pequeña ciudad en la lejana provincia de Chiang Rai, en el norte, no tenía ni idea de quiénes podían ser. Llegaban por la carretera al borde del río cercana a su casa, algunas veces pidiendo comida o cobijo en una lengua desconocida. "Les preguntábamos '¿de dónde sois?'. Pero no nos podían responder", afirma.

Finalmente, a través de complicados gestos, uno de los extraños logró explicar sus orígenes: Corea del Norte, a unos 4.800 kilómetros de distancia (sería algo así como ir desde Madrid a Copenhague y vuelta sólo para llegar a un país desde el cual tuvieras cierta libertad para ir a Portugal).Eso fue hace nueve años. Hoy en día, cada vez son más los norcoreanos que llegan a Tailandia.

Las redes de ayuda a los disidentes han descubierto que Tailandia es el instrumento para poder hacer realidad su sueño: llegar a Seúl, la ciudadanía surcoreana y dinero en efectivo para comenzar una nueva vida. Aunque esta nación tropical está lejos de la a menudo helada península coreana, es el aliado más cercano de Corea del Sur, que tiene un programa de apoyo financiero y patriótico para sus hermanos del norte.

"Los primeros parecía que no se habían duchado en un mes", asegura Sugint. "Mis hijos nos rogaban 'Mamá, papá, tenéis que ayudarles'. Ahora vienen en grupos grandes con niños a sus espaldas. Conocen el camino y saben lo que están haciendo".

El viaje desde Corea del Norte a Tailandia puede llevarles meses, y la ruta está plagada de informadores y delincuentes. Si les capturan en la vecina China, lo más seguro es que les deporten y probablemente les ejecuten. Si no les matan, los que regresan a Corea del Norte terminan en alguno de los campamentos en donde se cree que hay unos 200.000 prisioneros realizando trabajos forzados.  Pero disidentes norcoreanos como Joseph, que creció bajo el régimen del dictador Kim Jong Il, la alternativa era huir o ver cómo su vida se apagaba lentamente en una granja. "Nos moríamos de hambre allí. Mucha gente allá se muere", dice.

Huir de la hambruna

Muchos de los que huyen lo hacen a través del río Yalu, que separa China de Corea del Norte y que en el invierno se congela. Pero la familia de Joseph optó por cruzarlo a nado a través de una zona de poca profundidad. Rezaban para que los guardias fronterizos no les viesen y les disparasen con las kalashnikovs.

Consiguieron contactar con una red clandestina cristiana que gestionan en parte otros disidentes huidos. Joseph, que tenía entonces 13 años, se quedó atónito cuando tomó los primeros bocados de cerdo y pollo en la casa en donde les escondieron en China. "Nunca había oído hablar de esos animales", recuerda. La pareja china que acogió a la familia a riesgo de pasar una larga temporada en la cárcel le ofreció también un trozo de tarta de cumpleaños.

Junto con la tarta, la pareja introdujo a Joseph y su familia en otro concepto desconocido: Jesucristo. "Nadie en Corea del Norte sabe lo que es el cristianismo. Pero ellos me lo explicaron, y me salvé", afirma. El cristianismo, practicado por cerca de una tercera parte de los surcoreanos, es de hecho la fe "de facto" de la red clandestina de huida de los norcoreanos, asegura un activista con más de una década de experiencia en el circuito.

"Cuando salen de Corea del Norte parecen realmente desharrapados y enclenques", asegura. "Nosotros hacemos que se queden un mes en casa de un miembro de nuestra parroquia, sólo para comer". Habitualmente necesitan un mes de comidas regulares para conseguir fijar un poco de carne a sus huesos. "Después de comer parecen más o menos chinos, y podemos meterles en el transporte público", explica. "Les damos ropa nueva, zapatos, y a veces documentación china falsa".

La segunda huida

En la década de 1990 la red clandestina tuvo suerte porque podía trasladar a los norcoreanos en autobuses que tardaban 15 horas en llegar a Mongolia. Este método era barato, y costaba tan sólo 500 dólares por refugiado. Pero los chinos reforzaron esa frontera con guardias y espías. Las redes han trasladado sus rutas de escape desde entonces hacia el suroeste de China, en donde el control estatal es un poco más débil, y a países fronterizos como Vietnam, Laos y Birmania. Desde allí, muchos esperan llegar a Tailandia.

El régimen totalitario de Birmania y los gobiernos comunistas Laos y Vietnam han dado sobradas muestras de no sentir simpatía hacia los refugiados norcoreanos. "Mi familia llegó a Laos, pero nos cogieron. Les contamos que éramos misioneros surcoreanos, pero no nos creyeron. No teníamos pasaportes o dinero surcoreano", dice Joseph.

Afortunadamente, tan sólo les hicieron volver a China. La familia se aventuró después a huir a través de Birmania, por la jungla controlada por el Ejército del Estado Wa Unido, una etnia fuertemente armada y financiada fundamentalmente por la producción de metanfetaminas.

De nuevo Joseph y su familia fueron interceptados por la policía. Pero un diplomático surcoreano les encontró en una cárcel birmana, pagó su liberación y los llevó a Tailandia.

Joseph tiene ahora 24 años y trabaja para la red Durihana, con sede en Seúl, que ayuda a otros disidentes de Corea del Norte. Todavía sufre las secuelas de la malnutrición severa con la que creció. "Soy muy flaco", reconoce.

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