El MEDE, un armisticio del siglo XXI

El Eurogrupo y la 'letra pequeña' del medio billón de euros ante la pandemia

Las cartas de Sánchez, el skype de Calviño y Botín: España batalla en la UE
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El Eurogrupo parece haber alcanzado un pacto en el que el principal éxito para Italia, así lo reconocía su ministro de finanzas, Roberto Gualtieri, es haber acordado una nueva reunión para que 27 países se pongan de nuevo de acuerdo en cómo afrontar la mayor crisis del continente desde la Segunda Guerra Mundial. El resto de las medidas aprobadas, muy a pesar de muchos, ya se habían puesto encima de la mesa.

Las cifras pueden resultar apabullantes, pero hay que conocer bien el funcionamiento de Bruselas para encontrar la trampa que se esconde detrás del gran titular del medio billón de euros destinado a que, aquellos países que lo necesiten, puedan agarrarse a algo para el mundo postcovid-19 y sobrevivir.

En primer lugar, el Banco Europeo de Inversiones (BEI) podrá ofrecer hasta 200.000 millones de euros en forma de garantías para las empresas europeas. Para que este importe sea efectivo, los Estados tendrán que avalar parte de esta cantidad. Es cierto que al asumirse esa deuda entre 27, los costes del reparto para los países más golpeados por la crisis disminuirán, pero también hay que tener en cuenta que tendrán acceso a estas garantías todas las empresas de todos los países, por lo que realmente la disponibilidad será relativa y compartida por todos.

Desde un prisma más teórico, estas ayudas parten de la consideración de que oferta y demanda volverán a ser como en el pasado, un aspecto que puede cumplirse en el largo plazo, pero que realmente ignoran el tiempo de recuperación de los hábitos de consumo y producción que nos traerá el (o la, como parece decirse ahora) postcovid-19.

El segundo bloque de fondos destina 240.000 millones a través del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), originalmente destinado para proteger la estabilidad financiera de la eurozona. Si después de 740.000 contagiados, 65.000 fallecidos y la quiebra fáctica del sistema sanitario europeo, la estabilidad financiera de la eurozona no está en peligro deberíamos hacérnoslo mirar. El MEDE supone la mejor metáfora de un armisticio del siglo XXI.

Por un lado, el país que acude a él debe comenzar asumiendo la derrota. Su aceptación implica la imposición de unas condiciones de intervención de la economía de un país. Accediendo a él, la soberanía económica y presupuestaria se limita y no dista mucho de las condiciones leoninas de la deuda que contraen los países en desarrollo cuando acuden a los organismos multilaterales como el FMI o el Banco Mundial. Te presto dinero, sí, pero a cambio mis hombres de negro entrarán hasta la cocina en el diseño de las políticas sociales de una nación. No es el momento de hablar de déficits democráticos, pero llama mucho la atención que la soberanía presupuestaria pueda verse sometida de esta manera, máxime cuando nadie ha votado en las urnas a estos ‘men in black’ del siglo XXI.

La única concesión - y no es poca - que se ha conseguido rascar de las acaudaladas cajas bruselenses es la afectación sin condiciones de los préstamos destinados directamente a la financiación de los gastos sanitarios de la crisis. Es aquí cuando se abrirán todas las cajas de los truenos en las capitales europeas para justificar qué es gasto sanitario destinado a la lucha contra el coronavirus y qué no. El ojo de Mordor comunitario vigilará atentamente que se destine hasta el último euro a esto. Además, corremos el paradójico riesgo de que tan solo accedan a él España e Italia, lo que provocará que, en realidad, la cantidad destinada no llegue ni de lejos a los 240.000 millones prometidos. Mejor no hablar de una partida que dista mucho de solucionar los efectos económicos a largo plazo que tendrá la crisis.

La tercera línea de acción afecta al Programa de Apoyo al Empelo (SURE). 100.000 millones destinados a paliar los efectos sobre el empleo. Esta cantidad puede parecer mucho dinero, pero, de nuevo, podrán acceder 27 países que, además, tendrán que adelantar una cuarta parte del dinero en forma de avales de sus Estados. Esto reducirá la cifra a dos tercios de la aprobada que, a su vez, serán puestos en circulación en forma de préstamos finalistas. Obviamos que, probablemente, las condiciones de la recuperación, hibernación o descongelación de nuestras economías no serán las mismas que en el pasado y la dificultad de acceder a ellos por parte de las pequeñas y medianas empresas o los autónomos. Un aspecto que en nuestro país supone prácticamente el 90% del tejido empresarial, por lo que queda en entredicho su eficacia.

No nos dejemos engañar por la denominación de los programas europeos. Pese a que SURE puede hacer alusión al ‘seguro’ anglosajón, también parece destinado únicamente a los países del sur, pero, de nuevo, todos los países podrán acogerse a él. La pandemia está recorriendo Europa como el Tour de Francia, por etapas. Si bien ahora España y Italia están sufriendo los efectos devastadores del Tourmalet, próximamente los tendremos, incluso con mayor efecto, en el centro y este europeo, que ya podrán acceder a estos fondos directamente.

Lo mejor de nuevo para el final. El gran pacto es un acuerdo para discutir próximamente el nudo gordiano de esta crisis: la imperiosa necesidad de crear un Plan Marshall europeo y la mutualización de la deuda generada. El objetivo no es otro que destinar dinero directamente a las economías de los países para recuperarnos de esta batalla. No será fácil teniendo en cuenta que España ya recibió hasta hace 10 años un billón de euros anuales en forma de ayudas, fondos de cohesión, PACs, fondos estructurales y demás mecanismos y herramientas comunitarias para aumentar la demanda. Este es el gran punto de los Países Bajos y que requiere del mayor talento diplomático que seamos capaces de desplegar.

Su aprobación debe ser el objetivo de España e Italia, dos países que, como el resto, cedieron en su momento parte de su soberanía en favor de la supranacionalidad. Quizá deberíamos recordar que esta cesión fue condicionada. Un Estado no puede verse limitado para cumplir la primera de sus misiones, que no es otra que velar por la seguridad y la vida de sus conciudadanos. Europa se la juega y el tiempo comienza a ser vital.

La Haya y Berlín siguen apostando por unos mecanismos que fueron concebidos en otro siglo, con otras circunstancias y que pueden llegar a suponer el reflejo de la inacción europea.

Es la hora de lo extraordinario. De lo que no está concebido para la normalidad. De la convocatoria de un Consejo Europeo histórico que ponga fin a una espera en el que el contador no está a cero. Suma 65.000 europeos menos en nuestra batalla particular contra la pandemia.

Lo más paradójico de la situación es que solo la unidad de acción internacional solucionará las consecuencias del paso de coronavirus. Las instituciones que demuestren su inutilidad caerán. Igual es momento de pensar que la supranacionalidad está superada y volver a recuperar aquellas ideas de Europa como una Unión de Estados con el objetivo de ayudarse en cuestiones concretas, sin cesiones de soberanías, simplemente con “realizaciones concretas” para alcanzar un objetivo común. Ese era el espíritu de Robert Schuman. Un padre de Europa pragmático. Justo lo que necesitamos.

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