Las Azores, la nueva "tierra prometida"

  • El archipiélago portugués comienza a recibir inmigrantes por primera vez en siglos, muchos de ellos interesados en un puesto de trabajo. Muchos emigrantes regresan a casa gracias al desarrollo económico de las islas.
Ken Shulman — Special to GlobalPost
Ken Shulman — Special to GlobalPost

(San Miguel, Portugal). Danny Medeiros descansa apoyado sobre sus bártulos de peregrino. UnLexus plateado pasa rápidamente sobre el pavimento fresco de lafrondosa costa volcánica al sur de la ciudad de Nordeste. “Este sitio no se parece en nada al que dejé”, asegura este contratista de obras de Hamilton, Ontario. Nacido aquí en San Miguel hace 48 años, Medeiros emigró desde las Azores a Canadá cuando era un niño de 11. Ahora ha regresado con un grupo de compatriotas también emigrados para hacer un peregrinaje religioso de ocho días por la región.

“Recuerdo cómo levantábamos la polvareda en esta misma carretera”, asegura. Dos rosarios alrededor del cuello se mueven al ritmo de su respiración. “Recuerdo cómo caminábamos de cuatro a seis kilómetros cada día después del colegio para buscar leña. Recuerdo pueblos sin coches y familias sin comida”. Durante mucho tiempo la región más pobre en uno de los países más pobres de Europa, las Azores han dado en los últimos años un gran paso hacia la prosperidad. Situada en la océano Atlántico, a 1.600 kilómetros de Lisboa, el archipiélago de nueve islas tiene ahora niveles de PIB per cápita que se aproximan a los de la Europa continental.

Nuevas autovías, carreteras y puentes (fruto de la entrada de Portugal en la UE en 1986) han acortado la distancia entre Nordeste y Ponta Delgada, la capital de las islas, de medio día a poco más de una hora. Modernos aeropuertos en las nueve islas colocan a Lisboa, Londres y Madrid a dos horas de distancia, y a Boston y Montreal a poco más de cinco. Las distancias virtuales también se han reducido, con un sólido acceso a internet, la televisión por satélite y una robusta red de telefonía móvil.

 “Ya no estamos aislados como antes”, dice Pedro Moura, un periodista de Ponta Delgada que presenta Bom Dia Açores, el informativo matinal regional de la televisión. “Podemos vivir y trabajar aquí como si viviésemos en Lisboa, París o Londres”.

No siempre fue así

Pero las islas no siempre estuvieron tan bien conectadas. Colonizada por Portugal en 1500, este enclave remoto ha subsistido gracias a la caza de ballenas, la pesca y el cultivo de la tierra. La relativa frecuencia de temblores de tierra y erupciones volcánicas (producidas por el punto de fricción de placas tectónicas sobre la que se encuentran) han dificultado aún más una vida ya de por sí dura. También han servido para alimentar una profunda y fatalista forma de catolicismo que todavía persiste tanto en las Azores como entre su amplia diáspora.

Los emigrantes huyeron del hambre y de las olas masivas, primero como tripulantes de las barcos balleneros, después para trabajar en las granjas californianas, en las plantaciones de piña de Hawái y en las fábricas textiles de Nueva Inglaterra. Entre 1950 y 1990 unos 182.000 azoreños (casi la mitad de la población de la región) abandonaron su tierra natal.

Sin duda, la tendencia ha cambiado. Los incentivos de la UE, las relucientes infraestructuras y una floreciente industria turística han conseguido que por primera vez en siglos estén llegando inmigrantes a las Azores. El flujo es pequeño (unos 8.000 en los últimos 10 años), pero significativo para una región autónoma con una población total de 240.000 habitantes. Muchos de los que llegan con expatriados que regresan a su tierra desde Norteamérica. Otros son lusoparlantes de Brasil, Angola y Cabo Verde. Unos cuantos son personas de Europa del Este que llegaron para reconstruir Faial tras un potente terremoto en 1998.

“Es una señal muy positiva”, reconoce Jean Manes, cónsul de EE UU en las Azores desde 2006. El consulado está abierto sin interrupción en Ponta Delgada desde 1795, lo que testimonia los fuertes lazos entre las Azores y EE UU, que mantiene una base aérea en activo en la isla de Terceira. “La economía ha florecido aquí en los últimos 20 años, y la gente se traslada aquí porque ven oportunidades”, asegura.

Las Azores: Tierra prometida

Para los inmigrantes económicos, las Azores representan la tierra prometida, o al menos un puesto de trabajo. Para los emigrantes que regresan a casa, el archipiélago es casi una tierra desconocida, en donde la naturaleza ya no es un enemigo implacable. El suelo volcánico que provoca todavía temblores sirve ahora para impulsar lustrosas plantas geotermales que generan casi el 40 por ciento de la electricidad de San Miguel. Los barcos azoreños que cazaron cachalotes hasta bien entrada la década de 1980 ahora transportan a turistas en viajes de avistamiento de ballenas. El volcán Capolinha, que destruyó casi la mitad de las casas de Faial en 1957 acoge ahora un sofisticado centro de investigación y es un importante destino turístico.

Los cambios arrolladores también se han dejado sentir entre quienes no han abandonado nunca las Azores. Los pescadores tienen que respetar ahora los límites de captura de la UE y el control de precios. El sector lácteo de San Miguel (que agrupa a unas 1.700 pequeñas granjas familiares que producen leche, queso y yogur, fundamentalmente para la exportación) sobrevive gracias a generosas excepciones a las cuotas de la UE, que se terminarán en los próximos años. Y el sueño de los azoreños de vivir en un pequeño terreno autosuficiente, con un jardín, un puñado de gallinas y una vaca o una cabra empieza ya a formar parte del pasado a medida que los más jóvenes emigran hacia los centros urbanos en busca de trabajo.

"Cojo el ferry a Pico cada semana para ocuparme de los viñedos de mi familia", dice Antonio Vargas, un arquitecto que regresó a Faial con su familia después de vivir 25 años en California. Los viñedos de Pico son Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO,  un laberinto de muros de mampostería que protege la parra del viento y la lluvia. "Sé que todo terminará conmigo. Viticultores y agricultores a pequeña escala concluirán con mi generación. Nuestro hijos no están interesados en ello".

Turismo como forma de vida

Con el descenso de los estilos de vida tradicionales y el estancamiento de sus industrias, las Azores ha apostado al turismo gran parte de su futuro. El sector impulsa la mayoría de las nuevas construcciones, junto con gran cantidad de servicios industriales relacionados. Pero necesitará crecer más antes de que el archipiélago se quede sin las ayudas de la Unión Europea. Y los visitantes vendrán atraídos por los reportajes sobre volcanes benignos, de laderas explotando con azaleas y espectaculares colinas de basalto sumergidas en el mar. La única pregunta es cómo dará forma este nuevo movimiento a la vida en las islas.

"Hemos aprendido en otros lugares que el turismo de masas no trae felicidad al pueblo", dice Frederico Cardigas, biólogo y encargado de asuntos medioambientales para las Azores. "Nuestra estrategia es construir una industria orientada a un grupo selecto de viajeros exigentes. Por supuesto, esto es lo que toda región quiere. Pero es más importante aquí. Hay mucho encanto en cada rincón de estas islas. Tenemos que asegurar su protección".

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