Las rencillas religiosas en Egipto se deshacen con las lágrimas de unas madres

  • Dos madres egipcias, una musulmana y una cristiana, se reunen para llorar la muerte de sus hijos a manos de las autoridades de Egipto. En un extraordinario encuentro, dadas las rencillas habituales entre ambas religiones, lloraron, oraron y elevaron al cielo su mensaje: "Sólo si Egipto se convierte en un lugar mejor nuestros hijos podrán descansar en paz".
Las lágrimas de un egipcio impulsan la revuelta contra Mubarak
Las lágrimas de un egipcio impulsan la revuelta contra Mubarak
David Wolman, El Cairo (Egipto) | GlobalPost

Las dos madres se abrazaron en el duelo.

Ambas llevaban velos negros. Ambas son ciudadanas egipcias que creen en un poder superior. Y ambas tienen hijos que han muerto asesinados por los gobernantes de Egipto.

Una de ellas es musulmana y la otra es cristiana.

Todo ocurrió un 13 de octubre, apenas cuatro días después de que miles de cristianos coptos se reunieran para una protesta pacífica fuera de la estación de televisión estatal en Maspero.

Los cristianos de Egipto han ido incrementando su descontento con los gobernantes militares del país, debido a los recientes ataques a las iglesias, y por lo que se percibe como un menor esfuerzo de vigilancia para llevar ante la justicia a los culpables.

Y así, como es habitual en el nuevo Egipto, especialmente en El Cairo, estos cristianos dolidos salieron a las calle para manifestarse.

Pero en un instante, la escena se deterioró hasta llegar al caos.

Un testigo le dijo a The Telegraph que los manifestantes fueron perseguidos por matones que gritaban que los coptos son infieles y que Egipto es un país islámico. La policía militar no tardó en llegar en vehículos blindados.

Con porras, balas y camiones, no dispersaron la manifestación; la aplastaron. La represión se saldó con 27 muertos y más de 200 heridos.

La mayoría de las víctimas eran cristianos.

Entre los muertos estaba un joven alto, sociable, de 20 años, con largos mechones de pelo y con alergia al sectarismo.

Su nombre era Daniel Mina. Algunos amigos y activistas lo han definido como 'el Che Guevara egipcio'. Vestido similar, un carácter carismático similar, y además los medios de comunicación han adoptado rápidamente este vínculo con el icono de Cuba.

Daniel había estado justo en medio de Tahrir durante la revolución que derrocó a Mubarak, y había sufrido lesiones graves cuando la violencia alcanzó su punto álgido a finales de enero.

Y sobrevivió a eso, sólo para ser asesinado a las afueras de Maspero.

Otros manifestantes fueron atropellados por los vehículos blindados, y hay informes no confirmados de que la policía militar arrojó sus cadáveres al Nilo.

La familia de Daniel vive en un humilde apartamento en un barrio pobre en las afueras de El Cairo. La estrecha escalera de hormigón que conduce a la casa familiar estaba atiborrada de gente que había venido a presentar sus respetos.

Hombres y mujeres se sentaban en las habitaciones, los amigos acudieron a saludar, y también llegaron desconocidos para dar apoyo moral a la familia.

En la habitación donde los hombres se sentaron y bebieron té de color marrón oscuro, un hombre joven, que tenía el pelo de punta y no aparentaba más 25 años, se mantenía inclinado llorando entre sus manos.

Habíamos hecho el camino hacia el apartamento desde una estación de metro, después de reunirnos con la segunda madre de luto.

(Estaba acompañando a un grupo de unos 20 activistas de la organización Juventud 6 de abril (April 6 Youth). Había sido su idea juntar a las dos madres, en un intento de renovar el sentido de unidad que había dado tal poder a la revolución el pasado invierno.

Ellos querían recordar a sus compañeros egipcios y reafirmarse en la creencia de que la revolución continuará y debe continuar.

Leila Said bajó del tren, caminando con cautela y con el apoyo de su hija a un lado y un joven al otro. Saludó a los activistas de uno en uno con un apretón de manos suave y algunas veces con un beso en la mejilla. 

Los hombres y mujeres jóvenes respondieron con unas palabras de condolencia, entregados en una especie de murmullo reverencial.

Luego bajaron las escaleras recubiertas de polvo, anduvieron por  la calle llena de baches, y se subieron a un Toyota Corolla color verde que los estaba esperando y los llevaría a la casa de la familia de Daniel.

Sólo han pasado 16 meses desde que el hijo de Said, Khalid, fuera brutalmente asesinado por la policía en Alejandría.

Un informe falso de las autoridades afirmó que se ahogó con una bolsa de plástico de la cafetera para no ser capturado.  Sin embargo, para los egipcios que lo conocían y entre las comunidades de las redes sociales de Egipto, casi todo el mundo sabía que el joven tenía previsto publicar un video que documentaba la corrupción policial.

Una foto de la morgue, que muestra la cara de Said horriblemente deforme fue publicada on line y se produjo una indignación viral, amplificando aún más este asesinato sin sentido.

Entre el verano de 2010 y enero de 2011, la muerte de Said podría ser un catalizador importante entre los miles de injusticias, humillaciones, privaciones y esfuerzos de movilización que finalmente condujeron a la revolución a gran escala.

Said entró en la habitación y una mujer sentada junto a la madre de Daniel, Nadia Beshara, se quitó de en medio para que las dos madres pudiesen estar lado a lado. Se abrazaron y lloraron.

A través de sus lágrimas, ambas madres hablaron del poder de Dios para sanar, y de que sus hijos estaban en un lugar mejor. Y oraron juntas, diciendo que querían que los manifestantes lograsen sus objetivos, que si Egipto podía convertirse en un mejor lugar, sus hijos podrían descansar en paz.

 

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