Más impuestos a la comida basura en Chile

  • Los folletos de McDonald‘s que prometían hamburguesas, patatas y comida equilibrada ya son cosa del pasado en Chile. Ahora se habla de aplicar un impuesto sobre la ‘comida rápida’ y poner advertencias para combatir la creciente tasa de obesidad del país. Como el país necesita refinanciar la reconstrucción después del terremoto de febrero pasado, el ministro de Salud, Jaime Manalich, ha planteado la idea de aplicar más impuestos a la también considerada comida basura.
Pascale Bonnefoy | GlobalPost

(Santiago, Chile).El ministro de Salud chileno, Jaime Manalich, argumenta que de la misma manera que se suben los impuestos al tabaco, se podrían subir a la comida rápida y generar ingresos para combatir el nuevo problema de salud pública. El 62 por ciento de la población de Chile tiene sobrepeso o está obesa. Casi el 22 por ciento de los niños de primero de primaria son obesos, al igual que el 25 por ciento de los adultos, según cifras del ministerio de Salud.

La reacción de la industria de alimentos, restauración y locales de comida rápida reaccionó con unanimidad y rapidez: a nadie se le obliga a comer alimentos poco sanos que, a diferencia del tabaco, no son adictivos. Manalich tuvo que echar pie atrás.

“El impuesto no tendría ningún efecto”, afirma Nelba Villagrán, presidenta de la asociación de nutricionistas. “Es imposible determinar lo que es comida basura y correríamos el riesgo de ser injustos con algunos sectores. La comida no es intrínsecamente mala, lo malo es cómo se prepara y se mezcla”.

Obesidad en el continente americano

- Ciudad de México: 31 por ciento

- Santiago de Chile: 26,6 por ciento

- Barquisimeto, Venezuela: 25,1 por ciento

- Lima, Perú: 22,3 por ciento

- Buenos Aires, Argentina: 19,7 por ciento

- Bogotá, Colombia: 18 por ciento

- Quito, Ecuador: 16,3 por ciento

Fuente: American Journal of Medicine (enero 2008)

Muchos culpan de la situación a la llegada de las cadenas internacionales de comida rápida y sus campañas de publicidad. El presidente Sebastián Piñera dijo que se trataba de una “creciente epidemia” durante su discurso al país.

Empresas como McDonald’s, Kentucky Fried Chicken, Burger King o Domino’s Pizza, entre otras, se hicieron un lugar en Chile tan pronto acabó la dictadura militar en 1990. Sin embargo, el problema parece ser más el cambio de los hábitos alimentarios de los chilenos y no la proliferación de McDonald’s. Además de los locales de comida rápida, aparecieron los supermercados ofreciendo una amplia variedad de productos procesados. Y como había más dinero, aumentaba también el consumo.

Las hamburguesas y las pizzas –absolutamente ausentes de la dieta chilena- rápidamente se convirtieron en la comida habitual de los fines de semana. Los bebés, que antes se alimentaban con fruta y zumos naturales, comen ahora yogurts, pasteles procesados y postres ricos en calorías.

Los chilenos también consumen más cerdo, ternera, pollo asado, patatas fritas, refrescos y productos con una alta cantidad de azúcar. Las ensaladas y las verduras comienzan a desaparecer de la mesa y el precio del pescado lo hace prohibitivo.

Los sondeos de la última década indican que la obesidad es mayor en los grupos de menores recursos y dos veces más frecuente en adultos que sólo acabaron la educación secundaria. El consumo de frutas y verduras en los hogares más pobres es sólo la mitad del que consumen las familias con más dinero.

“Los coches, la televisión, los electrodomésticos y los servicios de transporte más cercanos a casa han creado una sociedad más sedentaria. La vida moderna da menos tiempo para cocinar o hacer ejercicio”, afirma el doctor Tito Pizarro, director del área de alimentos y nutrición del ministerio.

Los estudios muestran que casi el 90 por ciento de los chilenos lleva una vida sedentaria y entre los grupos de edad y de ingresos, la obesidad es más común entre las mujeres que los hombres. En marzo pasado, el congreso chileno dio luz verde a un proyecto de ley para incluir etiquetas de advertencia en productos ricos en grasas, azúcar, sodio y otros ingredientes peligrosos. Si finalmente es aprobada, estos productos no se podrán vender, distribuir ni promover en el sistema escolar.

Las empresas tampoco podrán usar la estrategia de regalar juguetes o figuritas para atraer a los niños menores de 12 años. Y las escuelas tendrán que incluir hábitos de nutrición en sus programas y exigir al menos seis horas semanales de educación física.

Otro proyecto de ley, presentado en junio de 2008, exige que las escuelas tengan un “kiosco de productos saludables”. Esta normativa no ha avanzado.

El gobierno se propuso en el año 2000 reducir la obesidad de los niños de primero de primaria de 12 a 12 por ciento. Han pasado diez años y los niños obesos llegan al 22 por ciento. ¿Qué ha pasado?Según Pizarro, las escuelas se han preocupado más de preparar a los alumnos para que obtengan buenos resultados en los exámenes nacionales que en fomentar la actividad física. En todo ese tiempo, han seguido consumiendo galletas, patatas chips y refrescos. Más aún, “el ambiente escolar no promueve un estilo de vida sano porque los profesores prefieren que los niños no corran durante el recreo para evitar accidentes. Finalmente, los niños dedican más tiempo a comer que a jugar”.

En mayo, los ministerios de salud y educación anunciaron un programa que ofrecería incentivos económicos y equipamiento a las escuelas que aumentaran las clases de educación física a seis horas o que dejaran de vender comida chatarra a los alumnos. Un plan similar se puso en marcha en el 2006 y no ha tenido ningún efecto en los hábitos de los niños.

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