'Mi nombre es Refugiado', el relato del dolor de los parias que sangró la Guerra

  • En un viaje desde Turquía y Grecia hasta Croacia, pasando por Macedonia, Serbia y Hungría, las autoras han caminado juntos a los vivos y recordado a los muertos

    Este libro es periodismo, no un manual de historia. No vayan a buscar grandes discursos vacíos, ni explicaciones peregrinas a la guerra, la violencia o la desidia política.

Un joven migrante camina sobre la nieve en un refugiado de Belgrado (Serbia) el 11 de enero de 2017 (AFP PHOTO / ANDREJ ISAKOVIC)
Un joven migrante camina sobre la nieve en un refugiado de Belgrado (Serbia) el 11 de enero de 2017 (AFP PHOTO / ANDREJ ISAKOVIC)

El año 2016 fue el escenario para una de las primeras grandes tragedias que marcará este siglo. Una tragedia en la que afortunadamente hubo testigos, y algunos de ellos cualificados, que han podido dar fe del drama que parte de la Humanidad ha afrontado por culpa o desidia de otra parte.

Conocía a Irene L.Savio (Roma, 1982) en la capital de Crimea, Simferopol, en un taxi infecto al que se desplazaba para entrevistar a una ucraniana de pelo rojo, disidente de la anexión rusa de ese territorio. Inquieta, constante, imparcial, capaz de brindar verdad en cada palabra de sus crónicas en el Periódico de Catalunya, tal como si hubiera llorado en cada línea.

A Leticia Álvarez Reguera (Valencia, 1983), reportera de Antena 3 y La Voz de Galicia, la recuerdo en un bar de ocasión cerca de una plaza llena de cosacos mientras entrevista con delicada insistencia a Nara, una joven representante de los tártaros de Crimea, que hace ya mucho tiempo que no puede volver a la tierra de sus padres.

Ambas son las autoras de Mi nombre es Refugiado (Crónica de un exilio, UOC), un libro que golpea como una patada en el pecho, ya que nos pone frente al drama de un viaje infame, el que los afortunados europeos obligamos a emprender a cientos, miles de criaturas, que trataban de escapar de la guerra, del hambre, de las violaciones, de las ignominias que nunca seremos capaces de comprender.

Mi nombre es Refugiado, cuya portada ilustra el fotoperiodista gallego Juan Teixeira debería ser de obligada lectura en las escuelas del primer mundo. Antes que las aventuras de el Lazarillo o cualquier otro clásico que le venga a la mente. Tenemos una generación creciendo que solamente se preocupa del último título de videojuego en salir a la venta, y cuya máxima ilusión es la última droga de diseño, la nueva postura sexual o el mejor atajo legal para desheredar a sus viejos.

Admito aquí que no he terminado aún de leer el libro, pero no me hace falta. Ni voy a esperar a llegar a la página 153 para hacerles partícipes de mis hallazgos de lector. Si saben rendir el juicio ante alguien que no sabe demasiado pero sigue llorando al ver el diminuto cuerpo de Aylan Kurdi moviéndose sin vida al ritmo de las olas, acudan a conocer cómo se las gasta la realidad de la migración más miserable.

En un viaje desde Turquía y Grecia hasta Croacia, pasando por Macedonia, Serbia y Hungría, las autoras han caminado juntos a los vivos y recordado a los muertos. Han puesto voz a las yazidíes violadas por yihadistas, han contado la ruina que carcome las mentes y las vidas de los que huyen sin mirar atrás. Han abrazado a los niños que, todavía hoy, siguen sin saber porqué sus seres queridos ya no se acercan a arroparlos cada noche.

Los capítulos del libro se centran en los principales países interesados por las rutas migratorias de las personas que integraron el gran éxodo a Europa. Este libro es periodismo, no un manual de historia. No vayan a buscar grandes discursos vacíos, ni explicaciones peregrinas a la guerra, la violencia o la desidia política. No trata de eso. 

En los hechos relatados en esta obra, previos a agosto de 2016, se recogen historias vividas junto a sus protagonistas, humanidad a raudales para que el lector sepa que no vive solo, ni debe hacerlo si quiere que su existencia llegue un día a valer la pena. 

Y para cerrar este grito cierren los ojos, y pongan a escuchar en su cabeza una canción: "Yo no sé que me han hecho tus ojos", interpretada por Gardel. Era lo que escuchaba en Damasco una mujer llamada Fátima. A ella van dedicadas estas pobres líneas.

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