Oslo, una dolorosa memoria que sentó inamovibles bases para la paz

  • El XX aniversario de los históricos acuerdos de Oslo pasa casi desapercibido entre los palestinos, y más aún entre los israelíes, aunque sus bases políticas sigan tan vigentes como hace dos décadas y formen parte de las actuales negociaciones.

Elías L. Benarroch

Jerusalén, 13 sep.- El XX aniversario de los históricos acuerdos de Oslo pasa casi desapercibido entre los palestinos, y más aún entre los israelíes, aunque sus bases políticas sigan tan vigentes como hace dos décadas y formen parte de las actuales negociaciones.

"¿Qué es lo que deberíamos celebrar exactamente?. La paz nunca la vimos. Lo único que trajeron fue más y más terrorismo", afirma David Pilsk, un vecino de Jerusalén que hoy estaba volcado en los preparativos del Yom Kipur, la jornada más sagrada del judaísmo que comenzará al atardecer.

Ocupado en las últimas compras antes del tradicional ayuno, Pilsk esboza una sonrisa de incredulidad al oír hablar de "Oslo". Su cabeza está sin duda en otro lugar.

Ni siquiera los principales periódicos israelíes, repletos hoy de materiales del 40 aniversario de la Guerra del Yom Kipur, mencionan la efemérides que en su día sentó las bases para la paz entre israelíes y palestinos.

Fue el 13 de septiembre de 1993 cuando los ya fallecidos líderes israelí Isaac Rabin y palestino Yaser Arafat se dieron un tibio apretón de manos en la Casa Blanca para señalar el comienzo de un nuevo período, y apadrinaron la firma de un acuerdo que creó la Autoridad Nacional Palestina (ANP) como entidad política transitoria.

"El acuerdo permanente (...) debía haberse firmado en mayo de 1999. Llevamos sólo catorce años de retraso", recuerda hoy, con ironía, un pequeño anuncio del bloque pacifista "Gush Shalom" en el periódico "Haaretz".

Los obstáculos que extremistas de ambos pueblos pusieron a la reconciliación -Rabin pagó con su propia vida- tiraron abajo el proceso, que desembocó en 2000 en el peor enfrentamiento armado en la zona, la Intifada de Al Aksa.

Nacido en 1989, el palestino Amjad Jalil, de la aldea de Yabel Mukaber, en Jerusalén este, tenía por aquél entonces 11 años. De Oslo ni siquiera puede acordarse.

"Sé que existen y que los israelíes no cumplieron sus promesas y siguen robándonos nuestra tierra. Frente a nuestra aldea construyeron Har Homá", sentencia en una corta conversación en la que alude a uno de los asentamientos que más contribuyó al descarrilamiento de la paz.

De ese difícil período, en el que hasta los israelíes y palestinos más pacifistas perdieron la inocencia, cada parte prefiere acordarse de sus propias heridas.

Los palestinos recuerdan las humillaciones y la desposesión; los ataques de colonos; las demoliciones de casas; las restricciones de agua; las barreras (entre ellas la que separa toda Cisjordania); las redadas y operaciones militares; las muertes de miles de milicianos y civiles; y, sobre todo, el temor a que la solución de dos Estados se disuelva por los asentamientos (hay cinco veces más colonos que hace 20 años).

"La comunidad internacional creyó (entonces) en cualquier proceso que sentara juntas a las dos partes, ignorando la inmensa disparidad entre ocupante y ocupado, y cerrando los ojos a (...) las violaciones israelíes del derecho internacional", explica el negociador palestino, Saeb Erekat, en una declaración con motivo del aniversario.

A su juicio, "la mayor parte del fracaso de Oslo se debe a la impunidad de Israel" y sólo si la comunidad internacional deja de tratarle "como un Estado que está por encima de la ley" las dos partes podrán negociar de igual a igual.

Para los israelíes, "Oslo" es sinónimo de "terrorismo" y de "fanatismo islámico", y apelan a las cifras de muertos sin precedentes que sufrieron desde entonces en incontables atentados y a los miles de cohetes disparados desde Gaza y que hoy amenazan más de la mitad de su territorio.

"Para alcanzar una solución hay que mirar hacia adelante y hacer un esfuerzo para conseguir el final del terrorismo y de la violencia. Con ello se conseguirá la solución de dos Estados: uno para el pueblo judío y otro para el pueblo palestino, uno al lado del otro en coexistencia, reconciliación y cooperación", sostiene Igal Palmor, portavoz israelí de Asuntos Exteriores.

Pese a que, efectivamente, muchos de los objetivos marcados en Oslo quedaron en papel mojado, dos de sus artífices, el actual presidente israelí, Simón Peres, y el asesor presidencial palestino Nabil Shaat, salieron esta semana en su defensa.

Sin Oslo, cree Peres, Israel estaría hoy "en una situación terrible", tendría "un único campo árabe, enemigo" y no existiría un presidente palestino, como Mahmud Abás, dispuesto a sentarse a hablar.

Mucho más crítico que él, Shaat reconoce sin embargo que "hubo algunas cosas positivas (...) como que los temas importantes fueran puestos en la agenda para alcanzar un acuerdo definitivo".

Y es que a pesar del fracaso en su aplicación, y del sufrimiento acumulado en ambas partes, la importancia de Oslo radica en su esencia, tan viva hoy como antes y que, con pequeñas adaptaciones, ha formado parte de todas las conversaciones desde entonces, incluidas las iniciadas en julio pasado.

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