La democracia es frágil y esa vulnerabilidad la expuso cientos de simpatizantes de Donald Trump invadiendo el Capitolio cuando se debía celebrar la victoria de Joe Biden. Una jornada de caos que pasará a la historia de los Estados Unidos como una de las más tristes y vergonzosas. Y para que una democracia funcione necesita que sus partidos estén a la altura de responder a las inquietudes de los ciudadanos por la vía del compromiso.
Los eventos de la tarde del 6 de enero dejan así completamente al desnudo a un Partido Republicano, que hace dos años ya vio como perdió el control de la Cámara de Representantes -y ahora también el Senado-, por aliarse sin fisuras con la retórica de Trump. La oposición conservadora está completamente partida, una fractura que empezó a hacerse visible tras la derrota en las presidenciales y que fue haciéndose más evidente conforme se cuestionaba la legitimidad de Biden.
Y tras cuatro años arropando sin contemplaciones a Donald Trump, sus figuras más poderosas tomaron distancia cuando la victoria de Joe Biden ya era inevitable. El vicepresidente, Mike Pence, y el líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, hicieron el miércoles antes de la irrupción de las protestas algo que deberían haber hecho el pasado verano: oponerse de una manera decidida a su claro intento por hacer descarrilar el proceso democrático.
Con la voz partida, McConnell llegó a decir desde el hemiciclo que la democracia estaba a punto de entrar en una espiral mortal si los republicanos, los perdedores, seguían cuestionando el resultado de las elecciones sobre las base de unas alegaciones completamente falsas. “Los electores, los tribunales y los estados han hablado”, repitió al abrir la ceremonia. Pence envió también una carta a los miembros del Congreso desoyendo completamente a Trump.
La violencia y el caos que se apoderó del Capitolio materializaron esos miedos. “Una cosas son las protestas pacíficas”, comentó Mick Mulvaney, quiera fuera jefe de gabinete de Donald Trump, “otra completamente distinta es arramplar con el Capitolio”. Pero pese al daño que se estaba haciendo a la democracia, un número importante de republicanos decidió no certificar el resultado electoral en los estados de Arizona y Pensilvania. Entre ellos el senador Ted Cruz.
Adam Kinzinger no quiere esperar al traspaso de poder al 20 de noviembre para “poner fin a esta pesadilla”. El republicano por Illinois fue el primero en pedir que Donald Trump sea retirado de la Casa Blanca utilizando los poderes de la Enmienda 25 de la Constitución. Acusa directamente al presidente de haber causado esta situación. Por eso considera que debe ceder el control del ejecutivo voluntaria o involuntariamente”. Pero no será suficiente.
El Partido Republicano mantuvo una actitud indulgente con Trump mientras le interesó. McConnell utilizó incluso al presidente para impulsar y sacar adelante la agenda conservadora en el Congreso mientras Pence trataba de no contradecirlo en público. Por eso el distanciamiento de ambos fue chocante y se vio como un desafío a un Trump que estaba políticamente acabado, pese a haber conseguido el respaldo de 74 millones de electores.
El partido debe saber si su centro de gravedad está en el extremismo alimentado por Trump o en la posición moderada de senadores como Romney
Pero era demasiado tarde. Los eventos de las últimas horas en Washington pusieron en evidencia que en este momento hay dos naciones en EEUU y que el gran reto para los dos partidos pasar por sanar las heridas, para unirlas. Pero el Partido Republicano debe entender antes dónde está realmente su centro de gravedad, si en el extremismo alimentado por Donald Trump o en la posición moderada de senadores como Mitt Romney.
En esa búsqueda del punto medio, los conservadores deberán dar un con nuevo líder que les guíe y represente un retorno a la normalidad frente al lenguaje derogatorio de Trump. Como decía el senador republicano Tom Cotton, pasó el momento de seguir engañando de los estadounidenses. Se refería a las denuncias de fraude electoral, pero las mentiras y su aceptación por parte del partido fue una tónica desde que lo eligió como candidato a las presidenciales de 2016.
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