Conflicto EEUU-Irán

¿Quién manda en Irán? Del ayatolá Jamenei a la Asamblea de los Expertos

Alí Jamenei
Alí Jamenei
Europa Press

Irán, junto a Irak, es considerado una de las cunas de la civilización, con varios miles de años de historia: desde los antiguos sumerios al reino de Elam, pasando por las dinastías meda, aqueménida, parta, sasánida, la conquista de Alejandro Magno, la reconquista musulmana en el siglo VII y los posteriores imperios... hasta llegar a la actual república islámica. Un proceso lento y, a menudo, doloroso, que ha transformado de cabo a rabo uno de los núcleos de la antigua Persia en la moderna sociedad iraní. Por eso, resulta interesante conocer cómo se organiza el 18º Estado con mayor extensión del planeta y quién ostenta el poder en un país que ha vivido en el siglo XX sus cambios más profundos.

Entre conquistadores como Alejandro Magno, emperadores y reyes, Irán seguía siendo una monarquía autocrática hasta bien entrados los años 70. Pero desde la Revolución Islámica de 1979 y tras siete décadas de la dinastía Pahlaví en el poder, Irán ha adoptado la forma de república islámica, de acuerdo con la Constitución firmada de ese mismo año: un Estado teocrático en el que los ayatolás ("señal de Alá", según la doctrina clerical chií) ostentan el poder y el gobierno del pueblo.

Se trata de un sistema que abarca varios órganos directivos conectados entre sí. Por un lado, está el líder Supremo de Irán, cargo instaurado por Ruhollah Jomeini en 1979 y actualmente en posesión del ayatolá Alí Jamenei, quien es responsable de la supervisión de las políticas generales de Irán. También actúa como comandante en jefe de las fuerzas armadas y controla las operaciones de inteligencia y la seguridad del estado. De él dependen aspectos que otros jefes de Estado (como el Rey, en España) no pueden asumir: nombrar y cesar a los máximos representantes judiciales de Irán, quién preside la televisión pública del país y, en última instancia, tiene potestad para declarar la guerra a otro país (algo que en España no podría hacer Felipe VI sin la autorización previa de las Cortes).

Luego está el presidente de la República. Tiene mucho menos peso que otros presidentes de Gobierno del mundo y solo puede resultar electo de entre los candidatos que propone el Consejo de Guardianes, un órgano que funciona al estilo del Partido Comunista en China: se necesita su aprobación para presentarse a unas elecciones generales (que son por sufragio universal, eso sí) y presidir el Gobierno, pero también se requiere de su apoyo para ser líder Supremo de Irán. El mecanismo para evitar purgas o golpes internos, es que el líder Supremo designa a seis de los 12 miembros del Consejo de Guardianes, asegurando un cierto equilibrio de fuerzas en caso de disputa interna.

El presidente de la República (actualmente, Hasán Rohaní) es elegido por mayoría absoluta en sufragio universal para un mandato de cuatro años, durante los cuales somete sus políticas a control parlamentario. Irán es una república unicameral, por lo que sus 290 diputados se encargan de aprobar la legislación interna, los tratados internacionales los presupuestos. Sin embargo, todo lo que se aprueba en el Parlamento pasa después al Consejo de Guardianes, que decide si refrendar o no cualquier medida. En la práctica, esto supone que este órgano actúa como cualquier Cámara Alta de otro país (como el Senado, en España), pero también implica que el poder real del Parlamento es escaso. De hecho, las candidaturas de los diputados durante las elecciones también deben ser aprobadas por el Consejo de Guardianes.

El objetivo último de esta organización del poder en Irán es preservar el orden teocrático que impera desde hace cuatro décadas. Por eso, existe otro órgano paralelo con un poder análogo al del Parlamento: la Asamblea de los Expertos, formada por 86 clérigos "virtuosos y doctos" que se reúnen semanalmente para tratar los asuntos de Estado y asesorar al líder supremo, al cual eligen de entre sus miembros. Tanto el líder supremo como la Asamblea de Expertos deben asimismo contar con el beneplácito del Consejo de Guardianes. 

Y, a pesar de lo enmarañado e interdependiente que pueda este sistema, lo cierto es que en Irán funciona. Al menos, para dotar de estabilidad al país. El problema es que, a la hora de enfrentarse a un conflicto abierto con otro Estado, pueden surgir diferencias de opinión en la cúpula de los ayatolás. Por un lado, porque Irán ya conoce sus efectos: la guerra contra Irak (1980-1988) causó entre medio y un millón de muertos, dos millones de heridos y cuatro millones de desplazados. Por otro, porque su enemigo, Donald Trump, parece dispuesto a saltarse a la OTAN y la ONU para atacar Irán. Y eso dejaría a Teherán con escasa capacidad de respuesta internacional.

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