El país, en un punto de no retorno

Más allá del racismo: lo que no ven los analistas sobre el votante de Trump

Muchos blancos quieren mantener los valores fundacionales que hicieron grande al país

El presidente Donald J. Trump en un acto de campaña en el aeropuerto Richard B. Russell de Roma, Georgia
El presidente Donald J. Trump en un acto de campaña en el aeropuerto Richard B. Russell de Roma, Georgia
EFE

Don Sherman, nacido en EEUU en 1934, no se explica cómo es posible que el 40% de los norteamericanos siga votando a Donald Trump. En una encuesta a sus lectores publicada este pasado domingo en 'The New York Times', Sherman afirmaba que "Trump es como una patada en la cabeza y un puñetazo en estómago".

Al igual que Sherman, también muchos analistas, periodistas y politólogos en EEUU y en Europa que se hacen la misma pregunta: ¿cómo es posible que haya tantos norteamericanos aplaudiendo al presidente más estrafalario de EEUU en los últimos años? Provocador, machista, racista, ignorante, cambiante, inculto, maleducado, amenazador, mentiroso… Se podrían seguir añadiendo calificativos.

Si uno lee los análisis de hoy, siguen estando en el mismo punto que el 6 de noviembre de 2016, cuando el mundo se levantó con la noticia de que Trump había ganado las elecciones. Puesto que las encuestas decían que no iba a ganar y se equivocaron, los analistas estudiaron entonces en qué se habían equivocado. Resultó que Trump había movilizado el voto de los blancos del medio oeste, con bajo nivel de educación y empobrecidos por la crisis, y que odiaban a la élites de la costa. Los habitantes del interior que antes votaban a los demócratas, ahora votaban a este republicano provocador. En resumidas cuentas, eran blancos racistas que temían la inmigración, que habían perdido sus puestos de trabajo por la globalización, que habían visto trasladar sus fábricas a México, que habían perdido sus ahorros, y que ahora estaban rabiosos. Su furia estaba creciendo, y cuando apareció Trump diciendo que había que hacer una América grande otra vez, corrieron en oleadas a votarle. 

Más o menos es lo que se sigue diciendo ahora. Los analistas de los grandes periódicos, desde 'The New York Times' hasta 'El País', pasando por el 'Frankfurter Allgemeine Zeitung' o 'Le Monde' siguen echándose las manos a la cabeza. ¿Cómo es posible?

“Trump es el presidente de los Estados Unidos porque la mayoría de la gente blanca en este país quería que lo fuera. Quizás algunos lo apoyaron a pesar de sus defectos obvios, pero otros sin duda vieron esos defectos como atributos loables”, afirmaba un columnista afroamericano de 'The New York Times' hace pocos días. Todo se resume entonces en una cuestión de racismo

Pero la pregunta ya no debería ser por qué le votan tantos blancos racistas, sino por qué en los últimos años han salido en masa detrás a votar a Trump sin complejos de que les llamen racistas

"Trump personifica al arquetipo del americano fundacional”, dice Manuel Moreno. “Toca las teclas del inconsciente colectivo del hombre blanco y su afirmación y pretensión de dominio", añade. Hasta ahora eso estaba disimulado. Ahora se hace sin descaro, añade Moreno.  

Ese americano blanco cree que lo que hizo grande al país fueron sus antepasados blancos que vinieron de Europa y crearon un país con una moral estricta (la religión sigue siendo fundamental), y sobre todo implantaron unos códigos sociales y políticos que han hecho grande al país.

Y que desde entonces hasta hoy, la historia de EEUU está llena de más éxitos que fracasos precisamente por esos valores fundamentales de los blancos de los cuales se benefician todos los que vinieron después. ¿Cómo se fraguaron esos valores?

Quizá una de las mejores explicaciones la dio Alexis de Tocqueville, un jurista francés que viajó por Norteamérica en 1831 y volcó sus reflexiones en un libro que es un tratado de sociología: "La democracia en América".

Para Tocqueville, lo que hizo grande a EEUU fue la emigración de peregrinos ingleses que se asentó en Nueva Inglaterra en el 1600. No eran aventureros. "Las otras colonias habían sido fundadas por aventureros sin familia; los emigrantes de la Nueva Inglaterra llevaban consigo admirables recursos de orden y de moralidad; se encaminaban al desierto acompañados de sus mujeres y de sus hijos. Pero lo que los distinguía sobre todo de los demás, era el objeto mismo de su empresa. No era la necesidad la que los obligaba a abandonar su país (Inglaterra); dejaban en él una posición social envidiable y medios de vida asegurados; no pasaban tampoco al Nuevo Mundo a fin de mejorar su situación o de acrecentar sus riquezas; se arrancaban de las dulzuras de la patria para obedecer a una necesidad puramente intelectual: al exponerse a los rigores inevitables del exilio, querían hacer triunfar una idea".

La mayor parte de los inmigrantes que llegaron a América del Norte entre el 1600 y el 1700 huían de persecuciones religiosas y políticas. Eran ingleses, alemanes e irlandeses por ese orden de importancia.  

Pues bien, esa élite fue la que puso los fundamentos morales de ese país, tal y como lo conocemos ahora. Fueron ellos los que crearon los nuevos valores basados en el individualismo, el culto al trabajo, el sentido de la libertad, la democracia y usaban la moral cristiana como pegamento social. De hecho, para Tocqueville, la religión y la visión política de esos peregrinos estaban fundidas. "El puritanismo no era solamente una doctrina religiosa; se confundía en varios puntos con las teorías democráticas y republicanas más absolutas". Eran puritanos austeros que buscaban una tierra prometida. Eran los elegidos, según se desprende de la narración de Nathaniel Morton, uno de los primeros historiadores de aquella gesta bíblica. “Es preciso que [nuestros hijos] sepan cómo el Señor ha llevado su viña al desierto; cómo le preparó un lugar [EEUU], enterrando profundamente sus raíces, y la dejó en seguida extenderse y cubrir a lo lejos la tierra”.

A medida que esos pioneros se extendieron por el resto de la tierra americana, ese pegamento social fue con ellos, dando lugar a los fundamentos de la cultura americana como la entendemos hoy. Y más importante, su sentido étnico les mantuvo hegemónicos, a pesar de la llegada de otras etnias en esos cuatro siglos. 

Hoy los blancos suponen el 62% de los habitantes de un país de 320 millones de habitantes. Gran parte de ellos apela a la pureza de sus orígenes, y a la pureza de los valores que les permitieron desarrollarse y convertirse en la mayor potencia del mundo. "Es una reacción inconsciente y colectiva, que reconoce en Trump una fuerza primitiva de afirmación del ‘yo’ personal y colectivo del norteamericanismo", dice Moreno. Consciente o inconsciente, es un valor que está ahí y forma parte de la historia que se enseña en sus colegios.

Según un artículo de 'The Conversation' la proporción de blancos de la población estadounidense ha estado cayendo del 90% en 1950, al 60% en 2018. "Es probable que caiga por debajo del 50% en otros 25 años". De modo que si se pudiera definir el sentimiento colectivo de los blancos sería así: "El día en que los blancos faltemos, todo esto desaparecerá". Para los críticos eso solo alimenta una falsa teoría de la conspiración contra los blancos. Pero para los blancos radicales, el derribo de estatuas de pioneros, descubridores, fundadores y misioneros blancos es la prueba de que sí hay una amenaza.

Antes de morir en 2008, el sociólogo Samuel Huntington escribió el libro "Quiénes somos: desafíos de la identidad nacional estadounidense", donde expresaba su preocupación por las amenazas exteriores e interiores a EEUU. Las exteriores la representaban los países islámicos, y los grupos terroristas que afectaban la estabilidad y la cultura de Occidente. La amenaza interior la constituían los inmigrantes de origen latinoamericano que, tarde o temprano, podían modificar la cultura, la sociedad y la política de Estados Unidos.

Claro que también hay que decir que entre los principios fundacionales defendidos por los blancos está el de su declaración de independencia de 1776, que dice: "Todos los hombres han sido creados iguales, y están dotados por su creador de ciertos derechos inalienables, y entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". Esas creencias de considerar a todos “iguales” y dar oportunidades a todos en la tierra prometida, son las que han permitido a millones de personas emigrar a EEUU y prosperar. 

Y ahí es donde los partidarios de Trump se encuentran ante una contradicción: los principios que han hecho grande a EEUU y que ellos defienden, deberían permitir todas las cosas que detestan o les preocupan como la inmigración, la convivencia con otras religiones no cristianas y la aceptación de otras lenguas, culturas y valores. 

Esa esquizofrenia al final lleva a votar por una persona que se salta todas las normas de la política y del comportamiento social, como Trump, pero que les promete defender eso que a ellos les parece sagrado: "su" visión de América. Hacer América grande otra vez. Sin reflexiones. Volver a los fundamentos. Solo una persona extremista podía atrapar ese voto. Un republicano moderado no habría arrastrado tantos votos en las elecciones en 2016.

Para el votante blanco, culto, con educación universitaria y agnóstico de las grandes ciudades multirraciales de EEUU es un horror ver el comportamiento alocado, irrefrenable, inculto, lenguaraz, racista y provocador de Trump. Pero al votante religioso del interior, de pueblo, sin títulos universitarios, empobrecido por la crisis, que convive rodeado de vecinos blancos, eso ya le importa un pito. 

Puede gustar o no, pero detrás de las ideas de Trump hay millones de norteamericanos. Incluso si pierde Trump, todo lo que ha levantado hasta ahora no quedará sepultado. Vendrá otro político que lo recoja y hasta acentúe el abismo social.  

Por eso se dice que EEUU está viviendo una separación nacional como nunca antes. Es el segundo país más polarizado del mundo, después de España, según una encuesta de 2015 de Midwest Political Science Association (MPSA). Si uno ve las noticias, parece que las cosas han empeorado desde entonces. 

Thomas Schaller le dijo al columnista de 'Bloomberg' Francis Wilkinson en 2018: "Creo que estamos al comienzo de una guerra civil blanda". Desde entonces, la idea de la guerra civil de baja intensidad es algo que se cita con frecuencia en los análisis. David Kilcullen, ex asesor de Condoleezza Rice habla claramente de "revueltas violentas" después de las elecciones. Lo que está claro es que gane quien gane, Estados Unidos ya ha llegado a un punto de no retorno.

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