El músculo de Riad es más resistente

Rusia, Arabia Saudí y EEUU: triada de poderes en la guerra del petróleo

Petróleo
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A la inquietante evolución del Covid-19 por medio mundo se une la inestabilidad del precio del petróleo que está provocando un auténtico tsunami en los mercados internacionales. Cuando la geopolítica y la Bolsa se unen, poco bueno puede suceder. La bajada del precio del crudo en un 30%, desde el pasado domingo, supone un encuentro planetario de imprevisible efecto sobre las economías de medio mundo. El lunes, en apenas unos minutos, el barril Brent se situó en los 31 dólares desde los 45. Este fue el momento en que Wall Street decidió que había que tomarse un respiro y suspender la cotización de todos los valores. Con el precio ahora estabilizado, parece que, en los 35-37 dólares, se abre un abanico de escenarios que condicionarán la evolución de la economía en prácticamente todas las capitales del planeta.

Aunque pueda parecer lo contrario, el epicentro de la sacudida estaba a bastantes miles de kilómetros de Wall Street, concretamente en las frías cúpulas del Kremlin y el tórrido asfalto de Riad. Y es que Rusia y Arabia Saudí parecen haber trasladado a los parqués su tradicional rivalidad energética y política.

¿Cuáles son las claves de este desencuentro con tintes económicos? Principalmente, en este nuevo escenario, Moscú trata de consolidar su economía y papel de ‘neopotencia’ en el mundo energético. Sus números asustan, o gustan, según se mire.

Rusia es el segundo mayor exportador de crudo del mundo, despachando además el 70% de todo el petróleo producido. Además, es el octavo país con mayores reservas probadas. Es también el tercer productor mundial de productos refinados del petróleo. Por si fuera poca su importancia en el mercado del crudo, es en el gas donde Rusia ejerce un liderazgo mundial, siendo el primer exportador de gas natural y, lo que geopolíticamente es más importante, es el principal suministrador de energía a la UE.

Con estas cifras podríamos entender que Moscú es quien debería dominar la política energética del mundo, incluso por encima de la OPEP, con quien siempre ha mantenido una relación de amor-odio muy peculiar. El amor siempre se ha dado cuando la acción del mayor cartel petrolero del mundo mantiene los precios altos, razonamiento válido hasta la llegada del coronavirus a nuestras vidas.

¿Cuál es la razón? Una producción estable permite aumentar los márgenes sobre un negocio en el que cualquier dólar que entre, una vez asumidos los costes de producción y comercialización, supone una fuente limpia - a pesar de su origen fósil - de ingresos para las compañías privadas. En el caso ruso, a nadie se le escapará la delgada línea que separa a las mismas del Gobierno de la nación, por lo que, a mayor petróleo en el mercado, mayor es el beneficio para el Estado.

El odio llega cuando la política de contención de la OPEP choca con los intereses rusos. Es este envite, la semana pasada la OPEP sugirió a sus socios integrantes aumentar la producción, en su conjunto, en más de 10 millones de barriles diarios. Un movimiento interesante puesto que trataba de ajustar demanda y oferta a las nuevas circunstancias de la situación de epidemia en el gigante asiático que, entre otros efectos, ha conseguido ralentizar la economía mundial, gripando antes a la economía y la potencia industrial de China.

Pero en este negocio no existe buenismo alguno. A cambio, Riad se preparaba para ofrecer aun mayores descuentos bilaterales a zonas geográficas y países determinados. Es la geopolítica del petróleo, aquella que permite ofrecer precios de adquisición más bajos en función del interés o el poder que cada país sea capaz de ejercer.

Si no produces, ¿para qué necesitas la energía? Pues realmente para nada, de ahí que Arabia Saudí esté interesada, como medida de presión hacia Rusia, en aumentar la producción, aun a costa de bajar más los precios con tal de que le compren su petróleo.

Con una reducción así, aun perdiendo proporcionalmente dinero, tratarían de reactivar la demanda, lo que provocaría, a medio plazo, la estabilización del precio del crudo en niveles anteriores a la crisis pandémica. Como segundo objetivo realizarían una exhibición de fuerza para dejar bien claro quien manda aquí. El objetivo saudí no es otro que evitar un nuevo descalabro del precio del petróleo, que puede verse cercano a los 20 dólares por barril como alguien no lo evite, o el coronavirus continúe aniquilando economías con mayor virulencia que vidas humanas.

También cabe preguntarse la razón por la que Arabia Saudí se atreve siquiera a pensar en una medida tan radical. La razón es clara. El Estado saudí posee una ventaja competitiva esencial en la batalla por el poder del petróleo. Sus costes de producción son realmente bajos, por lo que puede permitirse mantener precios mundiales casi a pérdida, sin que cunda el pánico entre sus clases dirigentes.

Para hacernos una idea, Arabia Saudí puede producir petróleo a un precio inferior a 10 dólares y aun así seguiría obteniendo beneficio. Una acción así expulsaría del mercado automáticamente a gran parte de sus competidores como Brasil, Colombia o todos los productores del Mar de Norte que, aun teniendo grandes reservas, tienen que extraerlo a grandes profundidades, lo que encarece notablemente el coste.

Incluso los Estados Unidos podrían verse afectados. Aquí hay un punto que gran parte de los analistas confunden. Si bien es cierto que el fracking ha supuesto una auténtica revolución geoestratégica en el mercado energético mundial, sigue siendo menos eficiente que la extracción de petróleo en Arabia. Gran parte de los operadores norteamericanos no pueden producir por debajo de los 30 dólares sin perder dinero, por lo que en el futuro será esta barrera, la de la treintena de billetes verdes, la que marque la evolución de la crisis.

Ya ocurrió hace tres años cuando el fracking americano marcó su principal logro geopolítico: fijar el precio del barril en 70 dólares. Cierto es que, por debajo de esta cantidad, dejaban de ser rentables, pero no es menos cierto que también señalaron un techo en el precio. Por encima de este valor producirán ellos. Estados Unidos, la Nación, se aseguraba precios estables para su economía. Todo un logro que reduce considerablemente la incertidumbre para una economía altamente intensiva como la norteamericana.

Hay algo que han demostrado las crisis energéticas basadas en los precios de los últimos años. Siempre hay un ganador y no es otro que el país americano. EEUU - la Nación - decidió hace ya muchos años que no le importaba la nacionalidad de la energía. Ni siquiera la suya. Para muestra un botón, y si no que se lo digan a los venezolanos o a los mismos productores estadounidenses que cayeron durante este proceso de marcación artificial de techo energético global.

Le importa el precio. Si puede acudir a los mercados internacionales y adquirir crudo por debajo de los 30 dólares gana. Si en lugar de acudir a los mercados internacionales lo adquiere a sus productores nacionales a este mismo coste, vuelve a ganar. Como siempre, en el juego de la economía mundial, si hay una solución en la que ganan todos, esa será la mejor de las opciones posibles y Estados Unidos - la Nación - lo hace siempre.

Por último, quizá el único elemento que realmente puede preocupar a los saudíes es la seguridad en el suministro a sus países compradores. De ahí el nerviosismo que atenazó Riad cuando se produjeron los ataques terroristas en septiembre de 2019 en las instalaciones petrolíferas en Abqaiq. Este hecho provocó un aumento instantáneo del precio del crudo, además de cundir la alarma y pánico en los mercados energéticos de medio mundo.

Este sí es un problema para Arabia Saudí, que tiene el petróleo casi como un regalo divino, dispuesto para venderlo a todos aquellos que necesitamos de su oscuro maná. Quizá Rusia se equivoca en su aproximación, puesto que el músculo saudí es mucho más resistente que el suyo.

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