Maduro se la juega en las legislativas 

Un aeropuerto de lujo con PCR gratis en Venezuela... y ciudades sin agua ni luz

Pocos aeropuertos del mundo tienen medidas sanitarias tan estrictas y eficaces para controlar la pandemia como el Simón Bolívar. Pero el sueño acaba ahí.

Carlos Salas
Un aeropuerto de lujo con PCR gratis en Venezuela... y ciudades sin agua ni luz
Carlos Salas

Los pasajeros que desembarcan en el aeropuerto internacional Simón Bolívar en Maiquetía, cerca de Caracas, forman una larga cola en la que unos funcionarios les 'invitan' a mantenerse sobre las pegatinas adosadas al suelo. Mientras avanzan escuchan agradables villancicos venezolanos, hasta que llegan a un cubículo de dos metros cuadrados con cortinas de tiras de plástico transparente. "Entre en la cabina, cuente tres segundos y avance", dice el responsable de examinar su temperatura. Al entrar, un gas de cloro les baña suavemente; al salir, un funcionario vestido con una bata azul les invita a situarse en cola, mantener la distancia y esperar su turno. Entonces, otros funcionarios parapetados tras unas mesas anotan nombres, direcciones, teléfonos y piden a los pasajeros entregar el test PCR realizado en origen. De ahí, pasan a un grupo de médicos que les hacen otra prueba PCR. "Le enviaremos los resultados a su móvil entre las próximas 24 y 48 horas", anuncian. 

"Hoy hemos hecho unos 600 test", dice una de las funcionarias que recogen los datos. Después, en la sala de equipajes, los pasajeros se encuentran sus maletas perfectamente ordenadas y otro funcionario comprueba el número del billete y les entrega el equipaje: "Bienvenido a Venezuela".

Pocos aeropuertos del mundo tienen estas medidas sanitarias tan estrictas y eficaces para controlar a pandemia. Y gratis.

Pero el sueño acaba ahí. Cuando salen del aeropuerto, que acaba de ser remodelado, y suben a Caracas, los pasajeros se encuentran con una ciudad rota. Calles llenas de huecos, alcantarillas sin tapas, aceras desdentadas, semáforos apagados y basura, mucha basura, desperdigada por las calles. "La gente se lleva las bolsas y deja la basura tirada", cuenta a La Información María Eugenia, propietaria de una casa que alquila a los turistas, "las bolsas son muy caras". A veces se ven grupos de niños rebuscando comida entre los desperdicios. Es como si la ciudad viviera en tiempos del posapocalipsis.

Desde hace muchos años, incluso antes de la llegada de Chávez, Caracas es una ciudad dividida como dos planetas remotos y distantes: por un lado los "ranchitos" (chabolas); por otro lado, espléndidos edificios y casas. Ahora no se sabe dónde está la frontera de las diferencias. El agua se corta periódicamente en muchos barrios ricos y pobres; el fluido eléctrico falla por horas en cualquier parte de la ciudad, y la señal telefónica (e Internet) es defectuosa. Movilnet tenía el eslogan de "La señal que nos une", pero los venezolanos dicen con sorna "La señal que nos hunde".

Algunos habitantes de las zonas residenciales perforan la tierra para succionar agua de las capas freáticas, porque se da la paradoja de que en Venezuela sobra el agua… subterránea. También instalan equipos electrógenos que entran en funcionamiento cuando falla el fluido normal.

Los pobres, que no tienen ni una ni otra cosa, consiguen agua en bidones como pueden y cocinan con leña, como lo hicieron sus antepasados en tiempos prehistóricos. Igor Morr, un médico entrevistado por eldiario.com afirmaba que puede ser peor que el tabaco. "Al mantenerse estos efectos durante varios años, aparecen daños crónicos en las paredes de los bronquios, del bronquiolo y del alveolo pulmonar", alertaba.

Por fortuna, los mercados están llenos de comida. En el mercado de abastos de Quinta Crespo, al este de Caracas, se encuentra de todo: verduras, carnes, pescados, frutos secos y, ahora, hojas de plátano que los venezolanos emplean para hacer hallacas, el plato de Navidad. Pero la cochambre invade el mercado por dentro y por los alrededores: el suelo está sucio, con adoquines rotos y agujereados, con restos de verduras pisoteados por los clientes. Los pescados y las carnes están en refrigeradores de cristales sospechosamente opacos que no han sido limpiados en meses. Cuando algunos camiones descargan productos como quesos sin plastificar, las moscas hacen su festín. Las condiciones sanitarias son mínimas.

Aunque todos los vendedores tienen "tapabocas" (mascarillas), algunos se limpian los estornudos con la mano y luego tocan el género. "¿Quiere probar un poco?”, dice un vendedor de verduras que acaba de estornudar.

Los gatos corretean de una tienda a otra. En una esquina del mercado bastante lúgubre hay un mercado de animales vivos hediondo como un establo: gallos, gallinas, palomas, codornices… Las jaulas están unas encima de otras de modo que los de arriba hacen sus necesidades sobre los de abajo, una alegoría de lo que pasa en el país. "Aquí se compran muchos gallos para hacer ritos de santería", confiesa una compradora.

Y aun así, los caraqueños pueden decir que son unos privilegiados. A cientos de kilómetros, la calurosa ciudad Maracaibo sufre mucho más. Con una temperatura media mucho más alta, no tener aire acondicionado convierte la vida diaria en un infierno. La humedad y el espantoso calor pudren los productos en cuestión de minutos.

Entre abril y septiembre de este año hubo más de 84.000 caídas eléctricas en Venezuela, según denunció el Comité de Afectados por los Apagones. En ese período de cuarentena, en el estado Zulia, donde está Maracaibo, se reportaron alrededor de 20.000 cortes del suministro.

Todo es culpa del "bloqueo"

Para el Gobierno, todo esto es culpa del "bloqueo". Dispuestos a imitar el modelo cubano en todas las esquinas, a Nicolás Maduro le faltaba un embargo o algo parecido para justificar ante el mundo la perversidad 'gringa', y la inocencia venezolana. Ese día llegó a principios de 2019, cuando Donald Trump aprobó una orden ejecutiva por la cual toda persona física o jurídica, dentro y fuera de EEUU, que comercie con el Estado venezolano será sancionada en y por EEUU. Eso incluía desde comprar petróleo venezolano hasta venderles galletas María.

A Maduro se le encendió la luz: ahora ya tenemos nuestro embargo. Técnicamente no lo es, puesto que las empresas venezolanas pueden importar y exportar lo que quieran y de dónde quieran. De hecho unos "bodegones" (supermercados de lujo) llamados 2Doce están repletos de galletas americanas y españolas (de Gullón), pescado, pulpo, carne y vino.

Pero si a una empresa se le ocurre vender una galleta María al Estado venezolano, se arriesga a no vender ni un chicle en EEUU. Ese es el "bloqueo", una palabra que ha servido para dar un chute de rabia a las filas del chavismo, y esgrimir la injusta opresión para ganar las elecciones legislativas del próximo domingo 6 de diciembre.

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