Zapata se pasa al turismo en Chiapas

  • Rostros con pasamontañas adornan las paredes de cafés y bares en San Cristóbal (Chiapas), donde vendedores ambulantes venden muñecos del subcomandante Marcos. La exaltación del misterioso líder del movimiento guerrillero ha impulsado la economía de esta localidad, pero no todo el mundo lo ve con buenos ojos.
Myles Estey | GlobalPost

(San Cristóbal de las Casas, México). Hace dos décadas, San Cristóbal de las Casas era una adormilada ciudad de provincias en el sureño Estado mexicano de Chiapas, apenas un punto en las rutas de los mochileros. Hoy en día recibe un flujo regular de visitantes extranjeros. Pero en la región hay sentimientos encontrados sobre la legitimidad de ganar dólares con los turistas y aprovecharse de un movimiento popular que lucha precisamente, entre otras cosas, contra el capitalismo (o la comercialización).

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) irrumpió en la escena internacional en 1994, el primer año del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Los zapatistas creen que el acuerdo privó de derechos a los granjeros indígenas, favoreciendo en cambio los objetivos neoliberales de los Gobiernos de EEUU, Canadá y México.

Desde entonces, los zapatistas luchan por la tierra y por la igualdad de derechos de los habitantes indígenas de Chiapas, librando su combate en la región y a través de redes de solidaridad en todo el mundo.

En los años posteriores al levantamiento una multitud de visitantes internacionales pasaron por San Cristóbal, que sirve como base oficiosa para las personas que quieren visitar al movimiento. Activistas políticos y simpatizantes de todo el mundo acudieron a la ciudad para observar o ayudar a los zapatistas. Otros llegaron como emisarios, y miles de personas acudieron a los encuentros internacionales que el EZLN celebró a mediados de la década de 1990.

El perfil de los turistas se ha despolitizado significativamente con el tiempo, pero el interés general de observar de cerca a los zapatistas hace que las habitaciones de los hoteles y los restaurantes continúen llenándose de extranjeros.

Luis Antonio de la Cruz, que dirige un popular hotel en San Cristóbal, asegura que el 80 por ciento de los visitantes conocen el movimiento cuando llegan a la ciudad y que un 20 por ciento “está realmente interesado en conocer el movimiento zapatista y sus gentes”.

Daniel, un polaco de 26 años que está viajando durante dos años alrededor del mundo, se desvió de su ruta para visitar la región zapatista. Sin embargo, tras ser obligado a enseñar sus documentos y responder algunas preguntas, un procedimiento rutinario para cualquiera de fuera que quiera entrar en la zona, se le denegó el permiso de acceso. A los zapatistas no les duelen prendas al decidir quién puede entrar o no en sus comunidades.

Para Daniel fue una decepción. “Me gusta el café de los zapatistas. En mi país se vende como comercio justo, y es orgánico”, afirma. “Por eso cambié mis planes para venir hasta aquí”.

Los emprendedores de San Cristóbal ciertamente han sabido rentabilizar el sentimiento revolucionario y el interés internacional por el zapatismo. En realidad allí hay pocos vecinos zapatistas, sino que más bien son personas que llevan viviendo en la región mucho tiempo y que de un modo u otro han visto una oportunidad para hacer del interés en el movimiento social una forma de ganarse la vida.

Establecimientos locales como el Bar Revolución y Tierra Adentro se publicitan como “zapatistas”, con despliegue de fotos enmarcadas y símbolos del movimiento que también venden a los turistas. Una compañía turística local incluso organiza excursiones a Oventic, la zona autónoma más cercana controlada por los líderes del EZLN. Sin embargo, reconocen que apenas nadie las contrata.

De la Cruz dice que muchos de los viajeros que conoce rechazan esta tendencia hacia la comercialización del movimiento, que no quieren que se convierta en una atracción turística o una parada obligatoria de excursiones. Pero esto no impide que los habitantes indígenas intenten sacarse unos pesos extra vendiendo imágenes icónicas de los guerrilleros con pasamontañas.

Cada noche después de las 22.00 horas María Pérez despliega una manta en el exterior de la iglesia principal junto a otras docenas de vendedores ambulantes. Acompañada normalmente de uno de sus hijos, vende a los turistas que pasean después de cenar una selección de pulseras, muñecas de trapo y su especialidad, una amplia variedad de réplicas de zapatistas.

Aunque no se define como zapatista, les está agradecida por los dólares que consigue ganar fabricando y vendiendo imágenes de los líderes del movimiento. Lo importante para ella no es el significado que hay detrás de esas imágenes, sino el hecho de que las puede vender y ganar el dinero que necesita para sobrevivir. Su trabajo le gusta mucho, dice. “Me ayuda a cuidar de mis hijos. Me permite ganar dinero para comida, para comprar ropa, para todo. Por eso me gusta vender zapatistas”.

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