OPINION

Trabajo para Pedro Duque: algunas reformas para la universidad pública

Jóvenes estudiantes. EFE/Jesús Diges
Jóvenes estudiantes. EFE/Jesús Diges
EFE

Las chicas y chicos que nacieron en el año 2000 y que han tenido la suerte y el mérito de estudiar hasta segundo de bachillerato, compiten estos días por acceder a la universidad. Probablemente sepan que Mark Zuckerberg, Bill Gates o Steve Jobs fundaron grandes empresas globales careciendo de titulación universitaria. Y quizá por ello se pregunten si merece la pena invertir 4 o 5 años de su juventud en las aulas. Se lo preguntarán más los chicos que las chicas, porque los datos indican que ellas necesitan mayor formación para conseguir lo mismo.

También saben que el cambio tecnológico está permitiendo acceder al conocimiento de forma barata y con gran flexibilidad en contenidos y recorridos formativos y, si se realiza un esfuerzo suficiente, que puede obtenerse acreditación de las mejores universidades del mundo sin salir de casa. Son los Massive Open Online Courses (MOOC), que ofrecen una formación a medida, personalizada, que compite con la formación reglada tradicional.

El próximo septiembre estos 'millenials' se integrarán en una institución que tiene 800 años de historia y que encuentra dificultades para adaptarse a los tiempos. Podríamos decir que la universidad atraviesa una crisis permanente. En cuanto a la investigación, cada vez que se publica el “ranking de Shanghai”, los titulares de prensa destacan que no tenemos ninguna universidad española en el selecto club de las 200 mejores. Sin embargo, colocamos 26 universidades públicas entre las 800 primeras del mundo, o sea entre el 7% de mayor calidad. No estamos peor que Francia, por ejemplo. Por otra parte, la tasa de paro de los graduados (9,3%) es poco más de la mitad que la general (16,4%). Y, aunque se trate de un hecho con frecuencia doloroso, algo hará bien la universidad española cuando muchos de sus titulados se emplean con éxito en el extranjero.

A la generación que llenará las aulas después del verano podemos decirle: llegáis a una universidad pública mejor que la de vuestros padres, pero que ha de reformarse para afrontar el presente y el futuro. Ahora que contamos con un nuevo gobierno, una primera cuestión a abordar es el tamaño. El curso pasado entraron en las universidades presenciales públicas 218.976 estudiantes, pero se ofrecieron 245.203 plazas, un exceso de oferta del 12%. Se necesita una reconversión desde titulaciones con escasa demanda hacia otras más solicitadas, o bien mejorar la atracción de nuevos alumnos de otros países. En todo caso, disponer de una capacidad productiva inutilizada, financiada con fondos públicos, no es buena idea.

Por otra parte, está el delicado asunto de la gobernanza. Actualmente las universidades públicas se autogestionan al amparo de la autonomía universitaria que les reconoce la Constitución. Sus ingresos provienen, en la mayor parte, de impuestos generales, que se canalizan mediante transferencias incondicionadas de la Comunidad Autónoma en la que se sitúan. Por ello, la capacidad de tomar decisiones autónomas no tiene consecuencias inmediatas sobre los recursos disponibles si no se satisfacen las demandas sociales.

Sería más adecuado que los costes del servicio universitario se trasladaran a las matrículas. Para pagarlas, la financiación pública se concentraría en becas para los estudiantes, que podrían elegir la universidad de su preferencia. Si el gobierno central proveyera información sobre la calidad de las enseñanzas, la libre elección por parte del alumnado generaría incentivos para gestionar mejor y ofrecer la máxima calidad al menor coste posible.

Quizá la reforma más importante para la generación que estos días se ha examinado es la que afecta a la relación entre profesorado y alumnado. Los profesores hemos de liberarnos del papel de meros transmisores de conocimientos –están al alcance de todos- y dedicarnos a entrenar a los estudiantes en la resolución de problemas, estimularles a afrontar retos difíciles, apoyarles para aprender a usar la información y relacionarla con otras disciplinas académicas. En definitiva, el aula ha de convertirse en un lugar de encuentro entre una juventud inquieta y dispuesta a esforzarse y un profesorado capaz de poner su experiencia y criterio al servicio del aprendizaje.

Hay otros muchos asuntos en la mesa del nuevo ministro, el astronauta Pedro Duque y de su secretario/a de Estado de universidades, cuyo nombramiento es inminente. Las tres ideas que apunto no son las únicas y habrán de competir por un presupuesto siempre escaso con la política científica y de innovación. Mientras tanto, a quienes estos días han superado las pruebas de acceso, les damos la bienvenida y les invitamos a integrarse en una institución viva, que está a su servicio, pero cuyo devenir depende en gran medida de su propia iniciativa y esfuerzo.

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