OPINION

La anunciada muerte del Estado de las Autonomías

"E

spañoles, el Estado de las Autonomías…. ha muerto” podría habernos dicho el presidente Rajoy, el pasado domingo por la noche, parafraseando a Arias Navarro hace casi 42 años. Y si lo hubiera dicho sollozando, me habría sentido identificado con él, tras una jornada aciaga en lo que respecta al futuro de quienes habitamos en España. La grave crisis institucional que estamos atravesando no afecta solo a Cataluña y al Gobierno Central, sino al conjunto de las Administraciones Públicas, con el retraso de los Presupuestos Generales y otros efectos concretos para las CCAA.

A comienzos de 2017 la Conferencia de Presidentes puso en marcha una nueva reforma del sistema de financiación de la comunidades autónomas de régimen común. El presidente de la Generalitat no asistió y en consecuencia, no nombró experto para participar en la comisión creada al efecto. Tras la entrega del informe de la citada comisión en el mes de julio, el ministro Montoro anunció que la negociación comenzaría en septiembre. Por razones obvias, no ha sido posible continuar con los trabajos preparatorios de esta reforma, que es urgente para las comunidades. Otro efecto de la crisis institucional es que el liderazgo que Cataluña ha ejercicio desde siempre en la construcción del Estado de las Autonomías queda, de momento, huérfano. Finalmente, cuando la crisis se resuelva, si Cataluña obtiene alguna ventaja, quizá esta vez no sea extensible a las demás comunidades de régimen común, como sucedió en el pasado.

Todo lo que estamos viviendo es desolador, pero de ningún modo sorprendente. El profesor de Derecho Constitucional José Tudela, en su libro “El fracasado éxito del Estado de las Autonomías” (Marcial Pons, 2016) hace una historia del proceso autonómico desde la Constitución de 1978 hasta su fracaso definitivo, que sitúa en la declaración del Parlament de Cataluña del 9 de noviembre de 2015. En esa declaración, haciendo oídos sordos al resultado democrático de las urnas del 27 de septiembre de ese mismo año, se anunciaba lo que está sucediendo desde hace meses: “El Parlament de Catalunya declara solemnemente el inicio del proceso de creación de un Estado Catalán Independiente en forma de república. (…) El Parlament de Catalunya, como depositario de la soberanía y como expresión del poder constituyente, reitera que esta cámara y el proceso de desconexión del Estado español no se supeditarán a las decisiones de las instituciones del Estado español, en particular del Tribunal Constitucional”.

De nada sirvió la inmediata suspensión por el Alto Tribunal, los sublevados siguieron adelante. De tal modo que nuestro Estado de las Autonomías, gran éxito de la democracia del 78 -junto con la construcción de un Estado de Bienestar homologable al de nuestros vecinos- ha culminado en estos días su ruina anunciada. Lo cierto es que venía arrastrando dificultades desde hace tiempo, que intentaron superarse, sin conseguirlo, con los Estatutos de Autonomía de segunda generación hace una década. Además, la crisis de la organización territorial coincidió con la peor crisis económica en un siglo y con una crisis política de múltiples facetas, lo que puede explicar en parte que esta cuestión no se haya abordado a tiempo.

Muchas voces claman ahora por el diálogo y la negociación. Intuyo que aún será necesario tomarse un tiempo para iniciar la reconstrucción del Estado de las Autonomías o, mejor aún a mi juicio, para levantar un nuevo edificio, el de una España federal. En todo caso, lo que construyamos en adelante debe beneficiarse de la experiencia de treinta y cinco años compartiendo el poder político, identificando qué es lo que no ha funcionado bien. No se trata de empezar de cero, hemos aprendido mucho, pero hay un requisito imprescindible: la cultura federal. Sin una clara voluntad de vivir juntos, compartiendo las responsabilidades políticas entre los territorios y el nivel central, no lograremos mejorar lo que tenemos. Obviamente, ello requiere, por difícil que sea, restablecer la confianza. A la vista del comportamiento de unos y de otros, va para largo.

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