OPINION

Lotería de Navidad, impuestos y cuestión catalana

Permítanme una anécdota personal: el primer sorteo de la Lotería de Navidad que viví cuando llegué a España hace cuarenta años fue una experiencia singular. Era muy sorprendente la popularidad de aquellas participaciones que

emitían con recargo todo tipo de asociaciones, partidos políticos, bares y cafeterías, estudiantes para viaje de fin de curso, etc… Y lo más extraordinario de todo era la alegría inmensa, no solo de los afortunados por la suerte sino también del resto de los ciudadanos que aportaban el dinero que hacía la felicidad de otros. Esto no pasaba en Francia, el país en el que crecí.

Aunque han cambiado muchas cosas desde entonces, el espíritu colectivo del sorteo de Navidad permanece intacto. En las oficinas, en los talleres, en las universidades, en los servicios públicos y privados, en los mercados, compartimos la suerte pagando un dinero a sabiendas de que lo perderemos, pero que servirá para hacer felices a otros. No ignoro los factores ludópatas que puede haber, pero en la Lotería de Navidad en general participamos todos, incluidos los que nunca lo hacemos en juegos de azar.

Si se fijan bien, hay similitudes muy interesantes entre la Lotería de Navidad y los impuestos. En primer lugar, pagamos entre todos para beneficiar a nuestros conciudadanos o, en muy pocos casos, a nosotros mismos. La lotería distribuye los recursos al azar, mientras que los impuestos se gastan según las necesidades. Pero los impuestos, cuando financian la Sanidad por ejemplo, distribuyen también el dinero de forma aleatoria: si tengo un cáncer recibiré unos cuidados cuyo valor supera en mucho lo que podría pagar por mí mismo. Pago impuestos para asegurarme contra ese riesgo, sabiendo que la probabilidad de que me toque es pequeña.

En la leyenda de la Lotería de Navidad suele decirse que favorece a aquellos lugares en los que han sucedido desgracias durante el año. Mañana podría tocar en Cataluña, cruelmente partida en dos en 2017 por unos dirigentes irresponsables; en Galicia o Asturias, devoradas por incendios criminales el pasado otoño; o en Teruel, castigada estos días por un asesino sin escrúpulos. El mito de que cae allá donde más se necesita contiene un imaginario redistributivo que asemeja el Sorteo de Navidad a un tributo.

Me dirán que en la lotería pagamos la cantidad que queremos, que puede ser nula, y en cambio en los impuestos pagamos por obligación la cantidad que fija la ley. Cierto, contribuir a la lotería es una decisión voluntaria y libre. Pero pagar impuestos también es un acto voluntario, solo que decidido colectivamente. Votamos a nuestros representantes para que aprueben leyes que nos obligan a contribuir a los gastos públicos. Así que en democracia los impuestos son, en origen, una opción social voluntaria cuyo cumplimiento por todos requiere coerción, una coerción legitimada por la decisión colectiva previa.

Finalmente, la sociedad pública que gestiona la lotería nacional aporta a las arcas del Estado una cantidad muy respetable. En 2016 fueron 2.214 millones de euros, un poco menos que el Impuesto de Sucesiones y Donaciones, que aportó 2.788 millones en el último ejercicio del que se tienen datos, el de 2015. Creo que la ciudadanía es consciente en España de que jugando a la lotería está, en parte, contribuyendo a sostener los gastos públicos. De ahí los riesgos de una futura privatización de estos juegos, que podrían perder gran parte de su legitimidad social.

Con todo ello quiero destacar el componente comunitario de la lotería, sobre todo la de Navidad. Al igual que los impuestos, la lotería es un fenómeno que nos une porque voluntariamente aportamos dinero para favorecer a quienes lo necesitan. Ese comportamiento revela nuestra conciencia de vivir juntos y de que compartimos recursos para las alegrías (y las desgracias) de todos. Probablemente con el fin de erosionar ese componente de unidad entre la ciudadanía española se creó en 2013 la Grossa en Cataluña, una forma alternativa de encauzar el mismo sentimiento, pero compartiendo solo entre catalanes. Afortunadamente, aunque redujo la participación en la Lotería de Navidad en su primer año, desde entonces no ha logrado su objetivo y la recaudación evoluciona igual en Cataluña que en el resto, tal como señalaba la presidenta de la sociedad estatal Loterías y Apuestas del Estado, Inmaculada García, el pasado sábado en lainformación.com.

De modo que mañana, 22 de diciembre, muchos millones de euros que hemos aportado entre todos serán repartidos al azar por España para alegría de los agraciados y de los que no lo seamos. En mi caso, la alegría será mayor si esta noche, día 21, en un proceso electoral en el que no puedo participar, una mayoría de ciudadanos catalanes confirman que predomina lo mucho que nos une, más allá de la anecdótica Lotería de Navidad.

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