Opinión

La frivolidad de la apuesta 'verde' ante la crisis energética global

15-09-2021 La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante el debate sobre el estado de la UE en el Parlamento Europeo en Bruselas. ECONOMIA COMISIÓN EUROPEA
¿Cuál es la respuesta a la crisis energética y de materias primas?
Europa Press

No me hubiera molestado en escribir este artículo si no fuera porque los horrores de la guerra en Ucrania deberían llevarnos a todos a ayudar de buena fe. Y digo esto para que no se entienda mal lo que viene a continuación. Mi opinión es que no es de recibo que ante una crisis de estas proporciones, la Unión Europea hable de que la solución sea aumentar el peso de las energías renovables como si eso fuera posible, o siquiera permitiese solucionar el problema actual y de los próximos tres años. Me parece una frivolidad, salvo que se pusiese en positivo diciendo que el proceso de decisión europeo es lento y que mientras tanto se dicen generalidades sobre nuestro objetivo de largo plazo.

Pero estamos en crisis bélica y hay que entender la nueva dinámica como ya ha dicho Putin, “las sanciones son como una declaración de guerra”. El problema es que los mercados no reaccionan a la declaración de guerra sino ante las sanciones a Rusia, y estas no van a disminuir tal y como evoluciona la invasión. Así, con el miedo a más sanciones y a más escenarios estresados, ya estamos asistiendo a un shock de oferta de una magnitud no vista nunca. Esto nos debe llevar a cambiar nuestros otros objetivos de política y actuar ante un nuevo entorno, lo demás sería suicida.

Por ejemplo, respecto a las renovables. Para construirse se necesitan muchos metales y energía fósil, ambos se han encarecido y hasta puede haber escasez de suministro. Solo el aumento del precio del cemento por el coste energético se traducirá en un incremento de los costes de los parques solares de al menos el 15%. Respecto a catalizadores de automóvil y baterías, si no hay paladio ruso, que es el 40% de la producción mundial, estaremos en crisis de precios o de escasez en el mercado de automóviles. Igual situación para el aluminio, el acero y el carbón ruso.

¿Y que ocurre con los alimentos? Pues que la otra política abierta para descarbonizar introduciendo biocombustibles también cambia de dinámica. Con la producción de cereales rusa y ucraniana bloqueada o no exportada -estamos hablando del 32% de las exportaciones mundiales de trigo, del 18% del maíz -, los precios de los cereales y la escasez de estos pueden causar crisis como las vividas durante la primavera árabe. De hecho, los precios son ya más altos que en febrero de 2021. Por no hablar de la falta del potasio ruso para los fertilizantes, que son mucho más caros ya por el precio del gas y que ahora pueden escasear, disminuyendo el rendimiento de las cosechas y poniendo más presión a los precios.

O sea, el mayor exportador de aceite de girasol -Ucrania- bloqueado y menos producción de soja por menos fertilizantes, en fin, que el biodiesel se pondrá por las nubes y habrá escasez alimenticia. Igual si hablamos del bioetanol a añadir a las gasolinas: con la presión sobre los precios del maíz derivado de las no exportaciones ucranianas y de las exigencias legales crecientes de usar bioetanol, podemos tener una crisis de abastecimiento, porque de precio ya la tenemos.

Por lo tanto, vayamos al grueso del problema y a las posibles políticas para paliar o disminuir su coste. En primer lugar, el problema es un shock de oferta de una magnitud nunca vista: solo mencionar el porcentaje de subida del precio del gas en Europa y en Asia. Los precios de los cereales en máximos históricos, los inventarios en mínimos. ¿Qué hacer? Primero, evitar subidas adicionales utilizando los stocks de commodities que haya para reducir la presión de precios. Solo existen las reservas estratégicas de petróleo como respuesta a la crisis de los setenta y hay que utilizarlas, es decir, liberar reservas estratégicas de petróleo porque no hay stocks de otro tipo. Esto contribuirá a reducir el shock de oferta sobre todas las demás materias primas y la presión sobre el gas. Segundo, reducir la presión de precios sobre los alimentos excepcionando la necesidad de cantidades mínimas de biocarburantes, dedicándolos a alimentación. Tercero, en Europa tenemos que eliminar o excepcionar los derechos de emisión que suponen añadir entre 80 y 100 euros el MW/h generado con carbón y 30 el MW/h generado con gas, que además ha contribuido a incrementar la demanda de gas y por lo tanto su precio. Tanto el gas como el carbón son fuentes que permiten equilibrar el balance eléctrico para que no haya cortes de suministro, sobre todo con la intermitencia de las renovables; en consecuencia, no puedes limitar su precio, es la señal básica para atraer más gas y que no se vaya a Asia.

Por eso están tan altos los precios del gas. Ante el riesgo de un corte en el suministro de gas ruso, los precios del gas se disparan para atraer un gas escaso a los países ricos europeos y que lo países asiáticos pasen a consumir más carbón y más fuelóleo para generar más electricidad.

Alguien le tendría que explicar esto a los responsables sindicales que se han hecho expertos en el mercado de la electricidad y en los mercados marginalistas. Por supuesto que para las otras tecnologías se puede poner un precio máximo de oferta, pero si eliminamos la señal de precios de los combustibles fósiles tendremos un problema. Si la presión de precios en los combustibles de automoción continúa, habría que bajar transitoriamente los impuestos hasta que la liberación de reservas y la contribución futura de otros países a la exportación de crudo disminuya la presión; piénsese en Irán y en Venezuela, y en el petróleo de pizarra americano. El coste fiscal de estas medidas es muy inferior a las de gasto y permiten frenar el shock sobre precios y por lo tanto su impacto negativo en el PIB.

Sin embargo, la opción que parece abrirse paso en el debate de los políticos europeos es más fondos públicos para subvencionar las renovables y al consumidor para que pierda poco poder adquisitivo. Esto puede ser contraproducente pues no bajarías los precios de la energía ni de las materias primas y provocarías más inflación. Algo así ocurrió en los años setenta con la subida de los precios del crudo ante un shock de oferta como este. Lo que siguió es conocido, tuvimos una época de estanflación.

Los mercados van por detrás porque han tardado en entender que la dinámica ruso-ucraniana solo lleva a más destrucción y sufrimiento en Ucrania sin rendición posible. Se alargará el tiempo necesario para la ocupación de Ucrania por una fuerza terrestre rusa que no podrá tomar el control total del país. Es decir, estamos ante una guerra de larga duración. Una vez que esto sea asimilado como el escenario más probable, todavía nos enfrentamos a riesgos mayores. Si por la presión social, al ver las imágenes de los ataques a población civil, o por considerar que mañana Putin puede intentar invadir otro de los países europeos se produce una escalada vía, bien utilizar bases aéreas en la Unión Europea para despegar los cazas ucranianos, o establecer una “non fly zone” o prohibir las importaciones energéticas de Rusia, o que Rusia las prohíba como respuesta a las sanciones ya en vigor, entonces los riesgos de una guerra general aumentan.

Sea cual sea la evolución una cosa parece cierta: la brutalidad de Rusia debería llevarla a un aislamiento económico de duración indefinida. Es este escenario sobre el que tenemos que tomar decisiones. Debemos prepararnos para la guerra, al menos para una guerra económica, que permita debilitar a Putin y que se vea obligado a negociar algo sobre Ucrania, ahora Rusia no tiene nada que negociar, pues lleva toda la iniciativa.

Antonio Merino García (director de estudios de Repsol)

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