La píldora económica

¿Qué podemos esperar de la economía China en el año del Conejo?

Xi Jinping en su visita a Rusia
¿Qué podemos esperar de la economía China en el año del Conejo?
Agencia EFE

Recientemente el gobierno chino ha celebrado en Beijing su reunión de política más importante del año, conocida como las "Dos Sesiones", en la que han fijado sus objetivos económicos para 2023.

Esto ocurría casi en paralelo al episodio de pánico financiero y quiebra del Silicon Valley Bank, que aunque parezca encauzado no deja de reverberar en todos los bancos regionales americanos y en grandes bancos europeos. Aunque se evite una crisis sistémica, soslayándose el peor escenario, dicha inestabilidad y desconfianza en el sector bancario pueden derivar en un endurecimiento de las condiciones crediticias, lo que frenaría la actividad en Estados Unidos y Europa, economías que ya se están ralentizando por el ajuste monetario implementado para frenar la inflación. En consecuencia, al menos a corto plazo, las mayores esperanzas para un impulso de la economía global vienen de un posible rebote en la actividad y demanda de China.

Pero ¿qué podemos esperar del gigante asiático, y que significará para el resto del mundo?

Después de un 2022 de bajo crecimiento, (oficialmente, el 3% en el conjunto del año) como consecuencia en gran parte de los bloqueos por la estrategia “covid cero”, el año del Conejo ha comenzado con mejores perspectivas: las restricciones son cosa ya del pasado, levantándose de una manera más rápida de la que nadie podía esperar hace pocos meses.

Pero además del fin del confinamiento hay otros factores que impulsaran el crecimiento en 2023, el fundamental es el giro de las autoridades para recuperar un mayor pragmatismo y una menor ideología en la formulación de las políticas económicas.

La evolución política en China se puede entender como una búsqueda de aceptación del Régimen y de sus políticas. Tras las protestas y masacre de Tiananmen de 1989 se llegó a un acuerdo implícito entre el Partido Comunista de China y la población del país sobre la legitimidad del primero: la gente aceptaría un gobierno autoritario si, a cambio, podía disfrutar de mejores perspectivas y niveles de vida, lo que venía de la mano de una apertura de la economía y liberalización de las fuerzas del mercado. Ahora bien, a medida que el país se fue enriqueciendo y las necesidades más básicas quedaban cubiertas, el crecimiento económico ha ido perdiendo poder como fuente de legitimidad, y ha tratado de reemplazarse por nuevas fuentes de legitimidad; en concreto, un énfasis en la reducción de las desigualdades y reequilibrio económico bajo los eslóganes de “prosperidad común” o ““circulación dual”, y la garantía de seguridad frente a un entorno externo más agresivo. Esto, además, entronca con el discurso más nacionalista del presidente Xi.

Pues bien, el actual retorno del pragmatismo y políticas más amigables con el crecimiento supone el reconocimiento de Beijing de una dolorosa realidad; que, sin un aumento suficiente del tamaño del pastel económico general, le resultará imposible lograr sus objetivos más amplios de redistribución del ingreso y seguridad.

Así, en 2023 Beijing parece dispuesto a olvidarse, o al menos relajar, la represión regulatoria y batalla pública que comenzó en 2020 contra los gigantes tecnológicos en especial, pero también contra gran parte del sector privado (que genera la mayor parte del empleo), una batalla explicada en parte por el temor a que su creciente poder sea una amenaza para el control del Partido. No es que el Partido Comunista ya no quiera ejercer control, sino que busca hacerlo de una forma que pase más desapercibida y no penalice el sentimiento de mercado. Lo hace ahora adquiriendo “acciones de oro”, pequeñas participaciones en las empresas privadas, como la participación del 1% que un fondo del organismo de control del ciberespacio de Beijing tomó recientemente en la unidad de medios digitales del gigante Alibaba. Pero estas participaciones otorgan asientos en la junta del gobierno y son herramientas útiles para influir en las decisiones comerciales y mantenerlas alineadas con los objetivos del gobierno.

También en los últimos meses se ha producido una suavización de las medidas impuestas previamente para contener los excesos del sector inmobiliario, cuando Xi proclamó que «la propiedad residencial es para vivir, no para especular», Ahora, ante la evidencia de fuertes efectos secundarios negativos por el ajuste del sector, se busca facilitar las condiciones de financiación para los desarrolladores y apoyar la finalización de proyectos de viviendas sin terminar, que fueron la causa del boicot a los pagos hipotecarios a principios de este año.

En el ámbito fiscal también se nota el pragmatismo. Aunque el objetivo de déficit fiscal para 2023 es del 3%, lo que no supone un gran cambio respecto al objetivo del 2,8 % en 2022, si hay cambios en el enfoque. En 2022 el déficit se explicó por las costosas medidas de contención y rastreo del Covid-19, así como un alivio masivo de impuestos que tenía como objetivo ayudar a las empresas a sobrevivir a la interrupción causada por esos estrictos controles. En cambio, en 2023 el gobierno parece dispuesto a recuperar su antiguo manual de aumentar el gasto en infraestructura y el consumo para apoyar la economía.

Mi interpretación del objetivo de crecimiento oficial establecido para este año de «alrededor del 5%» (en contraposición a un límite máximo del 5%) es que las autoridades desean un crecimiento mayor del 5%, y que piensan que es claramente posible, pero que no quieren comprometerse a algo que los lleve a incumplir sus objetivos dos años seguidos. Si lo incumplen siempre podrán culpar a la crisis bancaria occidental.

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