Posdata

A los pies de los caballos de una economía subvencionada

Los estados han apretado el botón rojo del dinero para salvar al tejido empresarial, que no sabe cómo podrá devolver lo prestado

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene este viernes en rueda de prensa tras la cumbre extraordinaria de la UE celebrada en Bruselas, Bélgica.
A los pies de los caballos de una economía subvencionada.
EFE/ Horst Wagner

Los estados han pulsado el botón rojo del dinero para tratar de salvar sus economías carcomidas por el coronavirus. La importancia de un país ya no se mide en términos de calidad de vida y progreso si no por los miles de millones en que puede endeudarse para salir del oscuro agujero. Es muy arriesgado aventurar cuándo la ciencia dará jaque mate a la Covid, si es que sabe jugar al ajedrez: puede que pronto, puede que nunca. Cierto que se han experimentado serios avances que se han plasmado en vacunas pero poco ha cambiado la vida de las personas a lo largo del último año: vivimos con miedo, calibrando el riesgo de los contactos y convencidos de que tarde o temprano la enfermedad nos tocará.

Las empresas están espantadas con lo que está sucediendo en el mundo; aquí España no es diferente. Muchos negocios han echado el cierre y los que se mantienen lo hacen con la pesada cartera del endeudamiento o las pérdidas. No pocos han quemado sus beneficios de años atrás en mantener con vida el el Registro Mercantil sus firmas sin saber si mañana las cosas irán mejor y lo que hoy parece un tétrico abismo era solo un agujero un poco profundo.

Los préstamos alivian pero no curan y para algunos serán pesados lastres que les impedirán salir a flote

Europa está en el registro de repartir billetes, parte de los cuales son a fondo perdido, pero el resto habrá que devolverlos. Además, las Administraciones Públicas españolas están inyectando euros en el tejido empresarial y en el mercado laboral para que el terreno de juego no salte por los aires. Dar, prestar, parece la única salida a una crisis severa de un lado a otro del globo. Esos fondos, ese dinero, esos préstamos alivian pero no curan; es más, para algunos serán cargas de profundidad que les impedirán salir a flote. Vivimos en una economía subvencionada, cada vez más, tras la que se esconde la crudeza de un giro de timón sin precedentes.

El Gobierno de Pedro Sánchez ha encontrado, por ejemplo, en los ERTE una pócima mágica con la que sanear las empresas al mismo tiempo que 'rescata' de las listas del paro a miles y miles de empleados que no contabilizan a efectos prácticos. La fórmula ha frenado los despidos, lo cual es de agradecer, aunque el salvavidas provenga de una gruesa capa de maquillaje, que cuando caiga mostrará una horrible cara.

¿Cuánto tiempo aguantarán los estados o las uniones de estados alimentando o salvando las cuentas de las empresas? ¿Cuánto tiempo aguantarán los empresarios devolviendo lo prestado? El pilar del Turismo no arranca por las condiciones sanitarias. Hoteleros y restauradores dan ya por perdida la campaña de una Semana Santa que será de auténtica pasión, esperando que el verano permita hacer caja. Economías como la española están seriamente dañadas, aunque nuestros políticos hagan como que no cuando es que sí. Estamos aquí viendo si sobreviviremos a la catástrofe y mientras nuestros políticos juguetean delante de nuestras narices. La prioridad, a veces, parece que no es contener las embestidas del coronavirus y el deterioro socioeconómico en la situación más excepcional que ha vivido en el último siglo la Humanidad si no que el partido rival pase las de Caín.

Tranquilizaría pensar que quienes toman decisiones importantes están pensando en lo fundamental y no en sus ombligos.

Aquí los próceres de la patria nos avergüenzan presentando mociones de censura, convocando elecciones o fichando políticos en paro mientras el vulgo sufre pensando lo mucho que todavía le queda por sufrir. Aquí, hay personas como Pablo Iglesias que se creen el centro del universo y que cambian de sillón público cuando se les pasa por el forro. Hoy pueden ser vicepresidentes segundos del Gobierno, candidatos a un Ejecutivo regional o presidentes de su comunidad de vecinos: la cuestión es tener poder y administrarlo a su antojo. Es gente que parece acostumbrada a repartirse los puestos antes de ser votados, dejando a la democracia en pelota picada en el centro de la plaza pública. Iglesias, en el pasado reciente, pasteleaba con que sería vicepresidente del Gobierno de Sánchez cuando ni se habían puesto las urnas; hoy habla de Ángel Gabilondo con cierto desdén cuando en las últimas elecciones en Madrid el socialista ganó aunque no gobernó, mientras los morados eran la última fuerza, con 4 diputados. El líder de Podemos se ha investido Cid Campeador para dar la vuelta a la tortilla en Madrid, que para él debe ser más importante que colaborar en el rescate del país.

Aquí, en España, hay visionarios de la política que adelantan elecciones para que no les remuevan del cargo. Isabel Díaz Ayuso, despejando la equis de la ecuación, ha puesto patas arriba el territorio de la primera economía del país para consolidarse en sus posiciones exprimiendo el zumo que quedaba en las pocas naranjas que no estaban pochas. Ayuso se ahogaba en el fango y ahora camina sobre las aguas del Manzanares convencida de que Ciudadanos es historia pasada y Vox un partido que podría venir a menos por esas cosas del voto útil. Saben las piedras que Ayuso va a arrasar, con o sin la ayuda de Toni Cantó, que ya habrá llamado a su representante para que no le busque trabajo en lo suyo, que ya se lo ha encontrado Génova.

Pareceré agorero si digo que no hemos atisbado más que la punta del iceberg de la crisis, que seguiremos viendo caer empresas grandes y pequeñas, que miles de personas recalarán en las oficinas del paro, que las cifras de afectados y muertos por la Covid dibujarán dientes de sierra durante mucho más tiempo. Parte de este devenir no podremos controlarlo pero tranquilizaría pensar que quienes toman las decisiones importantes están pensando en lo fundamental y no en sus ombligos.

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