Posdata

Ceuta, el Sáhara, Perejil y otras hierbas

Con el país manga por hombro, una pandemia que sigue mordiendo y el tejido empresarial haciendo malabarismos para no irse al garete solo nos faltaba una buena agarrada diplomática.

Ángel Martínez. Ceuta
Dos menores migrantes marroquíes, tras llegar a nado desde Marruecos a la playa del Tarajal.
Ángel Martínez. Ceuta

España lleva tiempo defendiendo la inviolabilidad de sus fronteras del Reino de Marruecos. De todos son conocidas sus reivindicaciones sobre las ciudades autónomas de Ceuta y de Melilla; y no nos olvidemos de la la isla de Perejil, tomada por media docena de soldados alauíes que fueron desalojados por tropas españolas desplegadas por tierra, mar y aire "al alba y con tiempo duro de Levante", como diría el ministro de Defensa de la época, Federico Trillo. Y también su apetito por el inhóspito Sáhara.

En noviembre de 1975, Franco agonizaba en la Residencia Sanitaria La Paz; el entonces Príncipe de España, Juan Carlos de Borbón, tenía en sus manos la Jefatura del Estado ante el delicado estado de salud del dictador. En ese escenario de tensión, el Rey Hasán II puso en acción lo que se vino a llamar la Marcha Verde, con la que pretendía tomar posesión de los territorios del Sáhara custodiados por el Ejército español.

El el estado marroquí había anunciado con anticipación la fecha en la que miles y miles de mujeres y niños, fundamentalmente, entrarían de forma pacífica en suelo saharaui. No hubo violencia, pero la marea verde hizo una entrada y salida de libro: accedió a territorio español y poco después se replegó tal y como había llegado, con sus banderas y sus carteles.

Lo cierto es que ambos estados se trataron como amigos para la galería y los periódicos en este conflicto territorial cuando en verdad se acababa de gestar el abandono español del Sáhara, dejando en el aire el referéndum de autodeterminación de la zona. Lo demás, es otra historia dentro de la Historia: Frente Polisario, enfrentamientos... Por eso ha sentado a cuerno quemado en Rabat la presencia en España de Brahim Ghali animando la posterior marcha desde Marruecos sobre Ceuta, violando la inviolabilidad fronteriza.

La Marcha Verde de 1975 y la de ahora tienen cierta similitud, salvando las distancias temporales y estratégicas. Esta reciente también ha sido de libro y en ella, Marruecos ha facilitado que miles de migrantes y jóvenes entren en territorio español, a sabiendas de que habría una marcha atrás voluntaria o por la vía de devoluciones en caliente. Marruecos ha hecho saber su malestar abriendo el grifo de los que nada tienen y huyen de la miseria para desestabilizar al Gobierno español. La cosa se supone que viene a funcionar, porque se repite.

De los amigos verdaderos se espera ayuda en las duras y en las maduras, complicidad, apoyo, entendimiento, comprensión... Los que te ponen en aprietos, atizan las dificultades y no ofrecen a tiempo la mano no pueden ser considerados como tales. ¿O sí?

El tema de Ghali se ha de resolver por la vía de la Justicia, si ha lugar, y para ello España debe estar alerta para no equivocarse y actuar con rectitud. Es descorazonador ver cómo cientos de almas se juegan el tipo en el mar, a veces sin saber nadar, o saltando concertinas; también lo es contemplar la impotencia que viven Guardia Civil y Policía Nacional, permanentemente presionadas en los puestos fronterizos de Ceuta y de Melilla.

No nos engañemos. Las dos ciudades autónomas han estado siempre en el objetivo marroquí. Seguirá siendo así, muy probablemente, aunque la reacción del Gobierno español ha sido contundente. Con el país manga por hombro, una pandemia que sigue mordiendo y el tejido empresarial haciendo malabarismos para no irse al garete solo nos faltaba una buena agarrada diplomática.

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