OPINION

En el salón hay una mujer: dice que es mi esposa

Madrid, vacío por el coronavirus
Madrid, vacío por el coronavirus
EP

La situación que estamos viviendo nos es totalmente desconocida. Empresas cerradas de un día para otro, producciones paradas, fábricas clausuradas, calles semivacías, aire descontaminado por la ausencia de coches, trabajadores que no trabajan, trabajadores que teletrabajan, trabajadores que ya son parados... Y silencio, mucho silencio. El coronavirus nos ha situado en un escenario de riesgo sanitario al tiempo que nos ha confinado en nuestras viviendas por nuestro propio bien.

Esto último, lo de estar encarcelados en casa, hará que aumenten los divorcios, que mejore o empeore la convivencia familiar, que descubramos a quién tenemos al lado aunque esté allí desde hace décadas, que sepamos qué piensan nuestros hijos y nos quedemos sorprendidos... Habrá también un nuevo 'baby boom' que llorará y sonreirá al unísono a finales de año o a principios del siguiente. Convivir es vivir y el vivir puede hacernos crecer como una montaña o hundirnos en un metro cuadrado de arenas movedizas.

Con la terrible llegada del coronavirus las familias amanecen más o menos juntas, desayunan juntas, se entretienen juntas, comen juntas, se aburren juntas, cenan juntas y se van a la cama juntas, separadas y, a veces, encabronadas. Llevamos solo unas pocas horas de encierro y algunos ya están rascando en la pared del baño con una cucharilla en busca de una salida, como en las películas de grandes evasiones. De lograr salir se toparían con el Covid-19, que está al acecho, y les obligaría a volver a casa y arreglar el boquete abierto al lado del inodoro.

Ayer, domingo, salí a la calle a comprar el periódico y comprobé que el Gobierno ha hecho una tremenda campaña de publicidad animando a actuar unidos para vencer al virus. El quiosquero de toda la vida me dio los buenos días, cobró y al girarme para marchar estornudó. Sacó un kleenex reusado del bolsillo y se sonó la nariz: "A ver si voy a pillar yo ahora un resfriado". ¡O un coronavirus, leches!

Ya te marchas de allí con la sensación de que el bicho se ha impregnado en tu ropa; y asusta. Pero hay que ir a por el pan. El supermercado no queda lejos. No hay mucha gente, pero faltan algunas cosas: no hay harina ni huevos, no hay pan rallado ni pollo... Pero pan hay, que es a por lo que iba. De paso, meto en la cesta cosas innecesarias que se comen y que harán que la cuarentena nos convierta en teletrabajadores obesos, con el colesterol alto y el azúcar disparado.

La gente se ha tomado en serio lo de evitar por todos los medios el contagio. A ojo, el 70% de los clientes lleva guantes y mascarillas; los que no tenemos esa tecnología, nos ponemos desechables para coger la fruta. Es impresionante: la tienda parece un quirófano gigante donde ninguno sabe quién es el enfermo, pero todos nos miramos y sospechamos del otro: esa mujer tiene mala cara, aquel tipo arrastra los pies, la del pelo alborotado me da que lo tiene...

Cuando vuelves a casa sientes que has ganado el partido y atropelladamente piensas en dónde comprar guantes y mascarillas para la próxima vez que haya que salir del búnker. Se oye el silencio; hay luz al fondo del pasillo. Avanzo con el pan y el picoteo en las manos, que solo de mirarlo engorda. En el salón se mueve una figura. Efectivamente, hay alguien: dice que se llama Marifé y que es mi mujer. De repente, noto que me abrazan por la espalda. Doy un respingo y vuelan el pan y las bombas alimentarias de chocolate. Es una chica joven; dice que es Cristina, que tiene 20 años, que es mi hija y que soy su padre. Va a ser que sí, le noto parecido y el hoyuelo de la barbilla es una marca personal.

El coronavirus nos está quitando la libertad de movimientos, puede castigarnos la salud y a muchos ya, por desgracia, les está robando hasta sus vidas. Pero el confinamiento nos está haciendo también redescubrir lo bueno que tenemos a nuestro lado: un tremendo disparo al corazón del que no disfrutamos lo suficiente.

Alguno habrá que no le agrade lo que halla. Pero eso tampoco es malo y, en cualquier caso, tiene arreglo.

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