OPINION

La orquesta de 'los cayetanos' toca contra Sánchez

Vecinos del madrileño barrio de Salamanca se manifiestan contra el Gobierno por su gestión en la crisis del coronavirus, este sábado en Madrid. EFE/ Mariscal
Vecinos del madrileño barrio de Salamanca se manifiestan contra el Gobierno por su gestión en la crisis del coronavirus, este sábado en Madrid. EFE/ Mariscal

Núñez de Balboa -que de nombre de pila se llamaba Vasco- fue un explorador pacense que conquistó sus cosas en el Nuevo Mundo poco después de Colón. Porrón de años hace de aquello. Vasco -que descubrió el Mar del Sur, hoy océano Pacífico- acabó perdiendo la cabeza en Panamá: fue decapitado tras ser acusado de tratar de crear un gobierno paralelo al del Rey Carlos I, aunque puede que desavenencias con otros paisanos de la época le condujesen al patíbulo. A la vista está que la justicia de esos tiempos era rápida y cortaba por lo sano.

Vasco Núñez de Balboa ha resucitado para muchos. Desde hace días, decenas, cientos de personas, se han venido a manifestar en un tramo de la calle que lleva su nombre en el Barrio de Salamanca de Madrid. Hombres y mujeres de todas las edades hacen sonar su particular sinfonía de cuchara de lata y tenedor para cacerola con fondo de teflón. En las redes sociales algunos les llaman, despectivamente, 'los cayetanos'. Así señalan a los que hacen ondear la bandera de España, se ponen la enseña como capa o la lucen un lateral de sus mascarillas. Muchos no tendrán ni idea de quién era Núñez de Balboa. Y ni falta que les hace para montar una cacerolada atronadora. Suerte la de Vasco, que no tiene cabeza y el ruido le importa un bledo.

Pero, ¿por qué protestan? Están hasta las mismísimas narices de Pedro Sánchez y su Gobierno, al que acusan de todos los males habidos y por haber desde que tomara posesión y se acomodase en el Palacio de la Moncloa. Ideológicamente están, sobra decirlo, en la órbita de la derecha política... aunque el común denominador es proclamar la crucifixión verbal del presidente, que ha vuelto a pedir ampliar el estado de alarma mientras en la calle le llaman de todo menos bonito.

Sucede esto justo ahora que la solidaridad, el apoyo, el ánimo y el agradecimiento hacia los sanitarios españoles empieza a menguar. Hoy que las cosas empiezan a ir algo mejor y el número de contagiados y de muertos, por suerte, desciende, da la impresión de que médicos, enfermeros, auxiliares, celadores... tan solo cumplen con su trabajo y que sí, son héroes pero venidos a menos. Aunque más de 50.000 hayan caído en las garras del coronavirus que, de paso, se ha llevado a algunos de ellos para siempre. De hecho, hay quien dice que ayer fue la última jornada de aplauso. That's all folk!

Por contra, los 'futuros' que están subiendo como la espuma en el parqué social son los que a las nueve de la noche salen a los balcones o se asoman a las ventanas de sus viviendas para protestar con energía sonora contra Sánchez. Claro que darle al cazo desde el alféizar no es lo mismo, ni de lejos, que atizarle a la paellera para dos en la calle y haciendo piña, improvisada o no, cuando la Covid sigue acechando y matando.

España es un país de libertades. Los ciudadanos pueden hacer lo que les salga del magín siempre y cuando no se vulneren otros derechos o se contravengan las normas establecidas. Eso vale y es de aplicación para las medidas excepcionales, como el estado de alarma en el que vivimos para impedir la propagación del coronavirus. Protestar pacíficamente no solo es un derecho ciudadano; es una necesidad y hasta una obligación social, una forma de hacer llegar a los que mandan lo que nos agrede o nos revuelve el corazón y las tripas. Pero la Covid ha cambiado las cosas y el cómo y el dónde se haga es clave para que esté bien o mal.

Seamos honestos. El Ejecutivo está en el foco de las difíciles decisiones que se están adoptando y 'cobrar' es lo normal. Además, reconozcamos también que Sánchez, Fernando Simón y el ministro Salvador Illa se han ganado que les abofeteen dialécticamente por sus errores, sus cambios de criterio y sus torpes estrategias es esta tragedia.

El Gobierno ha fallado: permitió actos multitudinarios en marzo cuando las alarmas ya sonaban, probablemente tardó en tomar medidas preventivas, se demoró en proteger a los sanitarios consiguiendo mascarillas, se retrasó al obtener respiradores y no ha sabido reaccionar ante los fallecimientos en cadena en las residencias de mayores, que han sido epicentros de muerte. Estos terribles errores son compartidos con los gestores de las comunidades autónomas en la parte que les toca, aunque el haberse erigido como "mando único" en este singular combate sitúa al Gobierno a los pies de los caballos.

Pero también se han hecho cosas bien. El estado de alarma era necesario y lo sigue siendo, le pese a quien le pese. El enfado de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, al no haber logrado cambiar de fase en la desescalada es comprensible: las empresas y los empresarios aprietan. Pero el freno a la pandemia no ha caído como maná de los cielos: ha llegado por la contención y, a la vista de que se siguen produciendo contagios, está claro que el círculo no se ha cerrado. Dicho lo dicho, ¿hay derecho a atizarle cucharazos a una cacerola para pedir responsabilidades o dimisiones? Sí, taxativamente. ¿Es seguro, sanitariamente hablando, celebrar concentraciones de ciudadanos cabreados con el Gobierno en las calles? No. También taxativamente. De los balcones y ventanas se ha saltado a las aceras y de ellas, al asfalto. Ahí la cosa cambia.

Parte de los que protestan exigen libertad, quieren que se abran los comercios, anhelan que se relance la economía, piden la cabeza de Sánchez, reclaman poder moverse con total libertad... Pero el estado de alarma impide decisiones bruscas. Es algo en lo que el presidente -que cada vez inspira menos confianza en las comparecencias televisadas semanales- tiene razón. Las protestas son lícitas pero dejan de ser sanitariamente factibles por no respetarse las distancias de seguridad y los criterios adoptados para detener las infecciones.

En los vídeos que circulan estos días por las redes sociales se puede ver a ciudadanos y ciudadanas airados. Mucha gente en la calle. Demasiada. Jugando con fuego. Lo mismo da que estén en la calle de Núñez de Balboa de Madrid que en Logroño. Aunque algo queda por llegar. Para el día 23 se está convocando a una macroprotesta en toda España que ya ha sido prohibida en algunas provincias. El arco de la derecha parlamentaria está en guerra contra el Gabinete de Pedro Sánchez: mueve el árbol y cae fruta. No hace falta ser Newton para saberlo. Como tampoco hay que ser un genio para pensar que más pronto o más tarde, el actual inquilino de La Moncloa será torpedeado por sus socios y perderá, metafóricamente, la cabeza. Como le pasó a Vasco, a Núñez de Balboa.

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