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Ya estoy de vacaciones, maldita sea… y, ahora, ¿qué?

Arrancan los días sin ir a la Redacción o teletrabajar. Y todo ello sin saber qué hacer ni dónde ir con la pandemia del coronavirus que se resiste a frenar.

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Ya estoy de vacaciones, maldita sea… y, ahora, ¿qué?
EFE

En Madrid, lunes, 3 de agosto de 2020

Todos los años espero blanquecino y agotado la llegada de las vacaciones. Y ya están aquí, pero mucho me temo que no van a tener nada que ver con las anteriores: las de 2020 serán para olvidar, como el resto del año, en el que hemos visto nacer y crecer una pandemia que ha amortajado al mundo, ha segado vidas en todos los puntos cardinales y ha alimentado el miedo.

Ya ha llovido desde el verano pasado. En La Información hemos currado como fieras y nos ha tocado el ‘perrito piloto’ de la feria, llegando a los 7,46 millones de usuarios únicos en el mes de mayo. Nadie nos está regalando nada, muy al contrario, y cada lector nuevo es un peldaño que escalamos. Tenemos una Redacción con periodistas de raza que están cincelándose en hierro, realmente buenos, y que hacen que tú te veas reflejado en ellos, en su trabajo; algunos y algunas están como quien dice empezando en esto pero ya huelen a tinta y a bobina de papel, que es más evocador y melancólico que emanar esencia de tuit y perfume de WiFi. He de reconocer que disfruto viendo crecer las flores de nuestro jardín: cuando les da el sol se alzan vanidosas, aunque cuando les cae un chaparrón se aplanan y se ensucian en el barro. Pero vuelven a levantarse.

Hoy en día moverse a otra comunidad autónoma te puede señalar como bomba epidemiológica en potencia

He visto acabar este mes de julio despidiendo la vida de Julita, 101 años, que tenía corazón de oro y cerebro abarrotado de inteligencia. Alguien que se sabe mayor y que habla de su muerte como el que sugiere poner unas lentejas en remojo merece respeto infinito. A Julita no le rozó el coronavirus: si el bicho hubiese llamado a su puerta seguro que le habría plantado cara con un ‘aquí estoy yo y que gane el más fuerte’. Julita ya no está; se fue. No morirá jamás mientras vivamos, sintamos y pensemos los que la recordamos.

Hoy ya es agosto y no me veo turisteando en el extranjero. Hay países en los que no nos quieren ni ver por la Covid. Y en cierto modo no les falta razón: nuestra tasa por 100.000 habitantes supera con creces a la de los que hasta ahora eran visitantes fijos del sol y la playa nacionales. Claro, que una cosa es hacer una llamada a la sensatez y otra muy distinta ponernos una cruz. Muchos destinos españoles, entre ellos algunos de los más frecuentados por británicos, franceses, alemanes y holandeses, por ejemplo, son seguros, pero va a costar que vengan: el virus da miedo y habla todos los idiomas.

Primer día de vacaciones y no sé bien qué hacer. Aún tengo el subidón yonkarra del Periodismo bombeando noticias

La situación económica no mejora y se está complicando. No solo aquí pero también. Cuando los bancos y las grandes empresas empiezan a olisquear la catástrofe y trasladan a sus cuentas el sopapo de la pandemia solo nos queda aguardar a que pase el chaparrón y que no nos arrastre el tsunami. España está tocada: la economía presenta una caída histórica en el segundo semestre del año del 18,5% del PIB y desde el Ibex hasta las pymes han visto zarandeados sus balances. Hay quien dice que muchos de ellos dan ya el año por perdido. El coronavirus ha montado un macabro juego de fichas de dominó en el que los muertos y los infectados han colapsado los sistemas sanitarios; el desempleo ha golpeado a la sociedad, a las empresas y los comercios; toda la España que vive del turismo -que no es poca- está al borde del abismo e intuye con intranquilidad un futuro incierto.

Ojalá me equivoque, pero el turismo no parece que vaya a levantar cabeza mientras el miedo y las restricciones están haciendo muy bien su sucio trabajo de zapa. Es de esperar que haya mucho movimiento interior, lo que a su vez deparará no pocos problemas. Asomar las narices en determinadas zonas del país es un ejercicio de riesgo, igual que ser madrileño, como es el caso, y moverse a otra comunidad autónoma te puede señalar como una bomba epidemiológica en potencia.

Estoy desvariando un poco más de lo habitual. Es el primer día de mis vacaciones y no sé muy bien qué hacer. Todavía tengo el subidón yonkarra del Periodismo bombeando noticias, secretos y hasta algunos chismes de acartonados colegas de profesión que me callo para que no se mueran de vergüenza. La información es un veneno que te mantiene alerta. Los periodistas no duermen, tratan de descansar; no se alimentan, malcomen; no tienen horario, el tiempo no existe; no lloran con las noticias, ríen mientras sufren por dentro; no confían, recelan; no miran, radiografían; no hablan, siempre preguntan; no viven de esto, viven para esto; no van, siempre vuelven; no creen en fantasmas, con ellos es suficiente.

Prometo pensar en una escapada para los próximos días. Lo mismo hasta se lo cuento. Vaya usted a saber.

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