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El gordo de Navidad no le tocará, pero ómicron está en el bombo

Que toque el gordo es una quimera estadística, por mucho que se compartan décimos con parientes y amigos; contagiarse de la Covid-19 es bastante más probable.

Detalle de la mano de un niño de San Ildefonso que una bola de la copa durante el Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad.
El gordo de Navidad no le tocará, pero ómicron está en el bombo.
EFE

Jugar es imprescindible para tratar de ganar el premio gordo en la Lotería de Navidad, aunque las probabilidades se reducen a 1 entre 100.000, que son las bolitas que entran en el bombo de los números en el popular sorteo del próximo miércoles día 22. En resumen, un 0,001% de posibilidades, que no es igual a cero pero allá que se anda. Aunque las opciones son bastante remotas, los españoles dedicamos una pasta gansa a probar suerte (este sorteo se han vendido todos los décimos), que probablemente nunca llegará a transformarse en dinero contante y sonante y, en el caso de que así sea, lo más será un reintegro o una pedrea. Un pellizco pequeño. Cierto es que cada año hay españoles agraciados con el gordo aunque yo no conozca a ninguno.

En la Lotería de Navidad el auténtico premio y la felicidad es compartir: que tu cuñado te dé medio décimo del número de su trabajo para que tú le compartas otro medio del tuyo; que tus hermanos te hagan llegar mini participaciones de 5 euros para que tú correspondas de la misma forma; que un primo al que no ves en todo el año te mande un maldito whatsapp con un décimo de "el que va a tocar" para que de vuelta fotografíes y le pases 20 lereles de "el que no sale nunca". No sé si compartir Lotería de Navidad da la felicidad o te aproxima a los demás; lo que sí se es que yo compraría menos décimos si no estuviera obligado moralmente a intentar hacer millonarios a mis familiares y amigos. Todo sea por compartir.

La Covid está en plena efervescencia; un beso de Navidad no compensa la probabilidad de pasar o pillar el bicho.

Que toque el gordo es una quimera estadística, por mucho que compartas, pero que te contagies de ómicron o de otra cepa de la Covid-19 es bastante más probable. El pasado viernes el Gobierno comunicó 33.359 nuevos casos, 18.773 de ellos diagnosticados en las últimas 24 horas. Una semana antes, las cifras fueron de 17.012 nuevos positivos. Blanco y en botella: la evolución de la Covid está en plena efervescencia, como bien corrobora la incidencia acumulada en los últimos 14 días por 100.000 habitantes, que cerraba el viernes en 511 casos frente a los 472,90 del jueves. Las posibilidades de contagiarse están ahí y fiestas, cenas navideñas, reuniones de empresa y movimientos geográficos de cientos de miles de personas para pasar con sus familiares nochebuena o fin de año son leña en el fuego para que se aviven las llamas. 'Compartir' el coronavirus sinqueriendo o sinsabiendo, como sucede casi siempre, es una desgracia para los infectados y para uno mismo, que también lo está, lógicamente. Un beso de Navidad no compensa la probabilidad de pasar o pillar el bicho.

España vuelve a estar en una ola que crece y que va a aumentar más. Cuando Pedro Sánchez sale por la tele, como ha hecho este fin de semana para hablarnos de cómo va la cosa, hay que echarse a temblar. El presidente desgrana el indudable éxito de la vacunación mayoritaria de los españoles y se cuelga por enésima vez la medalla pero anda flojo en tomar decisiones. La situación requiere más que un bla-bla-blá hueco y la convocatoria de una cumbre no presencial de presidentes autonómicos ¡PARA EL MIÉRCOLES! por si se adopta alguna medida que ayude a frenar el nuevo zarpazo sanitario. Los Países Bajos ya han sido confinados y naciones de nuestro entorno cercano presentan incidencias acumuladas a 14 días por 100.000 habitantes disparatadas: Reino Unido, 1.153,5; Francia, 1.025,4; Bélgica, 1.690,7; Suiza, 1.502,8; Alemania, 806,8…

El miércoles, sobre la mesa de los representantes autonómicos habrá cifras peores de las que hoy ya nos alarman

Los de a pie están entre aterrorizados y preocupados hasta el punto de que hay farmacias que han colgado el cartel de 'No hay test de antígenos'. Esto ha pasado en muchas grandes ciudades; también en el caso de Madrid. Varias boticas de la capital tienen una explicación al respecto: los más de 7 millones de test de antígenos que va a repartir esta misma semana de forma gratuita la Comunidad de Madrid habría generado un desabastecimiento generalizado en los laboratorios que los fabrican, de modo que tener material suficiente para suministrar para la venta pública a las oficinas de farmacia se ha visto entorpecida. Quién sabe. Puede que sí o puede que no, pero tómese su tiempo para conseguir un test de los mencionados y, en caso de encontrar un oasis que los tenga, le someterán a la sensata política de racionamiento: un diagnóstico por persona a fin de que los que ya presentan síntomas o los que más lo precisan por su estado de salud previo puedan irse a casa con la cajita de marras.

La lógica me dice que en casos como el que nos ocupa el tiempo es un elemento clave para intervenir en la resolución de los problemas: si un edificio comienza a arder, hay que apagar el fuego de inmediato e impedir que se propague por los alrededores; tomárselo con calma solo conduce a que lo que nos encontremos al llegar sean rescoldos o cenizas. No me equivocaré mucho si digo que el miércoles, sobre la mesa de los máximos representantes autonómicos orquestados por el presidente del Gobierno se presentarán cifras peores a las descritas. Para esa fecha, alguna CCAA puede que haya pulsado el botón de alarma desesperadamente. No es cuestión de asustar sino de ser realistas… y prudentes.

Me alegraría que de la Cumbre de Presidentes saliese un plan eficaz para hacer frente a la nueva ola que ya nos ataca. Por soñar, nada se pierde. Como pasa cuando creemos que nos va a tocar el gordo de la Lotería de Navidad.

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