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El Papa Francisco, Yolanda Díaz y los juguetes de Alberto Garzón

La gallega está construyendo su propio personaje para dar el salto a esferas más altas, hasta el irónico punto de arriesgarse a que la cabeza le dé vueltas al pisar el Vaticano, como una niña cualquiera de 'El Exorcista'

Yolanda Díaz y el Papa Francisco
Yolanda Díaz y el Papa Francisco, en el Vaticano.
EFE

Yolanda Díaz es más lista que el hambre. Harta de que la señalen como una peligrosa comunista y de las consecuencias políticas que esa imagen puede tener de cara a ser cartel electoral en un futuro cercano se ha plantado en Ciudad del Vaticano, ha estrechado con cordialidad la mano del Papa Francisco, le ha llamado Santo Padre, ha charlado con él de empleo, de precariedad social, de lo divino y de lo humano y se ha marchado para casa con la bendición apostólica de Su Santidad.

La vicepresidenta le da al marketing cosa mala. Podía haber obsequiado a Bergoglio con un libro vetusto de Karl Marx y Friedrich Engels titulado 'Manifiesto del Partido Comunista' pero prefirió hacerle dos regalos: un ejemplar de 'Follas Novas', de Rosalía de Castro, y... ¡Tatachán! Una estola de color verdoso realizada con plástico reciclado y bordada por unas monjas carmelitas de la localidad madrileña de Alcalá de Henares. Como remate, una mujer del equipo que acompañó a Díaz al encuentro con el Pontífice llevaba un par de rosarios para bendecir, una prueba de que estos comunistas no muerden y respetan a los que creen en Dios. Va a tener razón Joaquín Sabina cuando canta aquello de "Con lo que una ha visto / Y que Dios me perdone / No hay que ser muy lista / Pa'mí Jesucristo / El primer comunista / Como te digo una cosa te digo la otra".

Yolanda Díaz no da puntada sin hilo: acudió a la cita cubierta de cuello a pies con un traje de color negro en el que destacaba un gran lazo blanco. Nada de camisas abiertas, hombros desnudos o faldas. Nada de melenas al viento; pelo recogido en sencillez. Cumplir con el protocolo es una norma de urbanidad básica que la ministra ejerce con nota. También lo ha hecho en los ya numerosos actos en los que ha coincidido con los Reyes de España, en los que, lejos de usar la agresividad visual innecesaria de vestir de morado republicano o prescindir de la corbata, en el caso de Pablo Iglesias, ha jugado su independencia sin estridencias, cosa que es de agradecer.

Marketing puro: pudo regalarle al Papa el 'Manifiesto Comunista' pero le obsequió con una estola verde realizada con plástico reciclado y bordada por monjas

La política gallega está construyendo su propio personaje para dar el salto a esferas más altas, hasta el irónico punto de arriesgarse a que la cabeza le diese vueltas al pisar la Plaza de San Pedro, como una niña cualquiera de 'El Exorcista'. Díaz viene de una formación incluida en Izquierda Unida en la que los dientes de sierra electorales han sido una constante. Ahora, dentro del paraguas de Unidas Podemos, IU se ha disuelto como un azucarillo, por lo que el lanzamiento de la ministra de Trabajo a la primera línea de la política le está revolviendo las tripas a más de uno dentro de su propia coalición.

Porque mientras que Díaz tiene un peso evidente en el Consejo de Ministros hay titulares de carteras de UP a los que les ha tocado en la rifa el perrito piloto de las atracciones de feria: mucho ruido (bastante, a veces) y pocas nueces. Entre estos perfiles está el de Alberto Garzón, que ha sido la cara visible de Izquierda Unida en los últimos años y con quien la formación heredera del PCE -del que Yolanda Díaz y él forman parte- entró en la coctelera de Unidas Podemos.

Garzón es un político joven, economista de profesión y diputado en la Cámara Baja desde 2011. Hoy es ministro de Consumo en el Gobierno de Pedro Sánchez, tras desgajar este área de Sanidad a fin de que hubiese ocupación para el nutrido Ejecutivo de coalición. Los últimos titulares que ha dado Garzón son de esta pasada semana, cuando su departamento lanzó una campaña para promocionar que los juguetes no tienen sexo y que cualquiera puede disfrutar con ellos, ya sean balones, muñecas, robots, mecanos, cocinitas, maletines de herramientas, sets de maquillaje, tanques, coches teledirigidos...

Peor es cuando los niños no tienen divertimentos, o vacunas, y lo que está en juego es una sonrisa o la vida misma, y a todos parece importarnos un bledo

Hay malos padres que castigan a sus hijos justo con los juguetes que no desean: si la niña quiere una metralleta, le cae un bebé que caga y mea; si el niño sueña con vestir a una Barbie, lo suyo es endosarle un arco y unas flechas. Lo dicho es una ironía, que conste. No obstante, es cierto que una parte de nuestra sociedad no entiende la diversidad sexual, en parte por su edad o por su formación, pero mayoritariamente a los pequeños se les educa en la libertad y el respeto hacia los demás y hacia uno mismo. Quienes tienen hijos saben que entre sus amigos hay heterosexuales, bisexuales, gais, lesbianas, trans... Y la convivencia es absoluta y natural. Claro, siempre hay intolerantes, prejuiciosos y hasta violentos, como los hubo siempre.

Pero, volviendo a los juguetes de Garzón, me temo que el ministro se ha equivocado. Pon niños sin género en una sala con juguetes y cada cual decidirá con qué o con quién divertirse; nos podríamos sorprender. Peor es cuando los pequeños no tienen juguetes, o vacunas, y lo que está en juego es una sonrisa o la vida, y a todos parece importarnos un bledo.

Buena semana.

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