OPINION

Del SIDA al Covid: ¿Hay más muertos y no lo sabemos?

Pedro Sánchez mascarilla fábrica respiradores
Pedro Sánchez mascarilla fábrica respiradores
EFE

Años 80 del siglo XX. Empieza el goteo: inexplicablemente, los servicios de infecciosos de todos los hospitales del mundo comienzan a recibir y atender pacientes que sufren enfermedades oportunistas que se aprovechan de un sistema inmune dañado para echar raíces. Nadie sabe qué está sucediendo con exactitud. Los investigadores trabajan sin descanso hasta que cierran el círculo y dan a conocer que todos ellos son víctimas del virus del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA). Al mismo tiempo que se dan a conocer los primeros casos, la población entra en pánico ante la posibilidad de verse contagiada por un virus para el que no hay tratamiento en ese momento y que en algunos casos mata.

Inicialmente se cree que cualquier contacto con un enfermo o un portador del virus puede ser suficiente para transmitir la enfermedad. Se acabó beber a morro, compartir cuchillas de afeitar, comer de platos ajenos, besar, tener sexo... Muchos de los atrapados por el SIDA -más tarde Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH)- son homosexuales, heroinómanos o hemofílicos: las tres haches. Los primeros contraen el virus a través de relaciones sexuales sin protección; los segundos, por compartir jeringuillas para inyectarse heroína; y los terceros, fruto de tener que administrarse un factor de la sangre que les inocula el VIH. Pero hay más afectados: heterosexuales que tienen encuentros sin protección con parejas no estables, operados que reciben transfusiones... El caos. El miedo a contagiarse de un virus desconocido se agiganta. Cuando el actor Rock Hudson anuncia en 1985 que es enfermo de SIDA, la sociedad pone cara y ojos a los pacientes. El mundo tiembla ante lo desconocido.

En aquellos 80, Gobernaba el primer PSOE de la democracia, el del joven Felipe González Márquez. El Ministerio de Sanidad, entonces bajo la tutela de Ernest Lluch -más tarde, Julián García Vargas- facilita cifras oficiales de muertos de SIDA. Pero no son reales. El Gobierno no miente aunque en sus estadísticas no están todos los fallecidos por tardanza en la transmisión de los datos, catalogación de los fallecidos como parte del síndrome... La verdad la saben los médicos de los hospitales, que tienen sus consultas llenas de casos y los ven morir. No de SIDA porque dicen que nadie muere de SIDA, sino de enfermedades oportunistas que les invaden su organismo con las defensas por los suelos. Las estadísticas que llevan particularmente los virólogos hablan de otra realidad: en España, los SIDA fallecidos son más, muchos más.

Socialmente, además, hay estigmas. Rápidamente la calle asocia que ser gay es poder tener SIDA; que consumir drogas por vía venosa es poder tener SIDA... Miedo y desconocimiento prenden la mecha. Es el momento en el que organizaciones civiles como la Fundación AntiSIDA -Fase-, espoleada por su presidente, el químico José Torres Ibáñez, entran en acción para inculcar conciencia, aconsejar prevención y ayudar a los afectados. Como el Ministerio pero pisando la calle. Hoy el VIH se aborda como una enfermedad crónica y se medica, el miedo ha desaparecido y los estigmas son cosa del pasado.

Años 20 del siglo XXI. De la noche a la mañana explota en China un proceso infeccioso altamente contagioso que se cobra la vida de parte de sus afectados. Las autoridades del gigante asiático ponen cortafuegos, pero el virus ya está viajando por todo el mundo sin control: llega a Europa, a América, a otros países de Asia... El temido virus es un coronavirus, denominado Covid-19. El citado Covid entra en las poblaciones de todo el globo como un cuchillo caliente en mantequilla: los infectados y los muertos se cuentan por miles. En España, como en otros países, se termina confinando a la población en sus casas para detener la expansión, pero el 'campo sanitario' ya está plantado. Los enfermos incuban, contagian, algunos ingresan en hospitales y algunos, también, mueren. Los nuevos contagiados vuelven o pueden volver a contagiar. No se sabe a ciencia cierta cómo evoluciona el Covid. Cortar la movilidad de la población es la cirugía necesaria, o eso parece.

Hay algunas coincidencias entre SIDA y Covid-19, al margen de su origen vírico. El Covid también tiene presas fáciles: ancianos, enfermos, personas sanas con patologías previas... Las residencias de mayores se convierten en polvorines para el contagio, los hospitales se quedan pequeños, las autoridades nacionales, autonómicas y locales se ven obligadas a crear instalaciones sanitarias nuevas para albergar a los afectados por la pandemia, salen a la luz las incompetencias de gestión y la escasez de materiales de protección, los profesionales de la Salud se ven desbordados, las Fuerzas de Seguridad controlan las calles, el Ejército se convierte en el ariete para comerse los peores marrones como trasladar féretros, desinfectar instalaciones, montar hospitales de campaña... El Covid mata y, además pone a las avanzadas sociedades occidentales frente al espejo para ver en vivo y en directo sus propias miserias y sus bonitos castillos de naipes.

El resto de la historia, usted ya la conoce...

Hoy mismo se superarán con creces los 12.500 fallecidos en España y dejaremos atrás la cifra de 130.000 contagiados. Muchos muertos y muchos contagiados para una infección que altas instancias de la política consideraron poco importante y que, a lo sumo, depararía aquí algún caso. Una enfermedad para la que los ciudadanos sanos no debían de ponerse mascarillas, a lo sumo guantes quirúrgicos, y para la que ahora se está valorando embozar a toda la población para evitar riesgos.

¿Los ingresados en UCI por coronavirus son solo esos o hay más? Son estadísticas oficiales, por lo que hay que pensar que los datos son correctos. Como en el caso del SIDA, el Gobierno no miente y se presupone la buena fe. No obstante, esta semana pasada el departamento de Salvador Illa ha comenzado a publicar datos de ingreso en UCI y de ingreso hospitalario en algunas comunidades con reportes de prevalencia (el número de casos internados en el momento de hacerse la 'fotografía' censal) cuando el resto de autonomías presenta datos acumulativos. Una estadística con diferentes tablas de medir no genera demasiada confianza. Los datos de prevalencia, por su propia consideración, tenderán a reducirse (habrá altas y habrá muertos que reducirán la cifra), mientras que los datos que presentan el resto de regiones en estos capítulos, lógicamente solo pueden incrementarse.

¿Y los muertos? Víctimas mortales del Covid hay de diferente tipo: las que fallecen en centros hospitalarios, las que lo hacen en residencias de ancianos y las que expiran en los propios domicilios. ¿Suma el Ministerio los casos de coronavirus muertos en sus hogares dentro de las estadísticas oficiales? Los médicos que certifican estos fallecimientos domiciliarios han de anotar la causa del óbito. Cuando hay síntomas previos compatibles con Covid-19 han de rubricar que se trata de un caso sospechoso o probable de coronavirus. Pero, ¿se añaden estos casos al trabajo estadístico después de que pasan por el Registro Civil o serán incorporados dentro de un tiempo? La realidad termina siendo tozuda y los muertos acabarán 'apareciendo' más pronto o más tarde. 

Hay, por desgracia, una gran diferencia entre el 'viejo SIDA' y el coronavirus. El VIH surgido en los años 80 del siglo pasado galopaba lento: infectaba y se tomaba su tiempo para matar, si es que mataba. El coronavirus es rápido, es el Usain Bolt de los virus: contagia mucho y no tiene piedad segando la vida sobre todo de los más débiles.

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