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Las barricadas del Metal y las protestas de la Policía

Hoy, la política de confrontación se viste de traje de chaqueta y atiza las refriegas en los despachos y, a veces, en la calle. El objetivo es el mismo que hace siglos: vencer, obtener el poder y aplastar al contrario.

Barricada en la huelga del metal en Cádiz a 16 de noviembre del 2021 en Cádiz (Andalucía). El sector del metal de la provincia de Cádiz ha comenzado este martes un huelga indefinida tras no haber alcanzado ningún acuerdo con la Federación de Empresarios del Metal de la provincia (Femca). Con ella, la mañana ha comenzado con barricadas y cortes de carreteras para impedir la entrada en industrias tractoras como Navantia. Uno de los puntos de conflictos se encuentra en la avenida de Astilleros de la capital gaditana, con enfrentamiento entre huelguistas y Policía
Nacho Frade / Europa Press
16/11/2021
Las barricadas del Metal y las protestas de la Policía.
Europa Press

Este país nos tiene acostumbrados a sembrar diferencias. Viene de lejos. De mucho más allá de la guerra civil de la que tanto y bien escribió Almudena Grandes, que se ha ido sin avisar, como suele sorprender la muerte. Desde que España es España, los conflictos entre partes han sido la tónica y común denominador de su historia. De los Reyes Católicos para acá, el suelo que pisamos es suma de fracciones y resta de haberes, como si se disputase una compleja partida de estrategia en un juego de Risk pero con fichas de carne y hueso. Otrora se creaban bandos en apoyo de uno u otro monarca; daba igual, la cuestión era obtener el poder y apartar a los vencidos como leprosos.

Hoy, la política de confrontación se viste de traje de chaqueta y atiza las refriegas en despachos enmoquetados y, a veces, en la calle. El modus operandi ha cambiado, cierto es, pero el objetivo viene siendo el mismo: vencer, obtener el poder y aplastar al contrario. En lo que va de mes hemos sido testigos de la quiebra social y política en las barricadas del Metal de Cádiz -donde la defensa por los puestos de trabajo y el mantenimiento de la actividad industrial se horneó en contenedores ardiendo y esquivando piedras- y tras las pancartas de protesta de cientos de policías nacionales en las principales arterias de Madrid poniendo el grito en el cielo por las consecuencias para su trabajo de la Ley Mordaza.

La división en la izquierda es un hecho; igual que son palpables los muros de contención entre los partidos de derechas

En el polvorín de Cádiz, la vicepresidenta y ministra Yolanda Díaz ha arrimado el hombro a los manifestantes en una bofetada en toda regla al presidente del Gobierno, en la cara del ministro del Interior, por utilizar una tanqueta policial para abrirse camino entre los cubos de basura en llamas. Díaz ha jugado una vez más sus cartas; esta vez, y como casi siempre, olvidando (o dejando de lado) dónde y con quién se sienta los martes por la mañana en el Palacio de La Moncloa.

La gallega pensará probablemente en el mañana, donde están puestas sus aspiraciones políticas, y en que tacita a tacita se puede hacer con una fortuna de votos. La discrepancia es buena y necesaria; la unilateralidad, una muestra de ego absoluto puesta en escena gracias al blindaje de saber que lo que opines o hagas no te va a costar el cargo. Es lo que tiene formar parte de la 'zona oscura' del Gobierno, donde estás más blindado que la cuestionada tanqueta de la Policía Nacional.

Entre el PSOE que Sánchez ha colonizado y Yolanda Díaz hay una brecha que solo se cerrará después de los próximos comicios. Ambos lo saben y eluden la guerra de guerrillas para centrarse en el gran combate que vendrá. Ayer, Mariano Rajoy aseguraba en una entrevista en las páginas de EL MUNDO, que el secretario general socialista se había alejado de la calle; y no le faltaba nada de razón. Es justo la izquierda a la izquierda del PSOE quién empieza a arañar ese terreno, por un lado, mientras que la derecha y la derecha de la derecha se arriesgan a mojarse en tiempos de frío y lluvias participando en concentraciones.

Las urnas decidirán la continuidad o el cambio de Gobierno. Una obviedad si no fuese porque uno mismo se puede sentar en el Consejo de Ministros

La división en la izquierda es un hecho constatable; igual que son palpables los muros de contención entre los partidos de derechas, por mucho que compartan espacios de protesta o voten, a veces, lo mismo en el Parlamento. Pablo Casado es consciente de que el cronómetro está en marcha y que sumar adeptos es tarea compleja. Lo sabe mientras ve cómo en sus propias filas le dan patadas en las espinillas en cuanto se descuida... y se descuida mucho, el hombre, la verdad.

Casado vigila por el rabillo del ojo a Santiago Abascal. El líder de Vox y los suyos no olvidan tampoco que las próximas urnas decidirán la continuidad o el cambio de Gobierno. Una obviedad si no fuese porque uno mismo se puede sentar en el Consejo de Ministros.

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