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Pedro Sánchez Castejón, agencia de información

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Pedro Sánchez Castejón, agencia de información.
POOL MONCLOA / BORJA PUIG DE LA BELLACASA

Francisco Ibáñez ha hecho magia con sus lapiceros y bordado una sonrisa en la cara a varias generaciones de españoles con sus personajes de tebeo. El historietista parió a Mortadelo y Filemón, un jefe de detectives y su ayudante cuyas misiones acaban siempre en desastre. Ibáñez ha mezclado en sus viñetas de los también agentes de la TIA a la clase política española: desde Felipe González a Mariano Rajoy, pasando por Aznar y en uno de sus últimos trabajos hasta el propio Pedro Sánchez Castejón, presidente del Gobierno del que depende la CIA española que vive hoy los zurriagazos de la actualidad.

Mortadelo suele escuchar conversaciones de personajes secundarios en las que confunde palabras, malentiende planes o equivoca intenciones. Al final, esconderse o escapar son las únicas opciones posibles para evitar porrazos. Hoy, Paz Esteban, directora del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), hace equilibrios mientras sus mentores políticos deciden si sirven su cabeza en una bandeja a los que claman explicaciones por haber sido espiados. Puede que la homóloga del ficticio superintendente Vicente caiga como fruta madura para tratar de calmar a los políticos independentistas que fueron objeto de escuchas, pero su cese no contendrá la degeneración paulatina y progresiva del pacto que elevó a Sánchez al Palacio de La Moncloa gracias a sus socios secesionistas catalanes, entre otros.

La seguridad de un Estado depende en gran medida del nivel de sus servicios de inteligencia y poseer información es poder… y en esas estamos.

El espionaje tiene un sentido dentro del propio concepto del Gobierno de un Estado, dado que sus acciones son palanca para torpedear malsanas intenciones, operaciones terroristas, delitos flagrantes, revueltas contra el orden legalmente establecido… Los servicios secretos israelíes, británicos, estadounidenses o rusos, por citar algunos, están en el ‘top ten’ de la vigilancia en defensa de lo propio.

No sé qué puesto ocupa el espionaje español en el ranking, pero la imagen como país que se está ofreciendo al exterior es penosa, no tanto por el hecho de que Mortadelo y Filemón le echen un ojo -o un oído- a políticos, delincuentes -confesos o presuntos- activistas o secesionistas sino porque todo trascienda más allá de las entrañas de la casa de los espías. La seguridad de un Estado depende en gran medida del nivel de sus servicios de inteligencia y poseer información es poder… y en esas estamos.

Lo malo de espiar casi no es el hecho en sí sino que te pillen con el vaso en la pared del vecino. Los espías están sujetos a reglas, a las órdenes del Gobierno y a la legalidad estricta de sus acciones -lo contaba bien esta semana Borja Adsuara en este mismo periódico-, punto este último que habría sido defendido por ‘la Súper’ del CNI mostrando en el Congreso de los Diputados órdenes judiciales que respaldarían el espionaje a independentistas catalanes, entre ellos el actual president de la Generalitat, Pere Aragonès, que ha recibido material gratis para apretar las zonas bajas del Ejecutivo, que después del ‘mortadelazo’ tiene menos futuro que un parado de larga duración que peine canas.

La imagen internacional del Gobierno se ha embarrado más al conocerse que al menos los móviles de Pedro Sánchez y de la ministra de Defensa, Margarita Robles, fueron infectados con el ya popular programa Pegasus, versión tecnológica de la vieja del visillo, vaya usted a saber por quién y con qué objetivo. Con el ‘lío en la TIA’ hemos tenido y tendremos charleta los próximos días. Que lo veamos.

Buena semana.

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