Posdata

Que Dios salve a la Reina (de las fiestas de Boris y de su hijo Andrés)

Reino Unido no atraviesa por su mejor momento como consecuencia de las partys en el 10 de Downing Street y el 'caso del duque de York'.

Boris Jonhson
Boris Johnson.
DPA vía Europa Press

El 10 de Downing Street es lugar de peregrinación para los turistas de todo el mundo. Asomarse a la emblemática calle enrejada, es un clásico de las rutas londinenses en las que, con suerte, lo mismo hay una rave convocada en la residencia oficial del primer ministro y dejan que te sumes al despiporre. 'London is different': con casi 15 millones de casos confirmados de coronavirus, una incidencia acumulada que supera los 3.000 por 100.000 habitantes y más de 151.000 muertos a consecuencia de la Covid, montar una 'party' es algo que Boris Johnson puede hacer sin despeinarse... y valgamedios que es difícil que ese flequillo no se desparrame.

No sé si en el último guateque 'Cheli' sacó el güisqui pero lo que está claro es que debieron molestar un poco a los vecinos o algún fiestero se fue de la lengua y contó por ahí que en el número 10 de Downing Street te lo pasas de miedo. Boris Johnson estuvo en una de esas fiestuquis y le han pillado con todo el equipo. Tener que comparecer ante el Parlamento para justificar su presencia en un sarao y pedir disculpas por la celebración de otras dos en su residencia oficial la víspera del funeral por el duque de Edimburgo (con el Reino Unido en duelo por la muerte del esposo de la Reina y la Covid azotando con fuerza) da vergüenza ajena y debería de darla propia.

Era impensable, por improbable, que unas pintas de cerveza pudiesen tumbar al primer ministro británico, que tiene más popularidad en los guateques que en las encuestas de valoración como líder. Probablemente no ha salido todo el material destructivo y destructor contra don Boris; acabaremos sabiendo más cosas de las que ya se escuchan... otro cantar es que el señor Johnson acabe untado en brea y espolvoreado con plumas de gallina frente al palacio de Buckingham, para que Isabel II sea testigo de que a Mister Brexit se le cae el pelo. ¿Lo veremos? Pienso que no, aunque sería razonable que fuese sí.

La ejemplaridad de los cargos públicos es la moneda de cambio para que sigan en sus puestos pese a las diferencias ideológicas o formales que pueda haber

La Reina de Inglaterra tiene 95 años y lleva en el trono la friolera de 69, que no es cosa de poco. Ha vivido guerras, una de ellas mundial, desencuentros, crisis económicas internacionales, tensiones entre bloques, revoluciones y cambios tecnológicos siempre tocada con un sombrero en la cabeza y una sonrisa imperturbable. Ahora su rictus se ha tornado serio, además de por el chin-chin en las quedadas secretas del '10', también, o más, por el escándalo judicial que ronda de cerca a su hijo Andrés, de 61 años, después de haber sido acusado de abuso sexual por una presunta víctima de la red de trata de personas de Jeffrey Epstein, cuando la hoy demandante tenía 17 años.

El duque de York, que todavía lo es aunque cualquier británico razonable querría que no lo fuese, ha perdido, por el momento, sus honores propios de su posición: su madre le ha quitado de cuajo los títulos militares y los patrocinios reales y seguirá sin tener funciones públicas para defenderse judicialmente "como ciudadano privado". Que alguien como el duque de York ocupe un puesto, por lejano que este sea, en la sucesión al trono británico da repelús; y la decisión de Isabel II de arrinconarle aún más no da que pensar nada bueno sobre lo que pueda suceder con su descendiente, al margen, claro está, de que le sea mantenida la presunción de inocencia y de que en su caso la Justicia falle en su contra.

Reino Unido no atraviesa por sus mejores momentos. Las chapuceras partys -a las que parece que cada uno debía llevarse su propio alcohol- que se organizaban en el 10 de Downing Street y el 'caso Andrés' han socavado la imagen de UK y de su monarquía, con la evidente diferencia que ha de marcarse entre un fiesteo indebido y una acusación por abuso sexual. La ejemplaridad de los cargos públicos es la moneda de cambio imprescindible para que se mantengan en sus puestos con el debido respeto pese a las diferencias que en lo ideológico o lo formal puedan existir entre ellos y parte de los ciudadanos corrientes y molientes.

Los británicos, que últimamente han adquirido una gran cultura sobre cómo romper futbolines ejecutando su ya conocido Brexit con la UE, tienen ahora en el pim-pam-pum a Andrés y a Boris. Lo mismo hay desfile.

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