OPINION

Rojos, fachas, sexo y el pin parental como confrontación política

Consejo de Ministros
Consejo de Ministros
EFE

Ha arrancado el Gobierno de coalición de Pedro Sánchez y su ejército de 22 ministros. El Ejecutivo ha tomado posesión ante Felipe VI prometiendo lealtad al Rey y a la Constitución. Qué cosas: cuando algunos pensaban que un grupo de rojos peligrosos se había instalado en el poder va y resulta que son como los fachas de toda la vida. Con todo, es bastante cómico ver cómo actúa el milagro de las moquetas de La Zarzuela y La Moncloa. Es pisarlas y al más revolucionario y republicano le sale una bandera bicolor del pecho.

A Alberto Garzón se le veía satisfecho; como para no estarlo. Su cartera al frente de Consumo supone sentar en el Consejo de Ministros a un miembro del Partido Comunista de España (PCE). Aunque ya casi nadie se acuerda del PCE; y menos aún desde que entró a formar parte del puzzle de Izquierda Unida para diluirse en Unidas Podemos. Pero Garzón ha llevado al Gobierno el peso de un partido que jugó un papel crucial en la Transición española, que supo ser generoso y que cedió para hacer posible la convivencia pacífica de toda una sociedad, en aquellos tiempos marcada por los 40 años de la dictadura de Franco. Por tragar, tragó con la Monarquía y la bandera a cambio de la legalización.

Hoy el general Francisco Franco y Santiago Carrillo, el secretario general de aquel PCE de la hoz y el martillo, estarán en el mismo cielo, en el mismo infierno, en el mismo limbo o en ninguna parte. Pero hoy, como entonces, sigue siendo necesario, por no decir imprescindible, traer al escenario político la negociación, el talante y la templanza para que el mal no degenere en nada peor.

Viene esto a cuento del pin parenteral. Nadie tenía ni puñetera idea de qué era eso del pin parental hasta casi esta misma semana, en la que Vox y el Gobierno se han encargado de marcarnos a fuego su significado. Y en el lío han entrado todos: PP, Ciudadanos... Resumiendo, Vox quiere conocer de forma previa los contenidos educativos extraescolares, pero que son parte de la formación y del todo curricular, que reciben sus hijos, para así poder decidir a qué talleres, encuentros, charlas o salidas sus hijos acudirán y a cuáles no. La intención del grupo de extrema derecha no es otra que vetar o controlar la presencia de sus vástagos en todo aquello que tenga que ver con homosexualidad, movimientos LGTBI, sexo... Algo así como enclaustrar a sus hijos dentro de la enseñanza de materias, pero sin aditivos.

El Gobierno lo ve de forma muy diferente. Para la ministra Isabel Celáa, a los niños no se les puede privar de la totalidad de la educación. La titular de la cartera, que ha seguido en el carro gubernamental dejando atrás la Portavocía del Ejecutivo, que no estaba hecha a su medida desde el día uno, considera que los hijos no son propiedad de los padres y que, de tal forma, es el Estado quien ha de acordar los contenidos que deberán incluirse en su formación.

Aquí están los bandos y la consecuente guerra. Vox tiene un arma secreta que ya está utilizando: tiene agarrados de sus partes a algunos gobiernos autonómicos, véase el caso de Murcia -donde nace todo este tira y afloja- y aprieta y aprieta para que los que sientan sus posaderas en los hilos del poder local cumplan su parte del pacto que les ha permitido seguir manejando la batuta política. Vox, no es nuevo, es pieza clave para el funcionamiento de los gobiernos de Madrid, Murcia, Andalucía... Y va a seguir apretando bajo la persistente amenaza de 'pagas o pierdes'.

Los partidos deberían estar sentados en una mesa negociando multilateralmente qué hacer con la Educación española, cómo crear un modelo que no muera cada vez que cambian los muñecos del Ejecutivo de turno. Que las asignaturas persistan en el tiempo, dándoles el valor que tienen. O habrá un día en que no se enseñen Matemáticas porque los móviles harán cualquier cálculo por nosotros -ya lo hacen-, o se tirarán a la papelera la Lengua y la Literatura, porque se lee poco y se escribe peor por la invasión tecnológica que ha mandado al carajo a los lapiceros; o se matará la Filosofía, que es un petardo que hace pensar; o no se hará deporte para no interferir con el trainer personal; o no se trabajará en grupo para que no se discuta ni se confronten distintos pareceres...

Un sistema educativo que mejore la calidad para que los chicos y chicas salgan mejor formados en un mundo cada vez más competitivo; que enseñe la historia de España y de los españoles -incluyendo los episodios menos blanqueables de nuestro pasado-; que potencie a las personas y no los modelos creados en un despacho ministerial; que siente las bases de la formación ciudadana, solidaria y en igualdad; que muestre cuáles son nuestras debilidades para ponerles remedio; que contemple a la mujer igual que al hombre; que se enseñe a los hombres a estar en el papel que a veces ocupan las mujeres; que presente en libertad las opciones religiosas a las que se pueda optar igual que inculque respetar a los que no creen o lo hacen de forma diferente; que haga ver que la bandera nacional no es de nadie y es de todos; que el diferente no es ni peor ni mejor; que hay quien ama, quiere o sueña de formas distintas a las de uno y que eso no obliga a nadie...

Cuando se estudiaba la Educación General Básica (EGB), casi ya en el Pleistoceno, en las clases había chicas y chicos. Había homosexuales resguardados dentro de armarios de cristal que sufrían las burlas de muchos. Habría lesbianas, pero la discreción era absoluta. Treinta alumnos o más por aula, llenas solo de niños y niñas que iban a formarse como seres humanos. También había política, clases sociales, diferencias económicas, otras razas (entonces menos)... Del sexo no se hablaba; la mayor parte de las veces tampoco en casa. Algún profesor atrevido se prestaba a ello, entre el choteo general, pero todo acababa como había empezado: sin saber nada de nada. El ayer no era mejor que el hoy; era otra cosa, simplemente. De algo deberían haber valido más de 40 años de calentamiento en el banquillo educacional. No sé si hablar de heterosexuales, gais, lesbianas, transgéneros, relacciones en pareja, anticoncepción o respeto a los demás debe ser el centro de las discusiones políticas. Aunque, probablemente, también. Pero, a buen seguro, es una parte del eje en las vidas de los más jóvenes, de sus preocupaciones, de sus miedos... Solo por ello merecería la pena estar de acuerdo en cómo abordar el asunto con seriedad y rigor. Todo ello, necesariamente, acompañado de la formación en casa, con los padres y la familia, referentes de los menores. ¿Qué tal si en vez de escupir bilis, unos y otros se sientan alrededor de una mesa a hablar de ello, marcando límites y estrategias pero con un horizonte común?

Creo que la guerra seguirá.

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