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Salteadores de caminos

El Tempranillo, El Tragabuches, El Pernales, Pasos Largos... son ya historia del bandolerismo. La versión moderna -y legal, aunque puede que excesiva e injusta- viene por carretera.

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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
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'El Tempranillo', 'El Tragabuches', 'El Pernales', 'Pasos Largos'... La Historia de España está repleta de personajes amigos de lo ajeno y muchas veces violentos hasta límites insospechados. Ser salteador de caminos en otros tiempos era un oficio al que algunos llegaban por las dificultades económicas, la venganza o la crueldad pura y dura, casi siempre huyendo de las manos de la Justicia.

Parte de esos bandoleros, ladrones al fin y al cabo, a veces asesinos, gozaban del apoyo de los más necesitados, entre los que repartían parte de sus botines a cambio de protección y alojamiento. Hubo forajidos que quitaban vidas y rompían corazones a un tiempo; los malotes ha solido tener siempre un magnetismo inexplicable que habrán estudiado los sociólogos.

La visión nacional del bandolerismo 'bueno' pasa por Curro Jiménez. Sancho Gracia será siempre recordado por protagonizar la serie de forajidos españoles más seguida en la pequeña pantalla, igual que Pepe Sancho será eternamente El Estudiante, y Álvaro de Luna, El Algarrobo, además de haber sido actores de una pieza y amplio reconocimiento.

Los salteadores de caminos como Curro Jiménez esperaban a sus víctimas ocultos en el monte, saliéndoles al paso blandiendo sus trabucos cuando los carromatos estaban a su altura. Los facinerosos rapiñaban todo lo de valor y desaparecían en el bosque de la misma forma en la que aparecieron, sin dejar rastro y con las alforjas repletas de monedas, joyas y oro.

Sánchez ha llevado a la UE los fondos de recuperación con unas letras pequeñitas que contemplan patadas fiscales

Sigue habiendo bandas organizadas que hoy en día actúan en las carreteras y asaltan a los camioneros que se detienen en las áreas de descanso, vaciando los tráilers en un abrir y cerrar de ojos; también atracan a conductores de turismos, a los que avisan del falso pinchazo de una rueda o de una presunta avería... Cuando descienden, se quedan con lo puesto.

Las redes de carreteras son un gran invento. Comunican todos los puntos de un país mediante una malla de araña cuidadosamente elaborada. Algunas carreteras son pequeñas, locales, a veces en mal estado de conservación. Otras, sin embargo, son pistas perfectamente trazadas y preparadas para transitar en vehículos con alta frecuencia.

España, cuando algunas de estas carreteras se construyeron, dio la concesión de los peajes y el mantenimiento de los viales a empresas que los explotaron durante años. Era una forma de poder tener infraestructuras muy caras sin hacer el desembolso de golpe desde las Administraciones Públicas gracias a los derechos de la concesión. Unos proyectos funcionaron bien y otros cayeron a los abismos: pocos usuarios para gigantescos costes.

En España nos hemos plegado a pagar peajes en las carreteras con la misma naturalidad que hemos llenado los depósitos de combustible hasta arriba cuando hemos emprendido un viaje largo. Eso sí, siempre nos quedaba la opción de pasar los puertos o sortear los túneles por carreteras antiguas y ahorrarse los euros de la concesionaria: más barato pero más peligroso. Qué triste ponerle precio a la seguridad de las personas.

Pedro Sánchez ya no sabe qué hacer para sorprendernos. El presidente del Gobierno lo mismo nos deja sin regulación homogénea para que todas las comunidades autónomas sepan cómo proceder tras el decaído estado de alarma que se ofrece para liderar en nombre de Europa la extinción temporal del derecho de patente de las vacunas contra el coronavirus. El mismo Sánchez que ha dejado al PSOE de Madrid a los pies de los caballos puede también presentar en la UE los planes para los fondos de recuperación acompañados de letras pequeñitas que contemplan patadas fiscales a sus gobernados, que somos todos.

Sánchez se ha inventado una tragaperras de asfalto que no le ha molado a nadie; y menos, a los profesionales del transporte

El Pedro Sánchez de un PSOE al que ya ni votan los verdaderos socialistas, los que defendieron las libertades y lucharon por los derechos. Ahí están Joaquín Leguina y Nicolás Redondo. Un Sánchez que se ha ido alejando de las esencias de Ferraz para discurrir por su propio camino. Un presidente del Gobierno que entiende la política como un instrumento de poder y que, para conseguirlo y mantenerlo, puede pactar con cualquiera que le permita seguir paseando por Moncloa. No sé si allí quedarán todavía bonsáis de épocas pasadas pero seguro que se vuelven a su paso, como los girasoles.

Ahora Pedro Sánchez se ha sacado de la manga no un conejo sino una madriguera al completo. Para meter tela en las arcas públicas ha tenido la idea de ponerle precio al tránsito por los 26.466 kilómetros de carreteras estatales bajo el modelo de 'si usas, pagas'; todo ello para cubrir los costes de reparaciones que ascenderían a 8.000 millones de euros anuales y que el Ejecutivo considera que es una cifra inasumible.

Sánchez, rebosante de imaginación, se ha inventado una tragaperras de asfalto que no le ha molado nada a nadie; y a los que menos, a los profesionales del transporte por carretera. Se habla de un abono de unos pocos céntimos, entre tres y cinco. Parece poco, pero no lo es. Implantar un peaje medio de 4 céntimos por kilómetro supondría pagar 9 euros para ir de Madrid a Burgos o 22 euros desde la misma ciudad a La Coruña. No está mal.

Aprovechando que el Gobierno está pasando el limosnero entre los conductores, hay ya quien ha rebuscado entre sus entrañas el extremismo más loco para sacarlo a pasear. Los más férreos detractores de la variante legal de los antiguos salteadores de caminos dicen que aceptarían la medida si solo los que enferman pagan la sanidad, solo los ancianos abonan sus residencias, solo los que tienen niños pagan la Educación, solo los que delinquen costean la Justicia... Y así hasta el disparate.

El Estado necesita incrementar sus ingresos y ahí está revolviendo entre las tasas para viajar en avión, los impuestos de circulación, de matriculación y al diésel, sobre los plásticos, el patrimonio... Agárrese que vienen curvas.

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