OPINION

La historia de Pedro y Pablo: si no puedes con tu enemigo, únete a él

El abrazo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. / EFE
El abrazo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. / EFE

Lo grandioso en democracia es que los ciudadanos deciden con su voto qué partido ganará unas elecciones y qué formación política asumirá la responsabilidad de formar gobierno, solo o en pacto con otros, ahora que el bipartidismo ha saltado por los aires. Cada voto se deposita en la confianza de que su receptor cumpla sus compromisos plasmados en su programa o expuestos en los debates y mítines. Pero la magia de las urnas a veces se desvanece: así ha pasado en las últimas generales en España, en un escenario socioeconómico delicado.

Centenares de miles de personas creyeron que Pedro Sánchez trataría de gobernar en solitario, apoyado en los partidos de izquierda del Congreso o en la abstención patriótica de la derecha de Pablo Casado. Centenares de miles de ciudadanos fueron convencidos por un candidato que había echado espuma por la boca criticando a Unidas Podemos y a su máximo líder, Pablo Iglesias.

Tanto de lo mismo le pasó al dirigente morado. A buen seguro muchísimos miles de votantes de UP depositaron su papeleta sin dudar de que Iglesias se mantendría firme en sus políticas económicas y sociales, que perseveraría en cazar fiscalmente a los más ricos, metería más billetes al SMI, perseguiría con impuestos a los bancos -nacionalizando alguno- y que se mostraría férreo en su posicionamiento sobre Cataluña, defendiendo un referéndum en la comunidad autónoma.

Tras el recuento electoral, socialistas y morados actuaron con rapidez: las urnas no les habían sido beneficiosas, la derecha se había reforzado y la extrema derecha doblaba su representación, mientras Ciudadanos saltaba en mil pedazos. ¿Solución? Acuerdo relámpago PSOE-UP, reculando lo que hubiese que recular. El abrazo de Sánchez e Iglesias sella ante las cámaras un pacto de necesidad. Unas nuevas elecciones no garantizarían mayores respaldos, así que Pedro y Pablo hicieron realidad aquello de si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él.

Ambos líderes han pedido el espaldarazo de sus bases a una decisión unilateral. Iglesias admite ante los suyos que Podemos tendrá que renunciar a muchas cosas para hacer factible el pacto con el PSOE; paralelamente, Sánchez reconoce que los morados han conseguido lo que deseaban: estar en el Gobierno a toda costa pero permitiendo al socialismo continuar en Moncloa aplicando un programa trufado con idearios violetas. Unidas Podemos ha dado un paso de gigante con una representación cada vez más menguada: habrá una vicepresidencia encarnada por Pablo Iglesias -repudiado antes por Sánchez-, y, además, tendrán la titularidad en ministerios que podrían llevar el nombre de Irene Montero, Pablo Echenique...

El PSOE necesitaba agarrase al cerco de la puerta de Moncloa para no salir volando e Iglesias tenía una última oportunidad para pasear por un palacio por cuyos pasillos vagan los pensamientos de Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. De no haberse dado el abrazo, Iglesias habría quedado muy probablemente a los pies de los caballos tras ver menguar un proyecto político en retroceso.

El matrimonio de conveniencia tiene aún que encontrar más compañeros de cama, que a cambio de unos pellizcos podrían decir amén a un gobierno que nacerá, si nace, débil. Sánchez e Iglesias no dijeron a su electorado que harían lo que han acabado haciendo; a lo sumo, Podemos apostaba por la coalición, a sabiendas de que su negativa a investir a Sánchez en septiembre le colocaba en la picota. Mucho defraudado habrá por ahí.

Mostrar comentarios