OPINION

Crucificados los 'doce apóstoles del procés' y su mesías, en el cielo belga

Líderes del procés pared a pared
Líderes del procés pared a pared

Junqueras, Turull, Rull, Romeva, Forcadell, Sànchez, Cuixart, Bassa, Vila, Forn, Mundó y Borràs. Ellos son los doce apóstoles del procés’ independentista catalán. Han sido arrestados, ingresados en prisión y juzgados por un Tribunal Supremo capitaneado por el magistrado Manuel Marchena. Los doce han sido crucificados con los clavos de la Justicia. La que tenemos, que se puede cambiar si hay consenso, naturalmente, pero que hoy, 15 de octubre de 2019, es la que es. Y las leyes actuales contemplan los delitos de rebelión, sedición, malversación, desobediencia... Tal cual. Quien delinque es condenado en España si una sala así lo acuerda.

Los doce apóstoles independentistas han pagado el pato de la secesión que quiso ser y no fue, frustrada por la intervención del Estado que se ha mostrado inflexible en este caso. Intentar separarse del país, tratar de crear un nuevo Estado, poner unilateralmente urnas para votar en un referéndum ilegal, hacer oídos sordos a las advertencias... no es moco de pavo. Por eso, el exvicepresidente catalán Oriol Junqueras y los otros 11 procesados están donde están, mientras otros no están donde tendrían que estar porque dieron la espantada y se fueron a Waterloo, por ejemplo, poniendo tierra de por medio para seguir vistiendo traje, caminar por las calles y respirar el aire puro de Bélgica.  Con amigos así...

Porque mientras los doce han penado, han salido a los patios carcelarios a tomar el sol, lo han pasado mal y se han visto separados de los suyos, el mesías que mecía la cuna independentista, el alcalde que llegó a 'president', tomó las de Villadiego el muy honorable. En la distancia, Carles Puigdemont clama contra la injusticia que se comete contra sus pupilos, llama a mantenerse firmes, da ruedas de prensa aquí o allá y despotrica contra el Gobierno y los jueces que no han querido dejar sin castigo un motín autonómico. Luego se toma un café o un té, al gusto.

Hay quien entiende mal la estrategia de Puigdemont. Y algunos de esos están entre sus hasta ahora socios políticos, y seguro que también entre sus propias filas, pues entre los condenados hay de Carles y de Oriol.

Las condenas para los presos del procés se verán rebajadas por una esperada sentencia que deja a un lado el delito de rebelión y se centra en la sedición. Y todo por el hecho de que no hubiese un plan violento para imponer la independencia. Sin violencia, no hay rebelión, y los jueces del Supremo lo han visto claro. Habrá cárcel, pero menos, y no para todos los que se sentaron en el banquillo de los acusados. Lo dicho, pagarán el pato, pero el precio se ha dulcificado, tal y como deseaba la Abogacía del Estado. Aquí la Fiscalía ha perdido el partido. En poco tiempo, los que permanezcan en el presidio gozarán de beneficios penitenciarios, que no dan la libertad plena pero la enmascaran.

El juez Marchena se ha cabreado por la filtración de un trabajo en el que lleva enfrascado meses. Parece lógico; y ha insinuado que hasta que no esté la firma del último magistrado todo puede cambiar. El momento convulso que atraviesa el país no es ajeno, probablemente a esta filtración. Hay muchos interesados en menear este avispero. En menos de un mes habrá nuevas elecciones generales, y ahí están unos y otros intentando salvar sus culos en las urnas, cuando para algunos las campanas de las encuestas suenan a muerto. En Cataluña, el independentismo probablemente se refuerce, mientras que los partidos tradicionales y alguno de los nuevos se querrán apuntar la victoria de la derrota separatista. Además, 44 años después, y ya son años, Franco sigue dando guerra. En esta ocasión de forma pasiva, pero con su familia y gentes que añoran su figura tensas por su traslado del Valle de los Caídos al cementerio de El Pardo. Un viaje que va a suceder ya. Habrá quien prefiera una cortina de humo a golpe de estelada secesionista si la polvareda tapa la exhumación del dictador y muestra ante los votantes a políticos que ejecutan sus promesas. Y viceversa, ya que traer y llevar un ataúd desvía también las miradas que vigilan a Cataluña.

Pero que nadie se engañe. La tensión catalana se disparará. Esperemos que no de forma violenta. A nivel político habrá ruido. Mucho ruido. Pero los que agiten el puchero sabrán ya de antemano lo que se juegan: al que se mueva, se le hace una foto de frente y otra de perfil. Las calles de las principales ciudades catalanas serán objeto de protestas. Ya lo están siendo. La templanza de los políticos debería llevar a calmar los ánimos, nunca a encender llamas. Habrá que verlo.

El juego independentista ha acabado, parece, como sucede a veces en los pasatiempos infantiles: con muchas fichas en la cárcel y con algunas más lastradas convenientemente. La sentencia a los doce del procés es la respuesta del Estado de Derecho a actos contrarios a la ley y por ello penados. El Tribunal Supremo imparte Justicia, la que nos hemos dado. No hay más.

Falta por saber el rumbo que tomarán ahora los líderes independentistas catalanes, para quienes puede que esta sentencia sea solo un alto momentáneo en el camino. Cientos de miles de catalanes quieren separarse de España; al igual que otros cientos de miles no desean que eso suceda. Eso, sin preguntar a los ciudadanos del resto del Estado. El diálogo al amparo de la ley es la única salida. Por hablar que no quede.

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