OPINION

Ábalos, Sánchez, Zapatero y Venezuela: cuando el escándalo es mejor que la verdad

Delcy Rodríguez asegura que con la Asamblea Constituyente se tomarán decisiones para la paz de Venezuela
Delcy Rodríguez asegura que con la Asamblea Constituyente se tomarán decisiones para la paz de Venezuela
EUROPA PRESS

Delcy Eloína Rodríguez Gómez no se mueve de su búnker en Caracas si no es para hacer gestiones concretas que ayuden al régimen criminal instalado por Maduro en Venezuela con su inestimable complicidad. Delcy Eloína Rodríguez Gómez es la mitad de los hermanos Rodriguez, y pilar esencial de una dictadura sanguinaria: primero como ministra de Exteriores, después como presidenta de la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente que pretendió volar la Constitución de Venezuela, y, en este último tramo, como vicepresidenta de un usurpador. Como otros jerarcas del régimen y parte esencial de la cadena de mando, Delcy Eloína Rodríguez Gómez está acusada de inductora y cómplice de crímenes de lesa humanidad ante la Corte Penal Internacional, y lleva mucho tiempo sancionada por Estados Unidos y también por la Unión Europea por graves violaciones de los Derechos Humanos y contra el Estado de derecho y la democracia en Venezuela.

Su currículum acredita una impresionante solvencia criminal. ¿De verdad alguien, a estas alturas, puede dudar de que Delcy Eloína Rodríguez Gómez vino invitada a España para cumplir una misión previamente acordada? ¿Alguien cree que el régimen de Maduro no se sabe al dedillo las especificaciones legales de las sanciones? ¿A quién conviene alargar el viacrucis de versiones contradictorias o directamente risibles de Ábalos y su "bochinche"?

La única pregunta que no hay que dejar de hacer es quién y para qué invitó a la enviada de Maduro a España. No hay que dejar de preguntarlo porque, como el siempre certero Ignacio Varela apuntaba ayer, no hay explicación política posible para lo ocurrido esta pasada semana en España. Y no la hay ni puede haberla porque la verdad es, a buen seguro, mucho peor que el escándalo inevitable.

"Lo que he hecho es un servicio al país", musita un Ábalos vencido por el peso de su sacrificio inminente. Sabe que no hay vuelta atrás, y supongo que también sabe que es la primera víctima de una infección con potencia letal en su gobierno. El gabinete ministerial, cual grupo scout, recibió en medio de las llamas una consigna de emergencia por parte del instructor máximo: se trata de evitar cualquier conflicto diplomático, porque España es clave para resolver el conflicto político en Venezuela y que haya elecciones cuanto ante”. Si se fijan, apenas una versión apresurada de la ya digerida letanía negociada con los independentistas. Conflicto político, salida negociada. Corta y pega, salgamos del paso, aguantemos el chaparrón. Los millones de nombres y apellidos del sufrimiento venezolano no importan. Aunque la vicepresidenta Ribera se haya atrevido a llamarlo "anécdota", nada evidencia mejor la realidad que la cara de la ministra de Exteriores a la salida de su encuentro oficial con Guaidó. Su rostro es la mejor y más desoladora de las constataciones sobre lo que aquí apunto.

Como dije el sábado desde Sol junto al presidente Guaidó, creo que su gira internacional ha sido un extraordinario acierto. Si Sánchez pretendía un apagón en España, ha fallado estrepitosamente. Porque sale chamuscado él, cortocircuitado su gobierno y fortalecida la cohesión de las fuerzas democráticas venezolanas. Con el "no es no" de Sánchez a Guaidó, España ha pasado de ser el país de referencia al menos fiable de la Unión Europea en la resolución de la tragedia venezolana. Pero el problema no es cómo considera el gobierno de Sánchez a Juan Guaidó. España no va a moverse un ápice de lo que está negro sobre blanco en el consenso europeo: el reconocimiento de su legitimidad como presidente encargado de Venezuela, derivado de su legitimidad como presidente de la Asamblea Nacional. El problema es cómo Sánchez considera a Maduro, en virtud de la incrustación en su gobierno y aledaños de probados proveedores de la dictadura: Iglesias y, sobre todo, Zapatero.

El coronavirus patrio se llama Zapatero, e Iglesias lo sabe. Por eso el actual vicepresidente lo puso a su servicio como susurrador hace tiempo, y ese hecho marcó un punto de inflexión, porque le sirvió a Zapatero como pértiga para reinsertarse de nuevo como actor político nacional, instalado en las costuras. Parece mentira que olvidemos pronto un hecho estadístico constatable: El expresidente echa a perder todo lo que toca. Todo lo gafa, todo lo pudre. Y, sin embargo, como la ensoñación comunista de la patada hacia delante, sigue colocándose en la palestra en la intentona siguiente, al canto de: "la próxima vez será, no se habían dado las condiciones adecuadas, elígeme".

Para encontrar el origen de todo, hay que mirar a Zapatero, protagonista desde hace años de una lucrativa relación de sometimiento a la dictadura criminal chavista, disfrazada de mediación. Hasta que conozcamos las verdaderas razones de ese sometimiento (sólo el chantaje podría explicar tanta abyección, no hay dinero que la justifique) no entenderemos por qué Zapatero sigue teniendo mano e interlocución. Por qué se ha fortalecido desde la investidura de Sánchez, por qué González ya no sabe cómo desmontarlo. Por qué y para qué viajó a España Delcy Rodriguez. Por qué Zapatero permanece y por qué el chavismo está tan duradera e íntimamente asociado al PSOE.

Beatriz Becerra ha sido vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE) en la legislatura 2014-2019. Es autora de Eres liberal y no lo sabes (Deusto).

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