OPINION

Cataluña-Chile, adolescentes en llamas: ¿hacia un estado de emergencia global?

Un grupo de manifestantes en Barcelona enciende una barricada. /Europa Press
Un grupo de manifestantes en Barcelona enciende una barricada. /Europa Press

España entera asiste sobrecogida e indignada a la toma de las calles de Cataluña por grupos organizados de jóvenes, conveniente y previamente radicalizados durante una década por las élites políticas separatistas. El supuesto desencadenante de esta ola de vandalismo: rechazar la sentencia del Supremo por sedición y malversación contra los cabecillas del proceso independentista. Con ello, el separatismo catalán no deja de mostrar sus hechuras clasistas. Es el último paso desesperado por lograr la impunidad (con jueces y leyes propias que lo consientan) de una minoría que sólo pretende preservar su modo de vida 3%, privilegiado por la corrupción. Una minoría que va a la Ópera mientras arde Barcelona, y arruga levemente la nariz cuando manda a sus 'nens' a quemar contenedores, saquear patinetes eléctricos de las tiendas devastadas e intentar matar polícías a pedradas con los adoquines de Urquinaona.

Mientras, en Santiago de Chile una excusa menor (la subida de precio del billete de metro) ha servido para desatar un extremo estallido de violencia, más grave que en Barcelona. El presidente chileno Piñera declaró de inmediato el estado de emergencia constitucional durante quince días para garantizar el orden público, y posteriormente el toque de queda como único modo de recuperar el control. "He escuchado con humildad", dijo el presidente tras regresar el viernes por la noche al Palacio de La Moneda y entender la gravedad de la crisis. Pero ver las calles de Santiago tomadas por los soldados y los tanques ha supuesto un duro golpe para un país con una dolorosa historia de relación con los militares. La muerte de al menos diez personas ha empeorado aún más el ánimo general. A pesar de la suspensión de la subida de precio del metro, los saqueos, ataques e incendios de edificios significativos (la sede de ENEL, bancos, el diario 'El Mercurio') continúan.

En España, el Gobierno socialista en funciones se ha limitado a apelar a la proporcionalidad y la legitimidad democrática, dejando el control de una situación inédita en manos de unas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad nacionales y regionales con la capacidad de actuación muy restringida. Con el separatismo fragmentado, aún no ha tomado ninguna decisión política en puertas de unas nuevas elecciones generales el 10 de noviembre, aunque voces autorizadas hablan de acuerdos tras las bambalinas para revalidar un tripartito con ERC y los comunes, y desalojar definitivamente a Puigdemont y Torra.

Tanto en Barcelona como en Santiago, se trata de atacar de forma ilegítima el Estado de derecho. Tanto en Chile como en Cataluña, los mecanismos de actuación coordinada estaban listos. La “brisa bolivariana” que el madurismo venezolano se adjudica sigue soplando fuerte en Ecuador, Honduras, Argentina… siempre con la impronta de Rusia y Cuba. RT, el altavoz del Kremlin, lo evidencia sin pudor. Como lo hace la deriva antisistema de las protestas democráticas en Hong Kong, mutadas en radicalismo extremadamente violento una vez tomadas por células organizadas y perfectamente identificables con el modelo descrito. No son las víctimas de inequidad económica o desigualdad jurídica las que protestan con violencia: son grupos que instrumentalizan cualquier reclamación legítima de manera perfectamente coordinada y destructiva, con el objetivo común de desmontar el orden constitucional y asaltar el poder por la fuerza, maquillado de reivindicación.

Y, como signo distintivo, los adolescentes, instrumentalizados como nunca para destruir desde la irresponsabilidad (incluida la penal, claro). Mechas listas para prenderse. Vándalos muy jóvenes, teledirigidos, para extender la sensación de caos y anarquía. Como acertadamente señalaba John Müller, “la generación de Greta emite un montón de CO2 quemándolo todo… no son las puntadas del hambre las que mueven a estos chavales”. Una generación sobreprotegida y sobrevaluada, a la que hemos hecho creer que todo les es debido y que se idolatran sus actos. Títeres necesarios de un fenómeno que, desde luego, no es casualmente global. ¿Quién puede dudar de la conexión?

Falta menos de un mes para que se celebre en Chile el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico APEC, con masiva presencia de líderes mundiales (entre ellos Putin, Xi Jinping y Trump). La Conferencia sobre Cambio Climático de Naciones Unidas COP25 tendrá lugar igualmente en este país en diciembre. Además, los jefes de los servicios de Inteligencia de Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Paraguay, Perú y Uruguay se reunieron la semana pasada en Santiago para crear la Red de Inteligencia Sudamericana Frente al Crimen Organizado y el Terrorismo (Riscot) y trabajar conjuntamente en el fortalecimiento de la lucha contra el crimen organizado. Ya saben: narcotráfico, tráfico de armas, lavado de dinero, terrorismo, contrabando, cibercrimen y trata de personas.

Is fecit cui prodest: lo ha hecho aquel que se aprovecha. No hay puntada sin hilo. No caigamos en la ingenuidad de resignarnos a pensar que se trata del “espíritu de la época”, eso que los alemanes llaman tan hermosamente "zeitgeist". No olvidemos las lecciones aprendidas, algunas bien recientes. Porque nos encontramos ante un genuino plan marco de desestabilización global. Y el botín es demasiado preciado como para que lo subestimemos.

*Beatriz Becerra ha sido vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE) en la legislatura 2014-2019. Es autora de Eres liberal y no lo sabes (Deusto).

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