OPINION

Ébola: el corazón de las tinieblas sigue en el Congo

Trabajo contra el ébola en República Democrática del Congo
Trabajo contra el ébola en República Democrática del Congo
UNICEF/ THOMAS NYBO

En 2014, el brote de ébola en tres países de África Occidental (Sierra Leona, Guinea y Liberia) aterrorizó al mundo. Era el más extenso y complejo al que nos enfrentábamos, desde que en 1976 se conociera el primer caso en Yambuku (República Democrática del Congo), la aldea cercana al río Ébola que dio nombre al virus. De pronto entendimos que la globalización también era poder infectarse de una enfermedad mítica y remota, letal al 90%, para la que no teníamos cura ni preparación. Pero finalmente conseguimos organizarnos y coordinar esfuerzos y recursos internacionales. Estoy orgullosa de haber participado activamente en el esfuerzo conjunto de la Comisión y el Parlamento Europeo para establecer las lecciones aprendidas a largo plazo, reforzar los sistemas sanitarios de los países en desarrollo y poder prevenir futuras crisis. También para impulsar la investigación sobre una vacuna que ya parece empezar a dar frutos, y para mostrar asimismo la debida solidaridad y eficacia en el terreno junto a los que fueron los verdaderos protagonistas (héroes, para mí) de esa tremenda batalla. Dos años y 11.300 muertos después, conseguimos detener la amenaza.

Ese mismo año 2014, gracias al premio Sájarov que los europeos le concedimos a travñes de la Eurocámara, el mundo también descubrió al doctor Denis Mukwege, el ginecólogo congolés que lleva treinta años reparando física y emocionalmente a miles de mujeres víctimas de violencia sexual en el hospital Panzi. La historia personal del doctor nos obligó a afrontar la realidad de la República Democrática del Congo en nuestros días, sumida en un conflicto armado que no cesa y en un sistema corrupto y esclavizante que se financia con los llamados minerales de conflicto como el coltán, el corazón de nuestros smartphones. Sus principales víctimas, siempre la población civil, sobre todo las mujeres y las niñas, a través de su arma más cruel, barata y efectiva para destruir a las comunidades: la violación. Hace apenas unos meses, en su discurso de aceptación del Nobel de la Paz 2018 junto a Nadia Murad, Mukwege volvió a denunciar la inacción de la comunidad internacional ante esa masacre, a pesar de que hoy nadie puede decir "no sabía lo que estaba pasando".

Hoy, Ébola y Congo vuelven a ir de la mano, y no porque hablemos de dos ríos africanos. Se ha cumplido un año y 2.000 muertos (un tercio de ellos niños) desde que el Gobierno de República Democrática del Congo (RDC) declaró un brote por el virus del ébola en la provincia de Kivu, tras el anuncio de emergencia de salud pública de interés internacional. Pregunté entonces a la Comisión cómo se iba a asegurar que el brote no se convirtiera de nuevo en una crisis de salud mundial. Me pareció clave en su respuesta constatar que se trataba de la primera vez que se producía un brote de ébola en una zona de conflicto, con la consiguiente limitación de movimientos y la necesidad de asegurar el cumplimiento del Derecho internacional humanitario. A pesar de ello, el esfuerzo europeo en coordinación, seguimiento y movilización de recursos financieros y logísticos ha sido más que notable. En investigación y desarrollo de tratamientos, pruebas de diagnóstico y vacunas, en ayuda humanitaria e instrumentos de respuesta, y en preparación y prevención en los países fronterizos. Me consta que ese esfuerzo sostenido para contener y controlar el brote continúa. Aunque muy pocos parecen saberlo. Y menos contarlo.

Hoy, como en 2014, las organizaciones multilaterales como UNICEF reclaman intensificar la respuesta global y la inversión de los donantes para incrementar la eficacia de la acción sanitaria, investigadora y preventiva que están desarrollando. Pero, a diferencia de entonces, el tema no está en nuestro radar, porque no nos aterra la posibilidad cierta de contagiarnos. No le dedicamos mucho espacio o atención en los medios de comunicación ni en nuestras conversaciones… porque no hay occidentales infectados. Pero deberíamos. Porque hoy persiste "¡El horror, el horror!" del Kurtz de la novela de Conrad ante las tinieblas en el corazón de África. Que es el corazón de todos.

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