OPINION

Veneno en la piel: cuando oponerse a Putin es jugarse la vida

Vladimir Putin en su toma de posesión para el actual mandato, en mayo de 2018. /EFE/ALEXANDER ZEMLIANICHENKO
Vladimir Putin en su toma de posesión para el actual mandato, en mayo de 2018. /EFE/ALEXANDER ZEMLIANICHENKO

El presidente Macron recibirá a su homólogo ruso en el fuerte de Bregançon el próximo 19 de agosto, poco antes de la cumbre del G7 en Biarritz. Quizá pueda preguntarle por qué hoy en Rusia oponerse a Putin se ha convertido en garantía de cárcel y persecución. Cuando no en un riesgo cierto para la vida.

El año pasado otorgamos el premio Sájarov del Parlamento Europeo al cineasta Oleg Sentsov, encarcelado y condenado en 2015 a veinte años de prisión por la Justicia rusa, acusado de perpetrar unos supuestos ataques terroristas no probados en la península de Crimea, ilegalmente anexionada por Rusia en 2014. El nuevo presidente de Ucrania, Vladímir Zelenski, ha iniciado su mandato ofreciendo poner en libertad al periodista ruso-ucraniano Kirill Vishinshi a cambio de la liberación simultánea por Rusia de Sentsov.

Hace apenas diez días, la destacada activista rusa a favor de los derechos del colectivo LGBTI Yelena Grigoriyeva fue asesinada en San Petersburgo. Había recibido numerosas amenazas de muerte en los últimos meses, y su nombre figuraba en una página web en la que se incitaba a la población a la "caza" de miembros del movimiento LGBTI. Los ataques homófobos han aumentado en el país desde que las autoridades prohibieron la "propaganda homosexual" hacia los menores en 2013.

Pero Alexei Navalny es probablemente el único ruso al que teme Vladimir Putin. Hace una semana lo detuvo y lo condenó a treinta días de prisión por “convocar una manifestación no autorizada”. Se trataba de la que concentró este sábado pasado a miles de personas ante el Ayuntamiento de Moscú, en su mayoría jóvenes, que llenaron las calles para protestar por la descalificación de candidatos independientes para las elecciones municipales del 8 de septiembre. La misma en la que ordenó arrestar violentamente a más de 1.300 opositores, una inaudita detención masiva.

El domingo, Navalny fue trasladado de urgencia de la cárcel a un hospital, por lo que los medios oficiales como RT describieron como “una fuerte reacción alérgica”. Pero según su doctora personal, Anastasia Vasilieva, Navalny jamás había sufrido reacción alérgica alguna. "Presumo que la causa de la 'enfermedad' puede ser algún agente tóxico", escribió Vasilieva: sudoraciones, irritación ocular y sarpullidos, y edemas en cuello, espalda, pecho y muñecas. No le permitieron examinarlo, ni que entrara ningún otro médico. Además, afirmaba la doctora, los facultativos del hospital se mostraron extrañamente nerviosos.

Como Putin. Que, ciertamente, tiene buenas razones para estar nervioso. Las elecciones municipales del 8 septiembre suponen un nuevo desafío para su maltrecha popularidad, que ha caído a mínimos históricos. Aunque Rusia ya no se encuentra oficialmente en crisis, la economía está estancada, y las previsiones de crecimiento para este año apenas llegarán al 0,8%, la mitad de lo esperado. En medio de una desaceleración general de la economía, con el rublo devaluado y las sanciones de EEUU y la Unión Europea vigentes, con una reforma del sistema de pensiones (retraso de la edad de jubilación) que generó tal estallido de protestas que hubo de revertirse… no sorprende que el presidente de Rusia optara por sumergirse este domingo en un submarino bajo las aguas del golfo de Finlandia. Una versión muy rusa del avestruz.

Porque Alexei Navalny, líder político liberal de 43 años, lleva más de una década encarnando la voz de la oposición en Rusia. Ha criticado abiertamente lo que define como un régimen corrupto que quiere perpetuarse en el poder, liderado por Putin y Medvedev. Ha sido encarcelado con frecuencia, y, según su propio testimonio, envenenado en más de una ocasión. Sus sucesivas candidaturas a las elecciones municipales y presidenciales han sido frustradas por arrestos y acusaciones de presuntos delitos. Pero su popularidad y reconocimiento no han dejado de crecer. Y lo ocurrido este fin de semana no hará sino visibilizar aún más las grietas de un sistema autocrático y debilitado que lleva el veneno en la piel.

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