OPINION

El Buen Pastor, la geolocalización y la 'inmunidad de rebaño'

El Buen Pastor (Hacia 1660), Museo del Prado. / Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617 - Sevilla, 1682)
El Buen Pastor (Hacia 1660), Museo del Prado. / Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617 - Sevilla, 1682)

Esta Semana Santa, en confinamiento por culpa de la epidemia de coronavirus, me ha dado por pensar -no sé bien por qué- en la parábola de “el Buen Pastor y la oveja perdida”, que tanto me gustaba y, al mismo tiempo, sorprendía de pequeño. Ésa que contaba que un hombre tenía cien ovejas, perdió una y, al darse cuenta, dejó las otras noventa y nueve y se marchó en busca de aquélla.

Y me ha dado por pensar que los pastores actuales lo tienen más fácil, porque, desde hace años, se vienen usando sistemas de geolocalización y trazabilidad del ganado, que no sólo sirven para encontrar cualquier oveja perdida o descarriada, sino también para evitar robos, para combatir pandemias y para poder conocer, los consumidores en el mercado, el origen o procedencia de cada pieza de carne.

Y me ha dado por pensar, también, que es una pena que no se aproveche la vasta experiencia de los ganaderos y los veterinarios en el control de epidemias, porque han tenido unas cuantas recientemente (peste equina, peste porcina, gripe aviar…) y no creo que las estrategias para combatirlas difieran mucho de las que se deben seguir para poder controlar las epidemias en los seres humanos.

Ya sé que habrá quien ponga el grito en el cielo con la comparación, y diga que los seres humanos tenemos unos derechos fundamentales que los animales no tienen (aunque habrá un sector ‘animalista’ que le responda que eso no debería ser así). Pero las comparaciones se hacen y sirven sólo en aquellos aspectos comparables de los elementos de la comparación y desde luego los hay.

De hecho, la parábola del Buen Pastor se ha usado por la Santa Madre Iglesia para fundamentar uno de sus dos grades pilares que, junto a la Doctrina, es la Pastoral. Y curiosamente esta función ha sido adoptada en su versión laica por Papá-Estado, que cuida a sus ciudadanos, llegando a veces, incluso, a protegerles de sí mismos, en su versión del Estado del Bienestar.

La inmunidad de rebaño

En los últimos días se ha hablado mucho de la ‘inmunidad de rebaño’ en relación con la estrategia que, inicialmente, había diseñado Reino Unido para afrontar la pandemia del coronavirus, pero creo que no se ha explicado bien en qué consistía y, sobre todo, por qué al final se ha modificado. Se ha achacado a la imagen pública de un Boris Johnson imprevisible, pero eso es una simplificación.

Para saber en qué consiste dicha estrategia y por qué razón se eligió en un primer momento en Reino Unido y luego se descartó, recomiendo un pedagógico artículo de Esperanza Gómez-Lucía y José Antonio Ruiz-Santa-Quiteria, investigadores del Departamento de Sanidad Animal de la Universidad Complutense de Madrid. Del cual, creo yo, se pueden sacar algunas conclusiones.

“El gobierno británico había decidido una estrategia en cuatro fases para detener el avance del coronavirus: La primera, similar al resto de países, era de contención, aislando a los primeros casos, buscar a los contactos y mantener su cuarentena. La segunda fase, de retardo, era radicalmente diferente a la del resto de países y a las recomendaciones de la OMS”.

“Consistía en proteger a los más vulnerables (ancianos y enfermos crónicos), pero dejar que se propague por el resto de la población para que se infectase un número suficiente de personas que, una vez inmunizados, actúen como cortafuegos para que el virus no alcance a los no protegidos. En el caso del Covid-19 se calcula que la ‘inmunidad de rebaño’ se alcanza con más del 70% de personas protegidas”.

“En el caso del Reino Unido, alcanzar la ‘inmunidad de rebaño’ supondría que se infectaran 47 millones de personas en el país, 8 millones de casos serían graves, y la mortalidad sería entre 250.000 y un millón de personas. El problema, además, está en que, si todo el mundo enferma a la vez, el sistema hospitalario tiene que estar muy bien diseñado para poder absorber a todos esos enfermos”.

Geolocalización y trazabilidad

Descartada la estrategia de la ‘inmunidad de rebaño’, la única estrategia posible es la de identificar a los contagiados, aislarlos y diferenciar entre los que no presentan síntomas o tienen síntomas leves, que pueden pasar la cuarentena en hospitales de campaña, o en hoteles medicalizados, o en sus casas con medidas de higiene, y los casos más graves, que deben ingresar en un hospital o, incluso, en una UCI.

Como dijimos aquí mismo hace poco, ninguna aplicación para móvil puede curar el coronavirus, sólo lo hacen los tests de diagnóstico y los tratamientos médicos. Pero pueden ayudar no sólo a descongestionar los teléfonos de información, sino también a detectar los contactos que ha podido mantener una persona que ha dado positivo en el test y, por lo tanto, los contagios que se han podido producir.

Hay varias formas de hacerlo, según la tecnología que se utilice y el tipo de datos que se manejen y por quién se manejen. Están los datos de geolocalización que tienen las operadoras de telecomunicaciones, los que tienen empresas de internet, como Google, Apple o Facebook (y múltiples aplicaciones a las que se los cedemos voluntariamente) y los que datos que obtenemos nosotros vía bluetooth.

En el primer caso, las operadoras de telecomunicaciones ya están aportando datos agregados y anonimizados a las autoridades sanitarias españolas y europeas para hacer estudios de movilidad de los ciudadanos. Pero el pasado lunes el Ministro de Interior anunció que no descarta usar, con amparo legal y judicial, datos personales para controlar el cumplimiento de las medidas de confinamiento.

Por otra parte, la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial ha anunciado que se suma, al consorcio de Rastreo Paneuropeo de Proximidad para Preservar la Privacidad (PEPP-PT), con el objetivo de crear una app única europea, que contribuya a frenar el contagio del COVID19, garantizando la interoperabilidad, la trazabilidad y la privacidad en el intercambio de datos (anónimos).

La clave no está en la tecnología, sino en quién la usa y para qué. Es una cuestión de confianza: nos fiamos del Buen Pastor (o Gobernante) que cuida de sus ovejas, pero desconfiamos de los lobos y de los ladrones y salteadores (de datos).

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