OPINION

El Guggenheim y la ‘supuesta’ libertad de expresión

El teatro del mundo (Theater of the World), 1993 (Huang Yong Ping, Museo Guggenheim Bilbao)
El teatro del mundo (Theater of the World), 1993 (Huang Yong Ping, Museo Guggenheim Bilbao)

El pasado viernes, 11 de mayo, se inauguró en el Museo Guggenheim de Bilbao la exposición “Arte y China después de 1989: El Teatro del mundo”, que “incluye diversas prácticas artísticas -como performance, pintura, fotografía, instalación y videoarte- y nos invita a reflexionar sobre nuestra historia reciente a través de la óptica de los artistas contemporáneos chinos más significativos”.

La muestra ha venido precedida de cierta polémica, porque en una instalación, que “alude a las dinámicas de poder y a las tradiciones culturales chinas” y que conforman las obras ‘El teatro del mundo’ (que da nombre a la exposición) y ‘El puente’, se incluyen insectos y reptiles vivos, criados en cautividad y que están en óptimas condiciones sanitarias y cuentan con todos los cuidados y permisos.

También incluye la obra ‘Un caso de transferencia’, un vídeo que documenta una performance realizada en 1994, en la que aparecen dos cerdos apareándose en una granja. Concebida como una alegoría cultural, uno de los cerdos lleva en su piel caracteres occidentales y el otro, caracteres chinos; en ambos casos ficticios y ‘estampados’ en tinta, no tatuados.

El teatro del mundo (Theater of the World), 1993 (Huang Yong Ping, Museo Guggenheim Bilbao)
El teatro del mundo (Theater of the World), 1993 (Huang Yong Ping, Museo Guggenheim Bilbao)

Protestas

En los días previos a la inauguración hubo una campaña contra dicha exposición tanto en las redes sociales como en la plataforma ‘change.com’, cuya petición: “Que no se expongan obras basadas en el maltrato animal” ha sido ‘firmada’ por unas 100.000 personas, que, sin duda, es un número muy importante (aunque, para ‘firmar’, baste con introducir un nombre, apellido y correo ficticios).

Dice la petición que: “El maltrato animal jamás puede ser un ejercicio de libertad” y que “la dirección (del museo) se apoya en la defensa una supuesta libertad de expresión, cuestionada por grupos animalistas”. Cuando la dirección del museo no justifica, sino que ha negado categóricamente que en la obra haya sufrimiento animal alguno.

En la misma página de la petición y a través de las redes sociales, se convocó para el viernes por la tarde una gran manifestación en la puerta del museo (junto a Puppy), en la que, pese a las 100.000 firmas, había menos de 50 personas, entre manifestantes y curiosos, aunque el impulsor de la petición habla, en una actualización de ésta, de ‘un nutrido grupo de animalistas’.

Bulos

El propio convocante, a toro pasado (en la misma actualización del día después), dice que “Desde hace un par de días se están difundiendo imágenes ‘inexactas’ sobre la exposición “Arte y China después de 1989: el teatro del mundo”. Una, de un caballo disecado y la otra, un vídeo con perros sobre unas cintas de correr, que se expusieron en el Guggenheim de Nueva York, pero no en Bilbao.

Estos bulos alcanzaron tal dimensión (se viralizan más fácilmente que la verdad) que @malditobulo publicó una alerta de información falsa para desmentirlos. Y añadía: “Sí hay una exposición con insectos y reptiles. (Pero el) Museo asegura que se cumplen las medidas para el cuidado de animales”. Aunque el bulo del ‘maltrato’ es más difícil de desmentir, porque es un asunto ‘opinable’.

En este sentido, me han parecido muy razonables dos artículos de opinión que, escritos desde posiciones de defensa de los animales, concluyen que no existe maltrato en la exposición del Guggenheim Bilbao: uno, de Melisa Tuya y el otro, de Elena Rue, que denuncian públicamente que “demasiadas personas y medios han comunicado la noticia de una forma deliberadamente manipuladora”.

El límite de la libertad de expresión

Más allá de esta exposición y de estas protestas, basadas en una campaña de ‘desinformación’, creo que es una buena ocasión para abrir un necesario debate sobre la supuesta libertad de expresión y de creación artística y sobre sus límites. Que los tiene, como cualquier libertad y derecho, incluidos los fundamentales, porque no hay ningún derecho ni libertad absoluta.

Pero los límites de la libertad de expresión no son los que cada persona quiera, ni las ideas, los gustos o creencias de un colectivo, por legítimas que éstas sean. El único límite de la libertad de expresión es la Ley. E intentar imponer a otros nuestros criterios de lo que pueden o no pueden decir es, simplemente, censurar. Y la censura está prohibida en nuestra Constitución.

La única pregunta que cabe hacer, desde un punto de vista jurídico, es si es legal o no. Y, si es legal, cada uno puede tener su opinión y expresarla. Pero presionar para retirar unas obras, e incluso amenazar (como ha habido algunos tuits, que incitaban a poner una bomba o a quemar el museo), puede llegar a constituir un delito de coacciones por tratar de impedir el ejercicio de un derecho fundamental.

¿Los estudiantes de Bellas Artes contra la libertad creativa?

Pero lo que más sorprende es que esta protesta haya sido apoyada por algunos estudiantes de Bellas Artes de Bilbao, aunque sea lógico pensar que la inmensa mayoría, que no se ha manifestado, es porque respetan la libertad de creación. No se entiende muy bien que ‘tiren piedras contra su propio tejado’ y que apoyen el intento de ‘boicot’ y de censura a otros artistas.

El plan de estudio del grado en Arte de la Universidad del País Vasco tiene 40 asignaturas, entre obligatorias y optativas, pero no hay ninguna de Derecho, que hable de la Libertad de Expresión y de Creación Artística. No estaría de más que se les diera a estos chicos unas nociones básicas de lo que ha sido la conquista histórica de derechos y de libertades para el Arte, en su lucha contra la censura.

La sensación que queda de esta polémica es que no valoramos lo que tenemos, la libertad de expresión y de creación artística. Y no las defendemos de quienes las atacan, supuestamente para defender otros derechos. Como si se pudieran defender unos derechos y otros no, ‘a la carta’. Por eso es necesario este debate. No a la defensiva, sino con valentía. Porque la libertad se defiende ejerciéndola.

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