OPINION

Lo que me enseñaron mis perros sobre el ‘machismo’

He tomado ‘prestado’ el título de este artículo de una serie de interesantísima reflexiones -cuya lectura recomiendo vivamente- del sociólogo, primatólogo y antropólogo Pablo Herreros Ubalde, en las que habla de: “Lo que mis perros y otros animales me enseñaron sobre psicología humana” y “Lo que mis perros y otros animales me enseñaron sobre la muerte”.

Pues bien, en mi etapa adulta he tenido dos perros: una preciosa hembra

Golden Retriever, llamada Kika, que vivió con nosotros once años, que creció junto con mis hijos, que se nos fue hace cinco meses y a la que seguimos echando de menos todos los días; y desde hace tres meses (no duramos mucho sin perro), un guapo macho Labrador, llamado Rufo, que adoptamos ya con quince meses.

Cada uno tiene su personalidad y las comparaciones son inevitables, pero, sobre todo, lo que ha sido una gran diferencia es pasar de ser dueños de una hembra a ser dueños de un macho. Se aprende mucho sobre la parte animal e instintiva, tanto de los machos como de las hembras, y en la comparación ya adelanto que los machos no ‘salimos’ bien parados. Damos más problemas que las hembras.

Kika

Cuando tienes una hembra, te pasas los paseos defendiéndola de los machos que la quieren montar. Aunque la verdad es que se defendía muy bien ella sola, enseñando los dientes y gruñendo al que se acercaba con ‘malas’ intenciones. Incluso, cuando estaba en celo, aullaba algún perro desde un balcón en un quinto piso y no podías dejar de pensar que los hombres somos a veces muy patéticos.

Pero, desde el punto de vista de la sociabilidad, no tenía (ni teníamos nosotros) ningún problema. Era muy mimosa y juguetona con todos, tanto con los humanos como con los otros perros, y podía pasarse todo el día yendo a recoger las cosas que nos traía para que se las lanzásemos (por algo era una ‘retriever’) o haciendo carreras con otros congéneres; era la reina del ‘pilla-pilla’ y del recorte.

Sólo tuvo un incidente violento, con un bóxer macho, que le mordió en el lomo. Y algunas ‘desavenencias’ con otras perras, que le gruñeron alguna vez (sin que llegara la sangre al río), bien porque eran mayores y ya no estaban para juegos (cosa que también le pasó a Kika con los años, sobre todo cuando se puso mala), o bien porque eran muy territoriales y no aceptaban la competencia.

Rufo

Cuando tienes un macho, te pasas los paseos preocupado de que no se pelee con otros machos. De hecho, lo primero que preguntas cuando ves a otro perro es si es chico o chica. Si es hembra, no tiene (ni tienes) ningún problema. Rufo se lleva muy bien con las chicas, juega con ellas y por ahora no ha hecho ningún intento de montarlas. Al revés, ha habido alguna que sí le ha ladrado o gruñido.

Pero cuando hay otros machos en el parque, tienes que tener mucho cuidado, porque hay algunos muy dominantes que se enfrentan a la primera de cambio, como diciendo “este parque es mío”. Rufo nunca ha empezado una pelea, pero, si le gruñen o ladran, contesta. Y ya hemos tenido tres episodios en los que se ha puesto hecho una fiera y nos ha costado sujetarle, porque tiene mucha fuerza.

Por eso, junto al ‘machismo’ animal o tendencia de los machos de dominar a las hembras (para asegurarse así la descendencia), hay otro ‘machismo’ animal, del que se habla poco, que es la tendencia de unos machos a dominar a otros (para asegurarse el territorio, la comida y las hembras), que también produce víctimas. La eterna lucha de a ver quién es más macho o más dominante (el ‘macho alfa’).

El Derecho frente a la Ley de la Selva

No es lo mismo ser macho que ‘ir de macho’, o ser un ‘machote’, o un

‘machista’. La condición de macho, igual que la de hembra, se refiere a nuestra naturaleza animal e instintiva, que la tenemos, y en la que presentamos obvias diferencias, fisiológicas y conductuales, derivadas del ‘dimorfismo sexual’ de los mamíferos, que está orientado a la supervivencia y a la procreación y la crianza de los hijos.

Pero el ser humano es un ‘animal racional’ y, además de instinto y ‘naturaleza’, tenemos cerebro y cultura. La historia de la Humanidad y de la Civilización es la superación de los impulsos animales gracias al desarrollo -y al uso- de la razón. La sustitución de la ‘Ley del más fuerte’ (o de la ‘Ley de la Selva’) por el Derecho y por la igualdad de derechos y obligaciones de ambos sexos en el plano social.

Por eso, la lucha del feminismo por la igualdad de derechos y de oportunidades de mujeres y hombres es la lucha del Derecho y una cuestión de estricta Justicia. Es la lucha de la civilización contra la barbarie. Y por eso, creo que se equivoca un tipo de feminismo muy extremista, cuando lleva esa lucha a un enfrentamiento agresivo de mujeres contra hombres. Porque en ese terreno ganan los bárbaros.

Dos planos a reconciliar

Hay, por tanto, dos planos en el tema del ‘machismo’, que se suelen confundir. Uno es el puramente animal, que debemos reconocer y del que no nos debemos avergonzar, pues nadie tiene la culpa de sentir -instintivamente- ciertas cosas, como macho o como hembra, ya que son como instrucciones insertas en un chip que la naturaleza ha puesto en nuestro ADN para la supervivencia de la especie.

Pero de lo que sí somos responsables es de cómo gestionamos y controlamos en el plano social esos impulsos instintivos que sentimos, superponiendo sobre la base animal una segunda naturaleza o una segunda capa (cultural) a través de la educación. Porque la educación no debe servir para ‘justificar’ los instintos, consolidando una sociedad machista ‘porque es lo natural’, sino para superarlos.

Por eso, se equivocan los que se comportan como ‘machos’ en el plano social (‘van de machos’ o ‘machotes’) y los que justifican comportamientos machistas, pero también los que niegan que existan diferencias entre machos y hembras en el plano animal. La solución pasa por reconocer ambos planos y (re)conciliarlos, porque no se puede educar a los hombres en el autocontrol de algo que se niega.

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