¿Qué pasó en la semana, eh?

Redes sociales: Libertad con ira

La peor censura no es la de lo políticamente correcto, sino la autocensura.

Casillas
Redes sociales: Libertad con ira
DPA vía Europa Press

Dicen los viejos que en este país hubo… una canción, titulada “Libertad sin ira”, del grupo Jarcha, que se convirtió en el himno de la Transición, porque, aunque nació para promocionar la salida del periódico Diario 16 (18 de octubre de 1976), coincidió con la campaña del referéndum sobre la Ley para la Reforma Política, celebrado el 15 de diciembre de 1976, que conduciría a la Constitución de 1978.

Curiosamente, “en un primer momento el contenido de su letra había provocado que la censura llegara incluso a prohibirla durante un tiempo (mediante orden gubernativa de 9 de octubre de 1976)”. Pero poco antes del citado referendum “alcanzó el puesto número uno en la lista de los más vendidos en España (el 11 de diciembre de 1976) y se mantuvo en esta posición durante cinco semanas”.

“El tema era un canto a las libertades recobradas tras la muerte del dictador Francisco Franco, buscando un espíritu de reconciliación alejado de todo revanchismo (sin ira) y contraponiendo los valores democráticos de la nueva generación, frente a la tendencia autoritaria de muchos viejos, que vivieron la Guerra Civil Española y reclamaban para la nación políticas represivas”.

El estribillo de la canción decía: “Libertad, libertad, sin ira, libertad. Guárdate tu miedo y tu ira. Porque hay libertad, sin ira, libertad. Y si no la hay, sin duda, la habrá”.

Pues bien, esta semana, pasados 46 años desde que se publicara esa canción, en los que España ha experimentado un periodo de progreso y reconocimiento de derechos y libertades que nos coloca entre las democracias más avanzadas del mundo, me dio por pensar en que, quizás, hemos retrocedido en una cosa: hay, sin duda, más Libertad, pero hay también más ira que durante la Transición.

Lo de Iker Casillas

Como suele suceder, estas reflexiones las vas rumiando durante largo tiempo, pero hay un detonante, a veces anecdótico, que las hace explotar en tu cabeza. Y en este caso fue, no ya el desafortunado mensaje de Iker Casillas, en el que afirmaba que era gay, ni el siguiente, alegando que habían hackeado su cuenta, sino, a mi juicio, la excesiva reacción, llena de ira, que se generó en su contra.

No se trata de justificar el tuit de Casillas (que, estoy seguro, no tuvo la intención de ofender a los gays, sino, más bien, la de quitarse a los paparazzi de encima), ni de censurar la legítima crítica de quienes pensaron que un exfutbolista de su fama debería tener cuidado con las ‘bromas’ que hace sobre la homosexualidad en un ámbito, por desgracia, tan propenso a la homofobia como es el fútbol.

Se trata más bien del tono o de las formas en que algunos hicieron esas críticas, que, por desgracia, ya no nos sorprenden, porque es el pan nuestro de cada día en el Congreso de los Diputados, en los periódicos, en la radio, en la televisión, en las calles y las plazas públicas, en los bares, y también en las redes sociales, que son la ‘gran plaza pública’ o el ‘gran bar virtual’ de muchísimos ciudadanos.

Curiosamente, los insultos y ataques furibundos no se dirigieron sólo al exportero de la selección española, sino a todo aquel que intentara, no ya justificar su tuit, sino poner un poco de moderación en las críticas (moderación viene de modo). Puede decirse, como suele ocurrir en las redes sociales, que las reacciones ante una (supuesta) ofensa fueron muchísimo peores que la (supuesta) ofensa.

Y no entro en la petición de algunos de que se denuncie e investigue dicho tuit como un posible delito de odio (que se ha convertido en el ‘comodín del público’ cada vez que alguien dice algo polémico, ejerciendo su Libertad de Expresión), haciendo una interpretación amplia y errónea del artículo 510 del Código Penal, que es la ‘ultima ratio’ del ordenamiento y debe reservarse a casos más graves.

De la censura de lo políticamente correcto a la autocensura

Sobre la noticia de Ignacio Zafra en elpais.com: “El supuesto tuit de Iker Casillas que ha indignado a la comunidad LGTBI”, publiqué este comentario en Twitter: “De verdad, no entiendo tanta 'intensidad'. Hay que tener un cuidado exquisito con lo que se diga, no vaya a ser que alguien se ofenda… Mejor no decir nada. La peor censura no es la de lo políticamente correcto, sino la autocensura”.

En qué momento. Estuve un par de días recibiendo insultos de algunos tuiteros (anónimos) furiosos o enloquecidos, en los que me dijeron de todo menos bonito: “llorica”, “piel fina”, “cobarde”, “rancio”, “generación de cristal” o, directamente: “Cállate la puta boca, jodido imbécil. Jaja, es broma, GILIPOLLAS”; confirmando, precisamente lo que decía en mi tuit: que tenemos un problema de intensidad.

También estaban los que no te insultaban, pero te mandaban callar y decían que “a veces es mejor darse un puntito en la boca” y no opinar si no eras el ofendido. Lo que me evocaba la respuesta que dio Francisco de Quevedo al Conde Duque de Olivares en su epístola satírica y censoria: “No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo”.

No obstante, he de decir, en honor a la verdad, que, aunque muy ruidosos, fueron realmente una minoría los que perdieron las formas, y que también hubo críticas razonables y debates civilizados. Y, sobre todo, hubo una inmensa mayoría que demostró su acuerdo con mi comentario (con sus respuestas, ‘retuits’ y ‘likes’), pero que no quisieron entrar a contestar a los ruidosos para no meterse en líos.

Mi conclusión final es que la mejor forma de defender la Libertad de Expresión es ejerciéndola y no dejándose avasallar por los más ruidosos, porque entonces estamos cediendo el espacio público y el discurso público a los más exaltados. Pero sin caer en lo mismo que hacen ellos (el odio es el virus más contagioso); recuperando el valor de la moderación y ejerciendo nuestra Libertad sin ira.

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