OPINION

¿Somos realmente conscientes de la tragedia que estamos viviendo?

Un parking, nuevo tanatorio de campaña en Barcelona
Un parking, nuevo tanatorio de campaña en Barcelona

A día de hoy, llevamos más de 25.000 fallecidos por coronavirus en España. Una cifra que podría ser mucho mayor, porque sólo se computan los fallecimientos por COVID-19 ‘confirmados’ y a muchos fallecidos no se les ha realizado ningún test.

Una cifra que hemos visto crecer día a día, aunque con el foco puesto, primero, en ‘aplanar la curva’ (que el crecimiento del número absoluto de muertes fuera cada vez menor) y, luego, en que las ‘barras’ de los fallecimientos diarios disminuyeran.

Y así hemos llegado a unos números que nos parecen ‘aceptables’, pasando de más de 900 fallecimientos diarios, en el ‘pico’ de la pandemia, a 164 muertes al día; lo que ha permitido pasar a un ‘desconfinamiento escalonado’ en varias fases.

Pero 25.000 personas son muchas más que el número de habitantes de la mayoría de los municipios españoles. El 47 % tiene menos de 500 habitantes y otro 44 % tiene entre 500 y 10.000 habitantes. Algo así supondría su desaparición completa.

Incluso la cifra más baja de fallecimientos diarios equivaldría a que se estrellase un avión todos los días. En el accidente de Spainair del 20 de agosto de 2008 murieron 154 personas. ¿Se imaginan el impacto de un accidente así, pero todos los días?

No son cifras, son familias rotas

La primera reflexión que debemos hacernos es qué hay detrás de esos números. Porque no son -sólo- cifras, son vidas humanas, son personas, son familias rotas. Y corremos el riesgo de que tantas cifras y gráficos no hagan perder eso de vista.

¿Se imaginan lo que durarían las ruedas de prensa diarias si, en vez dar cifras y mostrar gráficos, los portavoces del gobierno dijeran los nombres y enseñaran las fotografías de las personas que fallecen cada día? Lógicamente, sería impensable.

Pero muchos nos preguntamos si mantener esa ‘distancia de seguridad’, a través de las cifras y gráficos, no deshumaniza o invisibiliza a las víctimas y a sus familias y no nos anestesia o insensibiliza a nosotros ante tanto dolor insoportable.

El peligro de una segunda oleada

Creo, sinceramente, que no somos conscientes de la dimensión real de la tragedia que estamos viviendo. Y, lo peor es que, justamente por eso, puede alargarse aún más este sufrimiento, porque algunos actúan ya como si todo hubiera pasado.

Basten como ejemplos las aglomeraciones que se han producido el fin de semana, cuando se ha autorizado a salir a hacer deporte o a pasear, por franjas horarias, y los ochenta botellones que la policía ha tenido que disolver y denunciar en Madrid.

¿Qué hemos hecho mal hasta ahora y que se debería hacer para que, más allá de las medidas coercitivas de confinamiento, la gente sea consciente del peligro real de que se produzca una segunda oleada de contagios en el desconfinamiento?

Deber de información

Más allá de estrategias políticas, por las que unos parecen interesados en ocultar a los muertos y otros, en echárselos en cara a aquéllos, se abre un debate sobre el derecho y el deber de informar, verazmente, de una tragedia de esta magnitud.

A mucha gente le sorprende que haya una ausencia casi total de imágenes; sobre todo, en comparación con la atención que se ha dedicado a otros sucesos, mucho menores o más lejanos. Parece que hubiera miedo a mostrar lo que está pasando.

Tan sólo se ha publicado alguna imagen en la portada de un periódico, que provocó airadas protestas, y algunos testimonios del personal sanitario que ha trabajado en primera línea, pero que se pierden en el ‘maremágnum’ de noticias sobre el tema.

Entiendo que no se publiquen ciertas imágenes, para evitar el sensacionalismo y el morbo, y que no se hable todo el rato del terrible coste en vidas y del sufrimiento, pero creo que los periodistas tienen el deber de transmitir la realidad tal como es.

Entre un extremo (el sensacionalismo y el morbo) y otro (el apagón de imágenes) debe de haber un punto en el que se muestre objetivamente lo que pasa, para que todos seamos conscientes de la dimensión de la tragedia que estamos viviendo.

Derecho a la información

Da la sensación de que hay una sobreabundancia de imágenes, gestos y mensajes positivos: aplausos, canciones y bailes en los balcones, celebraciones de altas en los hospitales, carteles con arcoíris en los que se lee que “todo va a salir bien”.

Mensajes de ánimo y de esperanza (a veces demasiado ‘naífs’, como para niños), que no me parecen mal, pero que no dejan el respetuoso espacio y recuerdo para tantas familias para las cuales, desgraciadamente, las cosas “no han salido bien”.

Hay voces que dicen que así está bien, que las imágenes ‘duras’ no aportan nada, que sólo sirven para desanimar a la gente. Pero creo que una cosa es el deber de informar y otra, el derecho de cada uno de elegir lo que quiere -o no- ver.

¿Fiesta en un velatorio?

En estos días me han impresionado algunas entrevistas en los medios y mensajes en las redes sociales sobre la soledad de los enfermos y el dolor de las familias que han perdido algún ser querido y no se han sentido arropadas por la Sociedad.

Aunque soy consciente de que la vida sigue y de que son necesarios los mensajes positivos y las conversaciones banales sobre el confinamiento y desconfinamiento, tengo la sensación de que unos están de fiesta mientras otros lloran a sus muertos.

Por eso, creo que, aunque sea de vez en cuando, es de justicia ponerle caras a la tragedia que estamos viviendo y empatizar y acompañar en el dolor a esas familias, porque, si no, es como si matásemos otra vez a sus muertos, con nuestro silencio.

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