OPINION

12 imprescindibles lecciones que deja Chicho Ibáñez Serrador para el futuro de la televisión

Chicho Ibáñez Serrador, el gran autor de la televisión en España, en su mítico sofá negro.
Chicho Ibáñez Serrador, el gran autor de la televisión en España, en su mítico sofá negro.

En 1962, Chicho Ibáñez Serrador viajó de Buenos Aires a Madrid con una caja que escondía la bobina de El hombre que vendió su risa, capítulo piloto del ciclo de telefilmes Mañana puede ser verdad, que realizó como propuesta para el Canal 7 argentino. Sin embargo, este proyecto no cuajó, pero Chicho, todavía desconocido en nuestro país, se plantó en los despachos de Televisión Española con aquel episodio. Fue su carta de presentación. Fue la llave que le abrió la puerta de TVE. La historia fascinó a los responsables de la televisión pública de la época: escondía ciencia ficción, escondía terror y atesoraba cierta crítica social que, por cierto, se mantiene intacta con el paso de los años.

“Fue el guion que me abrió las puestas de Prado del Rey y, por tanto, a él le debo todo lo que he realizado después en España”, decía un Chicho Ibáñez Serrador, hijo de actores, que se había curtido en los trucos del teatro y que los supo trasladar con ingenio al cine y a la televisión. 

Serrador es el gran maestro de la TV en España porque inyectó al medio de una imaginación pasmosa que, más allá de resumirse en su extenso currículum, podemos valorar a través de doce imprescindibles lecciones que siempre serán aliadas para engrandecer el oficio audiovisual y que son una inspiración sin fecha de caducidad para las nuevas generaciones.

1.  La mejor improvisación es la que está muy ensayada

La mejor improvisación es aquella que nace sobre un guion escrupulosamente medido. Chicho no dejaba nada a la casualidad. Su televisión era fruto del ensayo, horas y horas de ensayo, por eso mismo sus programas solían funcionar como un reloj. Aunque no se pudiera repetir más de la cuenta cada toma por limitaciones tecnológicas.

La rígida planificación previa de sus programas permitía, al mismo tiempo, que la espontaneidad fluyera con más fuerza. Estaban tan bien articulados los objetivos de cada parte del program que cualquier incidente encajaba sin provocar efectos negativos en cadena.

De esta forma, Chicho dotaba a sus programas de un guion como si de una ficción se tratara: con sus giros dramáticos, con sus personajes antagonistas, con su momento emotivo, con su desengrasante instante cómico, con su trama transversal. Ya fuera en programas como Un, dos, tres El Semáforo -con Asunción Embuena siempre con el mismo vestido desbaratándose con el paso de la temporada- o en divulgativos como Hablemos de Sexo. En cada formato, la historia se definía con cierto suspense, con una evolución narrativa clara en el contenido general del programa como también en las partes que lo conformaban. De  la actuación musical, con un diseño de concepto escénico rotundo, al concurso de preguntas y respuestas con una planificación diseñada para engatusar a propios y extraños, con el veredicto final de las maquiavélicas antagonistas Tacañonas, que contrastaba con la sonrisa de Mayra Gómez Kemp. Un puzle de protagonistas, principales y secundarios, que articulaban tramas para enriquecer el show.

2. La sombra del cine de terror es alargada... y aliada

Chicho Ibáñez Serrador eligió a Mayra Gómez Kemp para conducir el Un, dos, tres en los años ochenta porque necesitaba una mujer todoterreno que, además de dotes para el espectáculo, contara con una espectacular memoria que no fallara en la grabación del show en falso directo. No había pinganillos ni cámaras con aparatos que dictan el guion. El concurso dependía de la capacidad de recuerdo de la presentadora, que debía hilar diálogos literales con el ir y venir de cómicos que entraban en escena.

Chicho Ibáñez Serrador y Mayra Gómez Kemp en una grabación de Un, dos, tres en el Estudio 1 de Prado del Rey.
Chicho Ibáñez Serrador y Mayra Gómez Kemp en una grabación de Un, dos, tres en el Estudio 1 de Prado del Rey.

Y en ese pesado tocho de guion que debía memorizar Mayra, Chicho no tenía complejos a la hora de ser travieso e incluso irreverente. Es más, Chico no temía incorporar lo mejor del género del terror a los programas en los que participaba. Si La Residencia, Historias para no dormir o ¿Quién quiere matar a un niño? son ficciones de Serrador que no caían en la dictadura de los reconfortantes finales felices, también en sus programas Chicho jugaba con lo tétrico. Aunque fuera llevado al extremo cómico o sensiblero.

Cada programa de Chicho tenía mucho de sus películas. Así abría tramas. Así mermaba la posibilidad de desconexión del espectador. Todo podía pasar. Los límites entre realidad y ficción eran, a veces, hasta difusos. Estaban el presentador o presentadora -como personaje creíble y empático con la audiencia-, los malos traumatizados -las Tacañonas-, la parte positiva -las azafatas-, los indefensos concursantes, los sufridores… Todos eran personajes muy bien definidos en la historia de una representación semanal perfecta, que se nos presentaban envuelta en un disfraz de concurso o programa. Todos podían hasta "morir" en el desenlace de la temporada del formato.

3. Coreografía de cámaras, no sólo del cuerpo de baile

Y siguiendo la estela del cine clásico, Chicho dibujaba siempre proyectaba una realización milimétrica y con una personalidad muy reconocible, ya fuera en un concurso como Waku Waku, en la subasta de Un, dos, tres… o muy especialmente en los números musicales de todos sus programas. Planteaba una coreografía de planos con un sello de director rotundo. No sólo dirigía a los operadores de cámara, también a los artistas que acudían a su escenario -cosa que no suele suceder hoy-.

La coreografía de todos los intérpretes de la actuación -cantantes, bailarines, músicos, extras...- y la coreografía de las cámaras era pura compenetración. Incluso estaban marcadas las miradas. Las miradas a cámara de los artistas pero, también, del propio cuerpo de baile, que contaba con sus propios primeros planos que impulsaban la comunicación directa con el público. Todos sabían donde tenían que mirar. Todas las cámaras no se perdían en movimientos aleatorios y seguían una coherente planificación para que el espectador se sintiera dentro del número. 

4. Planos de reacción. La historia no sólo se cuenta con el protagonista

En esa medida planificación, también eran cruciales los planos de reacción del público en la grada. Chicho sabía que el espectador anónimo era también un protagonista esencial del show. Y lo aprovechaba con desparpajo. Los planos de la grada del decorado, reaccionando ante el devenir de cada programa, eran constantes, ya fuera en las explicaciones de Hablemos de Sexo, en las risas de El semáforo o en la tanda de preguntas del Un, dos, tres. También eran pieza clave en la subasta o en las actuaciones musicales. Es más, los planos del público sirvieron de elemento enriquecedor y cómplice de actuaciones desnudas en puesta en escena, como aquella mítica actuación de promoción de Amante Bandido de Miguel Bosé, que cobró más sentido gracias a los planos de reacción con la inexplicable sutil expresividad de las fans sentadas en la grada del estudio. 

5. La emoción, mejor en primer plano

Los programas de Chicho Ibáñez Serrador se contaban en primer plano. De hecho, era un prestidigitador del primer plano. Parece fácil, pero no lo es: Narciso conseguía escuchaba cada primer plano para enriquecer la historia que estaba retransmitiendo. Lo hacía sin prisa y, en algunos momentos, hasta regodeándose de esa expresividad que proyecta la imagen detallista. El mejor ejemplo es con los ganadores de la subasta del Un, dos, tres. Chicho no tenía demasiada prisa y apostaba por mostrar bien su espontánea reacción, ya fuera de felicidad o tristeza, cuando se resolvía la subasta del Un, dos, tres. Y se regodeaba bien para contagiar de esa emoción al espectador. Incluso ponía a cámara lenta la imagen si hacía falta. Con repetición de la jugada incluida.

Así se dotaba de más épica. La televisión, en cambio, ha ido perdiendo esa capacidad narrativa del primer plano. Las prisas hacen apostar a los creadores planos generales que nunca se pierden nada pero, a la vez, no muestran nada. Porque no gradúan lo emocional. Porque no están contando una historia con actitud.

6. La importancia de la música de fondo

El Un, dos, tres se grababa en dos días y contaba con un proceso posterior de edición. Sin embargo, los cortes no se notaban. Nada. Ahora la televisión no disimula el montaje, pero a veces los tijeretazos de edición propician la desconexión del espectador. Se nota en exceso que el programa está grabado y hasta se merma la espontaneidad del contenido. En los formatos dirigidos y realizados por Chicho Ibáñez Serrador no se notaba ese montaje por la estructura previa muy definida de todos los elementos del show: realización, guion… y, el arista que faltaba, la música. Las bases musicales que aderezaban cada instante del concurso no sólo daban una identidad diferenciada y contundente al show, que lo hacían, sino que también otorgaban sensación de conjunto al programa.

De esta forma, no saltaban en los oídos del público los cortes (la música de fondo se metía después y daba unidad) y, además, se iba marcando el tono de cada sección del concurso. Con una banda sonora compuesta para cada momento: la subasta, la eliminatoria, la fanfarria del final, el tono siniestro de las conexiones con el propio Serrador. Cada momento con su música. Era la televisión que cuidaba la composición de sus propias bases musicales. El espectador con un sólo soniquete reconocía el programa y el tono de cada parte del programa. Esta estela la siguieron a su manera, espacios como Sorpresa, sorpresa, con una sintonía muy identificable y con diferentes versiones para marcar, cuando fuera necesario, la emoción de una sorpresa (con un compás más ñoño) o el subidón de felicidad de la aparición de un invitado (con otro ritmo más eufórico).

7. Erotismo latente, a veces gamberro, pero no descarado

Toda la obra de Chicho Ibáñez Serrador cuenta con un claro componente erótico que fue creciendo con los años incluso hasta “desnudar” a los propios concursantes del Un, dos, tres. Pero siempre desde la insinuación que fomenta la imaginación y no desde el descaro metido con calzador para subir el share. Sus programas -en tiempos de dictadura del machismo- fueron de los primeros en jugar con el erotismo masculino, no sólo el femenino. Ni los concursantes se libraban, creando una catarsis nacional con una eliminatoria dejó a los participantes en calzoncillos. De nuevo, crucial el plano de reacción. Esta vez, de la propia Mayra Gómez Kemp con una sonrisa de ingenuidad infinita que hacía más apasionante el subidón nacional de ver a aquellos jóvenes quedándose en prendas menores.

8. Hablar claro: incluso de la competencia

Cuando regresó el Un, dos, tres en 1991, muchos agoreros anunciaron que el programa ya no seguiría triunfando. El formato era viejo y ese año volvía, por primera vez, con competencia, pues ya emitían las cadenas privadas. En el prólogo de aquel estreno de la primera etapa de Miriam Díaz Aroca y Jordi Estadella, Ibáñez Serrador, como era habitual, introdujo el programa con un prólogo desde su particular mansión de película de terror. Aunque, en esta ocasión, este previo fue una especie de catarsis. Chicho se dedicó a recitar los pronósticos que habían anunciado los gurús televisivos: pronosticaban el fracaso del retorno del programa.

Antes de dar paso a una pausa para la publicidad y al arranque “oficial” del programa, Serrador tenía preparado el gran golpe de efecto: recordó a los espectadores la programación que, a esa misma hora,  comenzaba en el resto de los canales, remarcando que Telecinco emitía la exitosa Topacio y que Antena 3 una nueva serie. ¿Algo así es imposible hoy? No, es posible pero pocos se atreverían. Este instante es propio de la televisión que es valiente y juega, que es natural y que, así, alcanza de forma más directa la complicidad del espectador. Es lo que diferencia a los genios de los mediocres, que jamás nombrarían la programación de la competencia.

Chicho establecía vínculos de complicidad y responsabilidad con el público. Él mismo había definido bien su propio personaje en emisión: como ese mandamás ególatra, personalidad con la que hacía comedia en sus clásicos prólogos y epílogos de sus programas. Hacía una caricatura de sí mismo como bofetada a la crítica fácil del espectador y, probablemente, como arma para proteger con una coraza sus inseguridades. Prólogos y epílogos que eran una especie de auditoría de la salud del programa y que, al final, servían para remarcar el grandilocuente y emocional apoteosis de cada temporada.

9. Escenografía con muchas puertas

Como buen guionista y realizador, Chicho Ibáñez Serrador también tuvo claro lo decisivo de crear puestas en escena que te diferenciaran del resto de programas. Y con rotundas y reconocibles entradas creadas para favorecer que sucedan cosas. Puertas marcadas en los ojos del espectador por las que puedan entrar y salir como merecen presentadores, artístas y otras apariciones estelares, como eran aquellos personajes cómicos que rompían el ritmo del show. Así nació la gran escalinata del Un, dos, tres. Por primera vez, Serrador ponía al público de espaldas a los concursantes para convertirlo en el propio y vivo decorado del programa.

Convertir la grada en el fondo recuerda que lo convencional en televisión siempre se puede redefinir. Con el público detrás del presentador y concursantes, el formato ganaba un brillante y característico decorado vivo, cargado de profundidad y energía. La energía de unos espectadores que disfrutaban y sufrían el programa desde una ingenuidad apabullante. No eran público dirigido pagado, eran personas que iban a vivirlo. Y lo vivían. Y eran grandes protagonistas, eran el mejor decorado.

10. Escuchar, mirar y retratar a tu tiempo 

Como los grandes creadores, Chicho Ibáñez Serrador supo analizar los derroteros que tomaba su tiempo. Tenía intuición, tenía ojo travieso y tenía, aparentemente, pocos complejos creativos. Cuando nadie creía en los programas del corazón, ya presentó a TVE el proyecto de Flash, un formato que intentaba trasladar los galimatías de la prensa rosa a La 1. Lo iba a presentar Concha Galán. Todo estaba listo pero Televisión Española, al final, paró el proyecto.

Hablemos de sexo y la incorporación de la divulgación sexual en prime time, Waku Waku con el ecologismo explicado a través de un concurso o Un, dos, tres... fueron programas que no se quedaron en el entretenimiento vacío e hicieron un retrato de España. Por sus protagonistas, por sus actuaciones, por sus reportajes, por sus entrevistas y, no menos importante, por sus premios. En el Un, dos, tres se radiografío desde esa España -en blanco y negro- que se conformaba como una cocina como gran premio hasta esa España del boom de la especulación inmobiliaria que celebraba a lo grande un apartamento hortera en Marina D'or.

11. Tensar la cuerda de las ideas: no quedarse en lo evidente

En 1991, Julia Otero entrevistó en su programa La Ronda a un señor que se sentía Drácula. Decía que era vampiro y, claro, bebía sangre. Justo antes de esa surrealista entrevista, Ibáñez Serrador dio un sabio teleconsejo a la periodista: “Querida Julia, lleva un practicante al plató, que extraiga sangre a un voluntario del público y a ver si el vampiro se atreve a bebérsela…”. Por supuesto, en aquel programa no se llevó a cabo tal idea. No era el tono del formato, pero Chicho sí consumó su propuesta, cinco años más tarde, en El Semáforo. O eso hizo creer al público. Hoy en día, retransmitir esa extracción literal de sangre sería un juego de niños: nuestra televisión nos regala a diario escenas mucho más gores sin necesidad de abrir vena. Todo sea por el share.

Desde siempre, Ibáñez Serrador, como aquel día que recordó en directo la programación de sus canales competidores, contó con la habilidad de saber tensar la cuerda de las ideas y arriesgar a fuerza de imaginación entendiendo los límites pero, a la vez, relativizando la propia televisión desde dentro. No quedándose en lo evidente. Tal vez, por eso mismo, tantos mandamases del cine y la televisión impidieron que desarrollara más películas o realizara más tipos de programas. No tuvo todas las oportunidades que quiso, pero aprovechó las oportunidades que tuvo.

12. El valor de la figura del director: la televisión de autor

Chicho era guionista, era realizador, era actor. Pero, sobre todo, era director. Sabía articular todas las áreas de un programa (cámaras, iluminación, guion, interpretación...) para que cada parte creara un todo con una personalidad unitaria. Como consecuencia, Chicho representa la figura del director de actores en su máxima expresión, que dirige la actitud de cada personaje protagonista en escena, pero también de cada miembro del equipo técnico.

En los programas de entretenimiento, la figura del director se ha ido desdibujando. Lo que supone un problema para el resultado final de los formatos. Todos parecen el mismo. Los formatos de Chicho, en cambio, olían a Chicho. Organizaba equipos con un objetivo muy definido en el que había una mirada detrás. Y de eso va la televisión, de contar historias con mirada propia. El director no es un administrador, es un autor, ya sea en un concurso, en una serie, en una película, en un show de variedades, en un prólogo de un ciclo de cine o, simplemente, en una despedida. 

Y como ese buen guionista de cine de terror que siempre fue, a Chicho le gustaba cerrar las temporadas de sus programas con la emoción en alto, como si fuera siempre el 'hasta siempre' definitivo. Entonces, recordaba que, en televisión, nada es perpetuo. Metía sus decorados en una siniestra caja y enterraba el atrezo del show en un almacén perdido en los Estudios de TVE en Prado del Rey. Lo hacía no sin antes recordar que en los medios de comunicación todo es volátil. Y nadie parece imprescindible. Pero Chicho sí es imprescindible. Su figura es clave para un futuro mediático mejor, en donde en la elaboración desde el detalle se marca la diferencia. Su trabajo representa a la televisión que nos sigue haciendo querer tanto a la televisión.  Vean, pues, su adiós hasta el final:

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