OPINION

Los Goya: sus 4 retrocesos (y una lección de Rosa María Sardá por aprender)

Dani Rovira
Dani Rovira
Dani Rovira
Dani Rovira, último presentador de Los Goya

Los Goya tienen complejo de Oscars. Y eso es lo peor que puede pasar a una ceremonia de premios. Esta noche, Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla intentarán poner remedio a este déficit de los premios de la Academia de Cine. Su particular humor tendrá la oportunidad de dotar al evento de una autenticidad que no remita a descafeinada imitación de nada.

Pero no lo tendrán fácil. Desde el año 2010, cuando Andreu Buenafuente capitaneó la gala más redonda (y con más audiencia) de los últimos tiempos, Los Goya han sufrido un retroceso que complica que el evento atraiga más públicos y acerque al cine español a espectadores que no prestan atención sobre el cine español.

1. Salón de actos anti-televisivo

Para empezar, la gala se celebra en un lugar no apto para un programa de televisión de estas dimensiones. Se realiza desde el salón de actos de un hotel, sin profundidad escénica que consiga habilitar un "decorado" de espectáculo de prime time.  Lo intentan, pero el lugar es tan claustrofóbico que impide cualquier grandilocuencia que otorgue un vigor extra al show.

2. Una gala lejos de la gente

Un salón que está pensado para congresos y conferencias pero no para actividad teatral o televisiva y que, encima, tiene un segundo inconveniente: el lugar está entre autopistas, nada accesible para hacer a la gente partícipe del show desde una ubicación reconocible. Y lo que es peor, el hotel no tiene posibilidad de acoger una atractiva alfombra roja previa, que caliente motores de cara a la gala en sí.

Ese es el otro gran retroceso. Los Goya necesitan un programa previo que sirva para generar un colchón de interés de cara a la ceremonia. Un truco que sí realizan históricamente los norteamericanos, porque así el show arranca con una audiencia que ya está a favor de obra: ya está implicada. Pero, para lograr un formato así, no sirve de nada un especial con reporteros de España Directo en un minúsculo hall de un hotel.

3. Glamour entre autopistas

Para generar un acontecimiento mediático, el prólogo debe contar con grandes rostros de la cadena oficial, en este caso TVE. Mejor si están desde un set acogedor para el ojo del espectador, que no parezca el cuarto de las escobas de un hotel de carretera. Pero el Hotel Auditorum, que es desde donde se emiten Los Goya, no tiene ni un hall de dimensiones idóneas, con posibilidades televisivas, ni tampoco cuenta con un exterior coqueto: está entre frías y caóticas carreteras rumbo al aeropuerto. Lejos queda ya la última vez que se intentó hacer brillar los prolegómenos de Los Goya. Sucedió en 2011, cuando la gala se produjo desde el Teatro Real y la alfombra roja cubrió la plaza de Oriente.

4. La noche de los gags inconexos

Las galas de Los Goya de los últimos años ha sido como una sucesión de gags, aparentemente graciosos para sus autores, pero no conectados entre sí. Que si un monólogo, que si un golpe de efecto, que si una broma, que si una actuación musical. Y ya. Cuando la fortaleza de este tipo de ceremonias está en que estructuren un guion con una pauta con cierto objetivo emocional. En definitiva, con una trama transversal, que como en una película, sea un viaje coherente, con un inicio rotundo y que va avanzando hacia un desenlace con sentido. Un desenlace que apunte a la diana de la sensible ingenuidad del espectador, que sigue existiendo.

La lección de Rosa María Sardá

1994. Rosa María Sardá se estrena como maestra de ceremonias de la gala de Los Goya. Esa noche, su trabajo conquista a crítica y público. El motivo: la actriz deja de lado los tópicos y reinventa la ceremonia de entrega de premios, creando un show  que sigue de vigencia absoluta.

Nada más comenzar aquellos Goya a Sardá se le cae el guion por los suelos. No es casual. Con este gag, define lo que es su gala: un programa que convierte la escasez y necesidad en una apoteósica virtud.

El gran acierto del guion de aquellos Goya estuvo en que se apostó por reírse desde dentro de todos los complejos del cine español y, al final, eso mismo transformó la ceremonia en un gran homenaje sin complejos del cine español. La ironía de Rosa María Sardá se mantuvo en escena durante toda la emisión. Ella marcaba el compás sin que se notara demasiado. Y moderaba los tiempos, con su perspicacia. Así Los Goya iban al grano, a pesar de los largos agradecimientos de los premiados.

Rosa María Sardá jugaba con los asistentes con una pizca de maldad con la que el espectador conectaba rápido desde su casa. Y, claro, se quedaba pegado al programa, pues quería escuchar más a Rosa María porque se estaba riendo a carcajada limpia con las estrellas del cine, de su cine. Es más, la actriz iba interpretando un guion con dardos sobre la larga duración del evento: "¿sigue siendo de noche en la calle?", "Son las 3 de la madrugada, seguimos en Los Goya"... El poder de la comedia siempre es infalible en cualquier gala, ya sea en Estados Unidos o en España.

La fuerza de aquellos Goya residió en que fue una gala prácticamente desnuda, centrada en una maestra de ceremonias que no pretendía ser nada más que ella misma para hacer un show tan irónico como acogedor donde sobre todo prevaleció el respeto al cine y sus profesionales. Y ahí, en esa esencia de aquellos viejos Goya, está la mejor lección de Rosa María Sardá: un guión con el que no se pretende ser nada que no se es. Simplemente, entonces, en aquel 1994, se pretendió reírse con el cine español y no perderse en otros rodeos, porque Los Goya son para celebrar el cine. Y las celebraciones son mejor si vienen impregnadas de sentido del humor compartido y nadie obliga a ver un maratón de egocéntricas fotos del viaje de bodas del anfitrión.

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