TODO LO QUE NOS ENSEÑA UN MÍTICO PROGRAMA

30 años del primer 'Telepasión': el día que la tele se hizo autocrítica inteligente

Claves de un programa que favoreció la percepción de TVE como televisión moderna de referencia social.

Julia Otero en una captura del arranque del primer 'Telepasión'
Julia Otero en una captura del arranque del primer 'Telepasión'

"Que no se acabe el mundo que aún quedamos gente para darle vida", fue el himno con el que terminó el primer 'Telepasión'. Más de un usuario de Twitter ha recuperado esta canción como banda sonora de este 2020 que empezamos a dejar atrás. El tema ha encajado perfectamente con lo que hemos vivido, aunque esta versión se grabara hace justo 30 años con los rostros de una imaginativa Televisión Española. Y qué rostros, allí, juntos: Julia Otero, María Teresa Campos, Isabel Gemio, Joaquín Arozamena, Olga Viza, Constantino Romero, Joaquín Prat, Jordi Hurtado, María Escario, Miriam Díaz Aroca, Francine Gálvez, Pedro Piqueras... hasta Leticia Sabater. Estaban todos.

Por primera vez, la cadena pública creaba un especial que no se conformaba con resumir el año en imágenes y planteaba un recorrido por la trastienda de la televisión a través de todos sus trabajadores de la casa. Todos caras emblemáticas, pues entonces la cadena pública sabía que para alcanzar la trascendencia había que huir de presentadores que parecieran clones. Al contrario, era importante confiar en el carácter y carisma de los autores. Y darles tiempo a impregnar de su autoría a los programas. La rica diversidad de miradas propias era la manera de calar en la audiencia y representar a la sociedad. Además, acababan de llegar las televisiones privadas y lo inteligente era ejercer una catarsis propia en forma de un programa de resumen del año. Eso era 'Telepasión Española'. Porque el primer 'Telepasión' se emitió en Nochevieja, tras su gran éxito ya daría el salto a la Nochebuena.

La primera imagen del programa ya era una ingeniosa declaración de intenciones. Por supuesto, no se optó por un árbol de Navidad ni nadie cantando un villancico. No. Nada de tópicos navideños. La primera imagen de Telepasión fue la de una carta de ajuste, elemento reconocible en la época, que ocupaba la pantalla cuando no había programación. Porque no siempre la tele emitió 24 horas. Una perfecta carta de ajuste plantada en pantalla, como si se hubiera parado la programación. Pero no, no había fallado la emisión.

De repente, una limpiadora tarareando una canción entra en plano y empieza a limpiar esa carta de ajuste. Giro dramático: la carta de ajuste no era un grafismo, es el suelo de un plató al que se está sacando brillo. Y ese era el objetivo del programa: sacar brillo a la televisión. Suelo que empieza a ser pisado por Julia Otero, que también hace su aparición en escena. Una entrada que la cámara va descubriendo en un brillante plano secuencia en el que no sólo se ve, también se escucha: el sonido de los pasos de la comunicadora. Porque el sonido es vital para engrandecer la experiencia de ver un programa, como sucede en las series. Y aquí se escuchan muy bien sus pasos, lo que remarca la fuerza de la aparición de Julia. No faltaba detalle.

Ahí Telepasión sienta a la perfección sus bases, en la comunicación verbal y en la comunicación no verbal. La historia se cuenta mejor con la seducción de la imagen. Y aquí no sólo se presentan vídeos, uno detrás de otro, aquí se viene a contar una historia con actitud y cierto suspense como gasolina enriquecedora del interés del hilo argumental. Como esa primera carta de ajuste que no era tal, en el primer 'Telepasión' todo lo que se ve no es lo que parece a primera vista. El programa juega con la expectación y expectativa de la curiosidad del público. Es más, rompía con lo obvio. Así la experiencia se multiplica y el show genera un todopoderoso lazo con un espectador que termina siendo un cómplice. 

De hecho, lo que principalmente llamó la atención fue ver a los presentadores de TVE versionando canciones como si fueran estrellas de la música. No estábamos acostumbrados a ver fuera de su área de confort a los rostros de la televisión. Sonreímos al ver a comunicadores más serios, como Pedro Piqueras, arrancándose a cantar o a protagonizar gags cómicos. La tele se quitaba protocolos y la cadena lo aprovechaba para ser más cercana a su audiencia. Pero sobre todo en aquel primer 'Telepasión' nadie cantaba como en un karaoke, cualidad que no es baladí y que define parte de la decadencia posterior de la fórmula de 'Telepasión'. Las versiones musicales eran modernidad para la época, no caigan en clichés y atesoraban un  mensaje nada condescendiente.

Así el primer 'Telepasión' asombró. Es más, ejemplifica la esencia del éxito de los programas musicales en televisión: cada actuación narraba una historia. Cada número, era una versión de un hit musical con un concepto bien desarrollado para no crear indiferencia y atrapar esa curiosidad del público que es motor de los medios de comunicación. Cada uno haciendo de su diferente personalidad, virtud. Así Miriam Díaz-Aroca cantó picante, a lo Marilyn Monroe, rodeada de un ballet infantil que se sabía muy bien sus pasos -las veces que se debió ensayar aquello...-, Beatriz Pécker salió del plató de 'RockoPop' para hacer suyo el 'Si tu me dices ven' o Pedro Piqueras interpretó 'Cambalache', con una letra que siempre estará vigente y con una interpretación de seductor gentleman.

También Julia Otero cantó su recordado 'Blue Moom' con una planificación de cámaras fascinante, la sencillez de la complejidad, que recuerda que no es un asunto mejor que el intérprete comunique al espectador dirigiéndose a él, sabiendo dónde están las cámaras y cómo debe mirar a esas cámaras que, por cierto, deben ir al ritmo de la música. Todo desde un plató con un brillante suelo granate que recuerda que el glamour no existe, se construye cuidando el equilibrio de las liturgias televisivas de la iluminación, escenografía, realización y dirección de actores.

En ese intentar crear una tele bonita y con autoría, es imprescindible planificar una buena realización. 'Telepasión Española' no se perdía en grandes vaivenes de cámara, porque en realidad los vaivenes de cámara en televisión son como el gotelé en las paredes: se utilizan para tapar faltas.'Telepasión' contaba con una milimetrada coreografía de cámaras, que impulsaba el carácter de todo lo que estaba contando este programa, que diseñó planos secuencias memorables. Así pudimos ver a Julia Otero acudir al comedor de Torrespaña a través un espectacular plano secuencia en el que, sin necesidad de nombrar el Pirulí, se otorgaba todo el contexto del lugar en el que se estaba. Lo hacía mostrando un vibrante Sol reflejándose en la cristalera del edificio de informativos, mientras la periodista cruzaba la calle y dejaba sobre su cabeza la televisivamente mítica estampa de Torrespaña que sigue siendo sinónimo de TVE. Iconografía que hacía marca de gran tele.

Dentro, esperaba Elena Santonja que, como presentadora del programa de cocina del momento 'Con las manos en la masa', estaba cocinando el menú ideal para cada profesional. "No es lo mismo un menú para Pueblo de Dios que para los de Los Mundos de Yupi", decía. Y ahí se veía a los periodistas de deportes indignados, de Matías Prats a Olga Viza o María Escario. Estaban ofuscados porque sólo podían comer verduras, se quejaban a la propia Santonja que acababa de aderezar el plato del director general, que necesitaba mucho más picante. Ay, cuánta mordacidad.

De esta forma, Televisión Española definía su marca: proyectaba la imagen de sus presentadores y los interconectaba entre sí para favorecer una línea editorial de cadena como un todo. Televisión Española era una cantera de valiosos profesionales y el canal estaba fardando de su talento en un prime time de consumo masivo. Una estampa para la posteridad, pero también una excelente carta de presentación de la cadena pública. A través de la unión de sus profesionales, se daba más calidez y se humanizaba a un abstracto 'entre público'. A eso jugó todo el primer Telepasión. Hasta simulando, con mucha guasa, que el equipo dormía en la misma habitación comunal con Javier Sardá despertándose en una de las literas. TVE potenciaba un sentimiento de canal próximo a través de la imperfección de sus rostros e incluso mitificando los recovecos de sus instalaciones. De las instalaciones donde se almacena el vestuario a los despachos. Se desprendía sentimiento de equipo, lo que es fundamental para atraer público, conseguir trasvase de audiencia entre formatos y, al mismo tiempo, es vital para ilusionar a los trabajadores de la propia cadena haciéndoles sentir implicados en el proyecto.

Pero, sobre todo, el gran mérito de aquel 'Telepasión' fue que el guion estaba sustentado por una inteligente ironía que estaba realizando una sabia autocrítica desde dentro de Televisión Española. Tan importante, tan interesante. Por eso este mimado programa sedujo tanto. El programa no estaba ejerciendo autobombo vacío, estaba compartiendo con el salvavidas del humor las luces y sombras de la televisión. Como consecuencia, el primer 'Telepasión Española' hizo honor a su nombre y realizó un bonito homenaje a la televisión a través del espíritu crítico que no busca un espectador creyente, quiere un espectador despierto.  Pero, claro, para desarrollar bien un formato de estas características también hace falta tiempo: tiempo para la elaboración, tiempo para preparar los conceptos, tiempo para ensayar, tiempo para producir los vídeos (las píldoras de resumen del año tenían un excelente montaje por temáticas, cada uno de ellos con un realizador), tiempo para grabar, tiempo incluso para pensar y, así, lograr la suficiente perspectiva con la que permitirte arriesgar. Quizá ahora vivimos en unas dinámicas en las que no hay tanto margen de tiempo para osar en pensar saliéndose de los patrones preestablecidos. Ahí el primer 'Telepasión' nos marca el camino recordándonos que la televisión de vanguardia es la que afina dialéctica y estética con esa honestidad crítica que no se queda atrapada en pilotos automáticos de clichés y pone en valor la inteligencia del espectador. Incluso intentando pillar desprevenida su curiosidad. 

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