OPINION

'Alta Mar': el problema de la última y criticada producción de Netflix

Alta Mar Netflix
Alta Mar Netflix

Netflix cree tener muy claro lo que gusta a su público. Pero sería un error pensar que el público consume siempre según un mismo patrón establecido, calculado y muy medido. Es lo que sucede con su última serie, 'Alta Mar', que la compañía bajo demanda ha lanzado estos días y que evidencia su estrategia de producción desde España: factoría de seriales que piensan en nuestro territorio pero, sobre todo, en Latinoamérica.

Protagonizada por Ivana Baquero, Alejandra Onieva, Jon Kortajarena y la colaboración especial de José Sacristán, 'Alta Mar' sigue los mimbres de las exitosas y bien armadas ficciones 'Gran Hotel' o 'Velvet'. No obstante, todas estas series, incluida la nueva 'Alta Mar' o 'Las chicas del cable', son de la misma productora, Bambú.

El problema es cuando Netflix parece que pretende clonar el idéntico molde para el éxito todo el rato, pero con otro disfraz. Mismo suspense, misma historia basada en una época pasada vista con un punto de vista romanticón, mismos buenos y mismos malos, misma tensión sexual no resuelta... aunque todo con otro envoltorio. Esto no es un hotel, esto no son unas galerías comerciales. Ahora toca el barco. Un trasatlántico muy bonito, que parece, por momentos, el Titanic. Sólo falta que se hunda porque choca con un iceberg.

Pero una serie en 'Alta Mar' ya no puede hacerse, en 2019, sin nada de mar. 'Alta Mar' es claustrofóbica. Se nota que se ha grabado en secano. No logra proyectar el aire de la vida en un barco. Su propuesta visual oscura, centrada en decorados interiores, no entronca con el brillo del océano y la producción evidencia que es un plató -en el que, por cierto, se grababa 'El Gran Juego de la Oca'-.

Tampoco ayudan las recreaciones digitales del mar y el trasatlántico, que son tan cómic que no ayudan a que respire la trama para empujar al público a la percepción de que están, de verdad, en 'alta mar' como sí lograba la mítica 'Vacaciones en el mar'.

La serie ha cuidado una fotografía y escenografía pensada para provocar ese glamour que despierta la ensoñación de un tipo de público, objetivo clásico de las series de 'época' de Bambú. Un 'preciosismo' que también se busca con el vestuario, siempre de pomposa gala. Como en 'Velvet'. Como en 'Gran Hotel'. Como en 'Las Chicas del Cable'. Bien de elegancia de un pasado que tal vez jamás fue así. 

Pero, lo malo, es que todo atisba prefabricado. Incluso las temáticas feministas de postureo que trata la serie, que se introducen de una forma tan forzada que te sacan de la trama nada más arrancar el primer capítulo. "Somos mujeres, tenemos que salvar a esta mujer". No son orgánicas y definen ese nuevo tiempo que vivimos en el que creemos en el que estamos en la edad de oro de las series pero empezando a caer en la trampa de ficciones hechas en cadena, calculadas más con el análisis de los algoritmos y tendencias imperantes -que dictan lo que funciona y no- que abriéndose a la intuitiva creatividad de los autores.

Esos autores que arman una buena historia que atrapa al espectador porque se atreve a desafiar con la emoción imprevisible y no con una emoción 'procesada'. Eso parece 'Alta Mar'. Un batiburrido de ideas que ya hemos visto antes. De ahí la mala acogida en redes. El espectador es más abierto de mente de lo que los 'algoritmos' del éxito global presuponen. 

Con esta tendencia, Netflix da por muy poco exigente al espectador. Sus series empiezan a parecer fabricadas por una misma plantilla que se tuerce en demasiado predecible. Y eso es la antítesis de la televisión que queda marcada en la memoria, a pesar de que los algoritmos insistan, incidan y decidan lo que nos apetece ver y lo que no. 

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