OPINION

Así vimos los Goya por la tele: el humor corrosivo de Santiago Segura salvó una gala previsible

EVA HACHE PREMIOS GOYA
EVA HACHE PREMIOS GOYA

Hoy me siento identificado con Melanie Griffith, porque yo tampoco me enteré prácticamente de nada de la gala de los Goya de anoche. Aquí hablamos a nivel televisivo. Y estos Goya fueron poco televisivos. Por eso, bajaron 2,1 puntos (23,3%) respecto al año anterior, aunque volvieron a liderar la noche con más de 4 millones de espectadores.

Echarán la culpa a los discursos de los premiados. Pero no fue así: estos agradecimientos de los galardonados deben ser los protagonistas reales de una ceremonia de este calibre, y el guion ha de tenerlos en cuenta y saber entretener al espectador entre perorata y perorata, pero nunca eternizar el 'espectáculo' innecesariamente.

Lo siento por Eva Hache que puso su esfuerzo, comicidad y ganas. También por el equipo de TVE y Globomedia, que hicieron un buen trabajo, con mención especial para el diseño de la escenografía, que reproducía la entrada de un cine. Pero esto no era El Club de la Comedia Especial Crisis Económica... Fue difícil llegar hasta el final sin bostezar. Muy difícil.

Una vez más, se intentó clonar el arranque de los Oscars. Lo hicimos con un numerito musical un tanto torpe, a pesar de que allí estaban Belén Rueda y Miguel Ángel Silvestre dándolo todo en la coreografía. Se agradece el intento, que apuntaba maneras en lo que a show se refiere, pero rápidamente el ritmo pisó el freno.

Al final, nos encontramos nuevamente con un sarao egocéntrico y aburrido, que consiguió que echáramos de menos a Andreu Buenafuente. Anoche sobraron los eternos "consejos para divertirse en la ceremonia" grabados por Cayetana Guillén Cuervo (no aportaban nada) y los largos vídeos cargados de tópicos con Eva Hache metiéndose en las películas nominadas. Ambos recursos sólo alargaron la emisión y nos hicieron olvidar rápidamente los escasos momentos de emoción de la gala, que alguno hubo, como el hecho de reencontrarnos con una recuperada Silvia Abascal. Su voz quebrada fue de lo más memorable de la noche.

Pero, sin duda, lo mejor de la ceremonia radicó en la aparición de Santiago Segura, que usó su desparpajo y sentido del espectáculo para hablar de la trastienda y el funcionamiento real de los premios, dejando en evidencia a los académicos pero pegando, por fin, a los espectadores al televisor. Ese es el secreto: humor corrosivo.

Algún día aprenderemos que, aunque es complicado, tampoco es imposible organizar satisfactoriamente una gala de estas características. Nos obsesionamos con sorprender con guiones sobrecargados y nos olvidamos de que, para llegar al espectador, sólo hace falta un presentador mordaz, un público popular que sea realmente protagonista principal desde la grada, emoción empática, apariciones estelares imprevisibles y, sobre todo, personalidad sin miedo al qué dirán.

No hacen falta más aspavientos: esas son las claves que algún día lograremos mezclar con acierto, como ya lo hizo hace dos décadas Rosa María Sardá, con su magnética rapidez de reflejos sobre un escenario desnudo, o hace dos años Andreu Buenafuente (su última edición fue más endeble que la anterior). ¿Lo hará en los próximos Goya Santiago Segura?

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