OPINION

'Barrio Sésamo' cumple 50 años: así cambió la televisión adulta desde la inteligencia infantil

Barrio Sésamo
Barrio Sésamo

La mítica calle de 'Barrio Sésamo' sigue prácticamente igual que hace medio siglo. Sus fachadas están más limpias, tal vez fruto de alguna subvención para rehabilitar tales históricos edificios. Pero el decorado, que reproduce el neoyorkino barrio, ha sabido actualizarse sin perder su esencia desde aquel día, hace cincuenta años, que se vio por primera vez en televisión un 10 de noviembre de 1969. 

A nuestro país el programa llegó más tarde. No fue hasta el 76 cuando se estrenó la versión patria de 'Barrio Sésamo'. Sin demasiado éxito, de ahí que decidieran cambiar el muñeco protagonista inicial, la Gallina Caponata, por otro que conectara más con los pequeños españoles.

Y Espinete apareció en 1983 para salvar el formato, ideado en realidad para la emisión del programa en Israel. El erizo rosa no era un animal puramente español como se buscaba, pero rápidamente se transformó en un icono de nuestra tele por su simpatía en la que tuvo mucho que ver la inteligente mirada infantil que le impregnó la persona que le interpretaba, Chelo Vivares, la actriz que estaba en su interior manejando sus hilos.

'Barrio Sésamo' fue creado por el psicólogo Lloyd Morrisett, quien pensó que la pequeña pantalla era el mejor instrumento para despertar inquietudes a los más pequeños de la casa. No se equivocaba. Y decidió ponerse manos a la obra y contactó con una mujer pionera de la televisión por aquel entonces, Joan Ganz Conney. Joan, visionaria del medio, captó rápido la idea. En un momento en el que los programas infantiles eran demasiado engorrosos, lentos y hasta pedantes, tuvo claro que este show para niños debía ser una sucesión de elementos breves, claros, con ideas repetidas hasta la saciedad (lejos-cerca) para hacer llegar el mensaje.

Incluso incorporando alguna que otra aparición de famosos reconocibles, como en los late nights de la época. Porque tan importante como enganchar a los niños, para que se viera el programa, había que atraer a sus papás.

Todo aderezado de mucha música, tarareable y bailable, como apoteosis perfecta. Desde un formato infantil, estaban dando en la diana del futuro de la televisión adulta: más espontánea, más colorista y con un lenguaje más breve, sin tanta parafernalia de sobreactuados protocolos conservadores. El siguiente paso era otro elemento decisivo de la televisión y su porvenir: diseñar elementos icónicos que hicieran más genuino y recordable el espacio. Así dieron forma a unas unas marionetas que conquistaran la empatía de los niños… y mayores. Se pasó de engolados presentadores tradicionales para apostar por la pluralidad de colores chillones que llaman más la atención y que, además, interpretaban identificables personajes con una estereotipada personalidad clara para ser socialmente reconocibles. 

Epi y Blas, Coco, la Rana Gustavo, el Conde Draco, el monstruo de las galletas… Estos teleñecos tan diversos como inclusivos compartían su vida en el barrio con enriquecedores habitantes de 'carne y hueso', de diferente raza y posición social. Niños, jóvenes, adultos y abuelos. De esta forma, se retrataba una sociedad realista que compartía travesuras de manera inclusiva independientemente de la edad o color de piel que tuviera el personaje. El programa ya atesoraba su esencia sin fecha de caducidad: la diversidad nos enseña, nos hace mejores, nos enriquece.

El programa se empezó a exportar a todo el mundo. Cada país creaba su barrio, con sus protagonistas propios, para que la historia conectara con cada peculiaridad nacional. Eso sí, los vídeos que iban salpicando el programa eran aprovechados de la producción de la versión original norteamericana, más globales e intercambiables. No entendían de fronteras, porque la educación en valores vitales es universal.

'Barrio Sésamo' fue pionero a la hora de tratar a los niños con inteligencia. Nunca llegó al nivel de transgresión del español 'La Bola de Cristal' pero, como el formato de Lolo Rico o 'El Circo de TVE', sus creadores afrontaban el problema sin eufemismos. Así fueron el primer formato norteamericano que explica una muerte a los más pequeños, tras el fallecimiento de Will Lee, que encarnaba al entrañable quiosquero Mr Hooper. Y lo hicieron con un desarrollo de guion sublime: por constructivo, sencillo, emocionante y divertido.

De ahí que 50 años después las aventuras de esta pandilla callejera siga marcando a tantas generaciones. Ahora adaptándose a las nuevas ventanas de consumo, la nueva temporada se estrena en HBO, y abriéndose camino también desde Youtube, donde los pequeños consumen sus contenidos. Porque la tecnología parece que arrasa con todo, pero la educación a través del entretenimiento imaginativo (y travieso) sigue siendo interesando como inspiración para una sociedad mejor que entiende las diferencias más allá de lejos y cerca, arriba y abajo.

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