EN PERSPECTIVA

Carmen Sevilla ya llevaba un teléfono en su bolso en 1972 (y lo que eso significa)

Carmen Sevilla y su teléfono móvil que no era móvil.
Carmen Sevilla y su teléfono móvil que no era móvil.
Borja Terán

Año 1972. Carmen Sevilla camina por Tenerife. De repente, suena el teléfono. Abre el bolso y contesta. No había móviles, no. Pero Carmen Sevilla siempre fue una adelantada a su tiempo. Y llevaba consigo un receptor de aquellos, nada discretos, en los que había que marcar los números dándole vueltas a una rosca. Eso sí, lo llevaba por exigencias del guion. Un guion de la imaginación inteligente de Valerio Lazarov. De ahí que sus especiales en los años setenta, del que sale este fragmento creado para el programa '360 grados en torno a... Carmen Sevilla', sigan desprendiendo modernidad casi medio siglo después. Porque la creatividad más osada nunca suele quedarse atrás. Incluso se adelanta a su futuro.

De hecho, la televisión de hoy debería aprender de aquellos formatos que sorprendían por sus atrevimientos. La obsesión de Lazarov, más allá de sus recordados 'zooms' con la cámara, estaba en representar siempre una vibrante historia, ya fuera en cada actuación musical o en el cómputo global del show. Así armaba tramas que atrapaban la atención del espectador. Y si no tenían presupuesto para grandes fanfarrias, que no solía contar con grandes presupuestos, salía a la calle a grabar. A veces, ni siquiera sin permisos. Incluso rodaron un especial en la exposición universal de Osaka (1970), llamado 'Osaka Show', con artistas como Julio Iglesias y Karina, sin ninguna autorización. Iban a lo guerrillero, a ver qué pasaba, pero aprovechando todas las atracciones locas de los japoneses para incorporarlas como un protagonista más en los diferentes playbacks del espectáculo.

La enseñanza que dejan aquellos tan imaginativos programas está en que hay siempre que intentarlo, mientras que a menudo en la televisión de hoy da la sensación de que se prima lo contrario: desconfiar de la idea, pensar que no se podrá hacer ya que quizá no se entienda por parte del espectador. No hay que infravalorar la curiosidad de la audiencia. El arte de trascender se alcanza si te distingues del resto a través de esa sorpresa creativa que desafía, que te hace diferente. Eso lo tenía Lazarov y sus locuras, lo que le despertaba curiosidad de la cultura social lo incorporaba al relato de sus programas con la astucia del surrealismo que habla más de lo que a priori parece del país.

Y los artistas no ponían pegas a los delirios de Lazarov. Sabían que, así, su música llegaría a más gente, pues el realizador creaba un acontecimiento de cada actuación. No causaba indiferencia, había expectativa por ver qué experiencia proponía. Carmen Sevilla, la primera que jugaba con Lazarov. Hasta se comió un vinilo para convertise en Barbra Streisand en este mismo programa en el que llevaba el teléfono en el bolso.

No hay que quedarse con la simplificada idea de la Carmen Sevilla que se equivocaba en el 'Telecupón'. Sus errores eran mucho más inteligentes. Porque Sevilla siempre fue una adelantada a su época. Por eso comprendía tan bien a Lazarov, que fue quien después la recuperó en los noventa para la escena pública con su fichaje estrella para este sorteo de la ONCE que debía emitir Telecinco. Como en los musicales de los setenta, el realizador -ya como director del segundo canal privado- tuvo claro que la única forma de que no fuera un lastre ese compromiso con la lotería de los accionistas de la nueva cadena era provocar un show en torno al 'cuponcito'. Y crear un evento social al rescatar a un recordado icono podría ser una buena idea para atraer la atención sobre Telecinco y el sorteo. Objetivo que cumplió de sobra. 

Lazarov sabía que la naturalidad de Carmen Sevilla era un signo de astucia. En realidad, lo que se confundía con candidez paleta era la belleza de la sinceridad. Belleza de la sincera que Sevilla lograba siempre en primer plano, con una mirada con un olfato inconsciente que no tenía vergüenzas a la hora de compartir sus grandezas y debilidades con el espectador. Mientras otras folclóricas buscaban la perfección impostada, ella descubrió de que la mejor manera de disimular los errores era compartir las imperfecciones. Así el público la sentía suya. Porque todos cometemos errores, pero no todos con la seductora gracia de la modernidad de Carmen Sevilla. La mujer que aprendió desde muy joven que a la televisión hay que salir a jugar, sea en un show musical de un Valerio Lazarov que te disfraza de pirata o tocando las castañuelas en el show de Ed Sullivan (1965), el programa que presentó a The Beatles a los norteamericanos. Su vanguardista seducción provocó que el realizador del legendario formato de la CBS optara por casi no abrir la cámara de un arrollador primer plano de Carmen que descubría al mundo a otra España, la del folclore desde un prisma de modernidad. 

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