OPINION

Cómo hacer una gala de televisión moderna y no caer en la 'caspa' en el intento

Una imagen de la gala 'Inocente, Inocente'
Una imagen de la gala 'Inocente, Inocente'

'Gala'. El término en sí ya suena retro. Incluso desfasado. Sobre todo si se trata de un programa que intenta mezclar música, humor, sorpresa y elegancia en la misma coctelera. Qué puede salir mal: pues todo. Parece misión imposible organizar tal desaguisado. La historia se repite siempre que se emite un prime time de variedades. El último: la gala 'Inocente, inocente'. Mínimo histórico en TVE, con 10.9 por ciento de cuota de pantalla  y 1.142.000 espectadores. Tenía un valioso objetivo solidario -recaudó 1.259.000 euros para mejorar la calidad de vida de los niños hospitalizados- y buenas cámaras ocultas, pero el resultado del show televisivo olió a otro tiempo. Lo que mermó la fuerza de su mensaje para que llegara a más públicos. ¿Cómo hacer para dotar de modernidad a una gala cuando ya casi estamos en 2020?

La clave radica en los maestros de ceremonia. El temperamento del presentador es el arma que transforma un programa en un show vanguardista o en una gala casposa. Si se opta por comunicadores que andan flojos de ironía y creen salir airosos por la simpatía de la frase hecha tan artificial como superficial, mala cosa.

La destreza del comunicador todoterreno es la base, sustentada por un guion que huya de las viejas maneras del presentador de manual antiguo. Fuera los 'música, maestro', los 'un fuerte aplauso', el 'con todos ustedes' o el 'marco incomparable'. También es una trampa el vestuario. Los maestros de ceremonias ya no deben ir vestidos de príncipes y princesas camino de una boda en un polígono, con apariencias tirando a horteras. El espectador elige la elegancia que no es marciana, que representa la época en la que vive.

Y, como la vestimenta, hay que dar un vuelco a la iluminación de las galas, poner fin a la iluminación plana, casi de interior de frigorífico, que pinta a todos los programas de una luminosidad gruesa, sin matices. Hacen falta más texturas que complementen al decorado, consiguiendo que este tenga profundidad para transmitir esa energía de show a la vanguardia en el que todo puede pasar.

Pero para alcanzar la vanguardia de verdad, sólo hay dos maneras: o parodiar al máximo todos los clichés de las galas o romper con ellos con una línea estética en las antípodas de lo que se ha hecho siempre. Adiós sumarios eternos de 'Telediario' (como precisamente tuvo la gala 'Inocente, inocente'), hola frenesí del aplauso del público. Las galas tienen que transmitir fiesta, que se vea el mogollón. El silencio con eco en plató es el enemigo en estas circunstancias, también el modo en que se planifiquen las actuaciones: no vale una sucesión de cantantes, cómicos y números visuales que van y vienen detrás de una entradilla de un presentador. Hay que enriquecer cada número con los trucos clásicos de la dirección artística y del teatro. Esos trucos que crean una postal especial de cada aparición y del propio relato del show, rompiendo el ritmo con la aparición de personajes. Mejor aún si el guion esconde una trama transversal que haga avanzar hacia algún destino a los protagonistas del show. Los protagonistas principales del show no deben ser meros elementos para dar paso a lo siguiente. Su personalidad necesita también crecer a ojos del espectador. 

Pero no siempre hay margen de tiempo para crear un desarrollo de gala con un buen armazón. Lo que es fatal, pues en los momentos que corren o se construye la carcasa del espectáculo o no nadie verá el programa como una obra artística en conjunto. Ya, si eso, el espectador potencial verá las actuaciones o bromas fragmentadas a trozos en Youtube.

Al final, más allá de platós, vestuarios y luces, a la hora de generar un evento moderno todo se resume en tener al frente a un comunicador de carácter, que tenga actitud y control de la escena, que sea responsable pero que no le imponga, que no pierda las posiciones de cámara, que contagie frenesí y, a poder ser, que haya visto todos los programas y galas que presentó Rosa María Sardá. Ella siempre es una gran escuela, y deja claro que ya hace mucho que fuimos los más modernos: la rotundidad escénica del valiente y carismático comunicador hace que una gala sea vanguardista... o rancia. El presentador que tiene la capacidad de salir a jugar con ingenio y corrosión versus el que sale sólo a caer y quedar bien. A estas alturas, necesitamos que las 'galas' las conduzcan los primeros.

@borjateran

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